Siempre
he tenido una relación tensa con las tareas escolares. A veces me gustaban, a
veces no, todo dependía, como sucede en cualquier caso, de los grados de
dificultad y de satisfacción obtenidos tras encarar y concluir un objetivo. Sé
que, por la costumbre, tendemos a pensar que las tareas son imprescindibles en
la formación del estudiante, tanto que establecemos una relación automática
entre la cantidad de tareas y la calidad de la educación: a mayor encargo de
tareas, mejor es la escuela o el profesor, y a menor encargo etcétera.
Sospecho
que la sobrecarga de tareas no necesariamente redunda en lo esperado, a saber,
que el alumno sea mejor alumno y, de paso, que sea feliz, que pase una
infancia/adolescencia asociada a la idea de la alegría escolar. La postura
contraria no garantiza mucho, pero al menos abre la posibilidad de discutir y poner en crisis, problematizar, la imposición de tareas vespertinas
como mecanismo que sin mayor cuestionamiento es así porque debe ser así y
sanseacabó.
Si
bien son etapas diferentes de la vida, la del adulto y la del niño se parecen
en algún sentido. De hecho, la noción que predomina es la de formatear al niño
para que poco a poco tienda a ser como un adulto, por eso el fomento de
responsabilidades en los pequeños, por eso el suministro de consejos que
aceleren su maduración, para que en el menor tiempo posible sea “grande” y se
haga cargo honradamente de su vida.
Si
esto es así, si queremos que el niño sea pronto un adulto, no veo razón para
castigarlo con kilos y kilos de tareas escolares para las tardes, tareas que
por cierto muchas veces deben maquilar los padres pues implican la consecución
de materiales (cartulinas, marcadores, plastilina, silicones, pinturas…) cuyo
manejo adecuado demanda por fuerza el concurso de un adulto. Mi mayor argumento
es éste: el equivalente al trabajo del adulto es la escuela del niño; su
chamba, digamos, empieza a las 8 y termina a las 2, y a partir de allí puede
hacer alguna muy pequeña tarea y luego distraerse o recuperar fuerzas. En esta
misma lógica, y aunque sé que muchos adultos llevamos trabajo a casa, lo ideal
es que no sea así. Lo ideal, lo que todo adulto sueña, es ocupar su tiempo
libre en el esparcimiento, en el descanso, en lo que sea, menos en el trabajo
que ya, se supone, fue desahogado en el horario laboral. Si esto es así para
los adultos, no veo la razón de engrillar al niño durante las tardes, de no
dejarlo jugar ni verterse en otras actividades.