No recuerdo con exactitud los
detalles, pero fueron más o menos los siguientes: desde no sé dónde, Esteban
Dublín me escribió para informarme que estaba organizado una especie de
antología colectiva de microficciones con el auspicio o el aval, algo así, de
La Internacional Microcuentística. A cincuenta escritores les preguntarían cuál
era su minificción favorita, y con la lista resultante se armaría la colección. Pensé
en lo obvio: Monterroso, Cortázar, Samperio, Shua… alguien así, un consagrado
del género. Supuse que muchos de los invitados iban a inclinarse por
algún escritor ya muy visible, y entonces recordé el grato sabor que siempre me
han dejado los relatos micro de Fabián Vique. Bueno, pensé, y cuál de todos
elegir entre la gran cantidad de historias súbitas creadas por el oriundo de
Morón, mi amigo Vique. Entonces, de golpe, me llegó el recuerdo de “El
escupidor de Rafael Castillo”, un microrrelato perfecto, y tal fue mi
propuesta.
“El escupidor…” es un dechado de
creatividad, exactitud y humor. El planteamiento es inmediato: en el primer
párrafo sabemos el cuándo, el quién, el qué y el dónde, una proeza de la
condensación narrativa. El segundo párrafo describe, mediante un narrador innominado en primera persona, a quienes ya conocen las andanzas del escupidor. La información del
tercer párrafo despliega el cómo, y de paso obtenemos el nombre propio del
protagonista. El último párrafo, dos renglones, baja la
velocidad de la historia y nos informa que este tipo extraordinario es en
realidad un sujeto ordinario, lo cual puede verse como una paradoja: quiere mudarse de Rafael Castillo, localidad del partido de La Matanza en el conurbano bonaerense, porque, suponemos, allí hay gente como él, lo que de paso recuerda la famosa boutade del club atribuida a Groucho Marx. De hecho,
todo el texto es paradojal, pues el acto grotesco de escupir a la gente es
contado como si fuera el de dar las buenas tardes.
Celebro además la puntería —puntería
similar a la de Alberto— de ciertos adjetivos: “boca certera”, “buen semblante”,
“interesante volumen”. En fin, creo que se trata de un estupendo microrrelato,
un ejemplo que podemos tener a la mano cuando alguien nos pregunte qué es una
microficción y qué puede hacerse para que un puñado de palabras llegue a ser
memorable.
Aquí dejo la pieza:
El escupidor de Rafael Castillo
Fabián Vique
Todas las noches, a la una en
punto, el escupidor de Rafael Castillo sale a escupir a la gente. El recorrido
abarca las dos veredas de Carlos Casares, desde Don Bosco hasta las vías.
Quienes lo conocemos evitamos la
zona en la media hora que dura la vuelta. Pero siempre encuentra inocentes que
deambulan a merced de su boca certera.
Alberto apunta a los ojos y lanza
un líquido casi blanco, no muy espeso pero de interesante volumen. Los
escupidos se asombran del buen semblante, de la discreción y hasta de la
elegancia del escupidor. Nunca reaccionan. Se limpian la cara y siguen su
camino. Se dice que en las mejores noches Alberto ha proporcionado más de una
docena de escupitajos.
Durante el día, sin embargo, el
escupidor es un hombre común y corriente. Suele decir que no le gusta el barrio
y que tiene ganas de mudarse con su familia a un lugar más tranquilo.