Entre los mensajes que llegaron con más rezago al cierre de
las campañas electorales se insistió mucho en no votar bajo los efectos del
enojo. La rabia, la ira, la cólera o como queramos llamar a esa pasión humana,
se dijo, no es buena consejera a la hora de cruzar un casillero de la boleta.
La recomendación qué más hicieron sus propagadores fue que procediéramos con la
razón, que pensáramos bien a quién le daríamos nuestro voto. Por ello es lógico
pensar que en general votamos por una mezcla difusa de motivaciones, pero si
pudiéramos separarlas, aislarlas, veríamos que hay cuatro formas más o menos
claras de votar, éstas:
1. La del voto que parte del convencimiento. Muchos ciudadanos se
mueven en la zona del voto duro que los partidos y/o los candidatos conservan
pase lo que pase. Son votos inamovibles, sufragios que no dependen de las
campañas ni de los ataques enemigos. A ellos hay que sumar los que en el camino
fueron advirtiendo la necesidad de apostar por una opción y al final llegarán a
su casilla muy seguros del logo que tacharán.
2. La del enojo. Ciertamente muchos ciudadanos se manifiestan
irritados por los magros logros del actual gobierno. Prácticamente se han
agudizado todos los problemas que viene arrastrando el país desde tiempos que
ya parecen remotos. La corrupción, la inseguridad y la desigualdad son tan
visibles que, para muchos, la hora de las urnas es la hora del desquite. La
baja popularidad del actual mandatario es evidencia de un rechazo categórico
que sin duda hace pensar en votos de disgusto o de franca ira que capitalizará,
sobre todo, el frente encabezado por Morena.
3. La de la duda. Muchos sufragios van a dar a las urnas con
marcados componentes de escepticismo. Un buen número de ciudadanos, estoy
seguro, acudirá a su casilla con la sensación de que una vez más va a apostar
por el misterio: ¿cambiará de veras algo en el gobierno venidero? ¿Seguiremos
igual? ¿Empeoraremos? No tiene respuesta, pero votará.
4. La de la esperanza. El votante esperanzado en un cambio real,
grande o chico, quizá no es mayoritario, pero existe. Irá a la casilla con
pizcas de enojo, tal vez también con algo de duda, pero en él primará la fe casi
mística en un cambio. A este votante ya se le cerraron muchas puertas en el
pasado y espera que de esta elección surja, por fin, algo digno.
Sea como sea, convencidos, con enojo, duda o esperanza, como
sea, mañana hay que votar. Llegó la hora.