En medio del mundial de Rusia y mientras la selección
mexicana nos encandila, terminan las campañas electorales que se han ido
vertiginosamente y con el trasfondo de las encuestas como pauta de estrategias
y movimientos sobre la marcha. Como vimos, los ejercicios demoscópicos más
confiables, si los hay, prácticamente mantuvieron sus tendencias durante lo que
va del año, de suerte que para muchos ya está definido el ganador: el candidato
de Morena, el PT y el PES.
Lo que esperábamos como turbulencia para el tabasqueño, los
debates, no lo bajaron del caballo más adelantado, y en algunos casos más o
menos asombrosos las encuestas acusaban incluso que seguía creciendo. Salvo,
pues, los debates, cuyo número y formato fue una novedad, las campañas
discurrieron por los conductos previsibles: acusaciones de aquí para allá y de
allá para acá, guerra de espots, encuestas hechas a modo, mítines por todo el
país, programas de radio y televisión con los “voceros”, sujetos impresentables
en todas las banderías. Creo que, más que en 2012, fue especialmente fragorosa
la lucha en internet, y más específicamente en las redes sociales, armas que de
ahora en adelante deberán ser consideradas cruciales para ganar elecciones. Los
opositores de AMLO lo golpetearon con la misma saña de otros años, pero no
lograron desactivar la corriente de opinión tuitera y feisbuquera a su favor,
lo que a trazos gruesos significa, en definitiva, un bajón notorio en la
influencia de los medios tradicionales.
Algunos ven en la amplia ventaja de AMLO un pacto diabólico
con los poderes de facto que controlan las riendas del país. Un proyecto de la
magnitud como el encabezado por el tabasqueño, es ingenuo no pensarlo así,
requiere pactos, alianzas, zurcido político para ganar, así que no será por eso
que deberá ser juzgado, sino por sus acciones en el gobierno, si emprende algún
cambio o prosigue el resquebrajamiento del país.
Ahora bien, pese al amplio margen del delantero con respecto
del segundo lugar, no hubo una renuncia evidente de los perseguidores como sí
la hubo en 2012 cuando Calderón desinfló a Josefina Vázquez Mota. En 2018, ni
Meade ni Anaya dejaron de declarar (hoy mismo lo hacen todavía) que ellos
ganarán la elección, que la verdadera encuesta se celebrará durante el domingo 1
de julio, acaso más para obtener posiciones en el Congreso que amarrar la
presidencia. Para esto la mapachería también viene jugando su papel,
En resumen, adiós a las campañas, y mientras pasan estos tres
días y llegamos al domingo, pensemos bien nuestro voto, herramienta básica,
aunque no la única, para participar en la hechura de nuestros cuestionados gobiernos.