En las ruidosas redes leí hace poco un comentario digno de
observación, ya que, creo, encierra una idea más o menos generalizada: es
entendible, decía el opinador, que la pelusa harapienta, que los miles de
mugrosos que atiborran el país de mal olor y otras horripilanteces propias de
la chusma se sientan agraviados, ofendidos, marginados por el actual gobierno.
Esos desheredados del bienestar, esos pobres diablos que viven obsesionados con
el sueño de comer tres veces al día están en su derecho de dejarse seducir por
un sujeto que les promete salvación sexenal. No haber pasado por la escuela,
vivir en la ignorancia y apetecer aunque sea migajas justifica que anhelen el
advenimiento del mesías (tropical para más señas).
Lo que resulta inexplicable, dice el comentarista, es la
seducción que el mismo, exactamente el mismo redentor del populacho obra en los
intelectuales. ¿Cómo es posible, anota, que un mentiroso consumado, que un
caudillo de habla lenta y poco seso sea percibido como gran político por
quienes se ufanan de haber hecho licenciaturas, maestrías y doctorados?
Misterio. Es inconcebible que hombres y mujeres bien abastecidos de
conocimientos se traguen las gambetas de AMLO y no vean en él lo que es: un
obseso del poder, un iletrado, un autoritario, un vividor y muchos atributos
más. Porque es un hecho, y lo demuestran los sondeos por instrucción: entre más
alto es el grado de estudios, más se amplía la barra de la intención de voto
por el oriundo de Macuspana. Es aberrante, un disparate que deja a los
intelectuales en calidad de burros, señala el susodicho.
Tengo para mí que sólo los intelectuales (¿quiénes son “los
intelectuales”?) abiertamente militantes se manifiestan a favor de AMLO con alto
grado de fervor. No son mayoría. Hay otros que, sin declararlo abiertamente,
escriben y opinan de viva voz en medios electrónicos y tratan, con innecesario
apuro, de parecer imparciales. Pienso, por ejemplo, en casos como los de
Lorenzo Meyer y Sergio Aguayo, ambos doctores. Como ellos, muchos académicos,
artistas, “intelectuales”, parecen simpatizar acríticamente por AMLO. Lo que
hacen en realidad, presiento, es calcular: ven un montón de defectos alrededor
del candidato más adelantado, pero con el fin de permitir que siga avanzando no
hacen señalamientos. Es como un mutis coyuntural, una especie de pacto tácito
ahora que se ve en puerta, hoy sí, un cambio de régimen. Desde la oscuridad o
desde la luz intelectual, la idea de muchos, al parecer de la mayoría, es que
gane AMLO y algo cambie. Los extremos se tocan.