El verbo “mochar” (y
sus derivados) es polisémico en nuestro país. Puede significar “pagar” (“Fulano
se mochó con la cena”), “compartir” (“Zutano se mochó con un pantalón”),
“cortar” (“Perengano mochó la rama del árbol”), mostrar aceptación venérea
(“Fulana sí se mocha”) y, como sustantivo, “soborno” o “coima” (“El diputado
recibió un moche para votar a favor”). El contexto, la posición de los
interlocutores, el tono de voz y todo lo que en el habla coloquial suele ser
habilitado ayudan a entender cada una de las mencionadas variantes. En el caso
del título que encabeza este comentario, uso la tercera acepción, es decir,
mochar literalmente, eliminar una parte del todo.
En los días que corren
ha levantado polvo la propuesta amlista de mochar los sueldos y las
prestaciones de la burocracia de cuello blanco. Fue, lo sabemos, una de las
tantas promesas de campaña que ilusionaron a sus seguidores y ya comenzó a
tomar forma al menos declaratoria. Para arrancar, se corta un alto porcentaje
al ingreso del presidente, y de allí para abajo todos los funcionarios de alta
gama que quieran sumarse a su proyecto deberán aceptar un emolumento menor.
Por supuesto no será
nada fácil ajustar la nómina del gobierno federal, pues una de las malas
costumbres estructurales de nuestro país ha sido la de apapachar con sueldazos
y atiborrar de prestaciones sobre todo a quienes trabajan en el techo del
servicio público. Sospecho que no va a ser del todo terso el paso de un
tabulador obsceno a otro que de alguna forma se amolde a los vientos de
austeridad que el presidente neojuarista apetece para el país.
Será difícil, sin duda,
pero en buena hora puede arrancar este propósito de abolir la vida faraónica de
ciertos funcionarios y rehacer, poco a poco, el sentido del trabajo en la
burocracia más encumbrada del país. Esto es parte de lo que la ciudadanía
siempre ha reclamado sin asomo de respuesta: que quienes operan desde
secretarías, subsecretarías, direcciones, delegaciones y demás no vivan entre
ingresos y prestaciones de sultanes.
Junto con el plan de
reducción de la nómina camina otro no menos importante: el de disminuir hasta
donde seas posible el gasto público en insumos, personal, equipamiento y mil
otras sangrías que también han sido un permanente lastre para el erario federal.
Reitero que no será nada fácil acabar o al menos desacelerar la inercia de
gastos desmesurados y suntuarios, pero es un hecho que estamos ante una
posibilidad real de, por fin, rehacer hábitos y emparejar un poco la distancia
entre los servidores públicos con derecho de picaporte y los de trinchera.