“El futbol es un juego simple que inventaron los ingleses: 22
hombres persiguen un balón durante 90 minutos y, al final, los alemanes siempre
ganan”, es la célebre definición de futbol ofrecida por el delantero inglés
Gary Lineker. Como podemos apreciar, hasta los ingleses, a quienes no les falta
autoestima en absolutamente ninguna rama del quehacer humano, saben lo que es
hablar sobre Alemania en el futbol. Y lo sabemos todos, de hecho, pues mundial
tras mundial, torneo internacional tras torneo internacional, los alemanes han
demostrado ser un equipo cercano a la invencibilidad.
Por eso, precisamente, el juego del domingo 17 representaba
un desafío en el que casi nos dábamos por derrotados. Un empate, lo dije,
equivalía en este caso a una victoria, pero ni en eso me atrevía a soñar con
optimismo. Sin sobresaltos, tranquilamente, daba por hecho que perderíamos
contra los germanos y luego debíamos remar a todo pulmón contra Corea y Suecia.
No me afectaba gran cosa saber de antemano que caeríamos contra el equipo
teutón, pues lo más lógico, según los anales futboleros, es que casi todos
pierdan contra ellos. Así amanecí el domingo, con previa resignación y
esperando el milagro del empate.
Luego ocurrió lo que ya vimos y enloqueció al país. México
saltó a la cancha con una alineación más o menos esperada en la que destacaban
los apellidos de Ochoa, Herrera, Guardado, Hernández, Vela y Lozano. Durante el
primer tiempo —el mejor de México en muchos años— creo que por primera vez vi
jugar mal a los alemanes; pero ni así, ni jugando con limitaciones, los hijos
de Bekenbauer dejaban de ser peligrosos. Los mexicanos la tenían clara: abrumar
a la selección alemana con presión en casi toda la cancha, esperar sus
embestidas y contragolpear con toda la furia cuando los europeos perdieran un
balón.
Así cayó el gol. Los mexicanos hurtaron una pelota en su
terreno y la descolgada comenzó con una pared vertiginosa entre Guardado y
Hernández; luego el Chicharito vio la entrada de Lozano quien se quitó a Mesut
Özil y clavó uno de los goles destinados desde ya a figurar en la historia de
nuestro futbol. En el segundo tiempo, lógico, los teutones se echaron encima
pero un tanto desordenadamente, con más empuje que buen futbol, y no lograron
anotar. Así se consumó lo que ni yo ni nadie esperaba, acostumbrados como
estamos a caer cuando, en los mundiales, rasguñamos el paraíso.
Ignoro, como todos, qué vaya a pasar en los partidos
venideros de México. Por lo pronto, el equipo cumplió con excelencia y nos dio
una alegría inoxidable: México 1, Alemania 0. Increíble.