Hace apenas cuatro días
leí una declaración aterradora de Stephen Hawking. El científico británico
pronosticó que en cien años la Tierra será inhabitable, por lo que al ser
humano le urge encontrar un planeta similar para colonizarlo y extender así la
supervivencia de nuestra especie. No soy muy de creer en discursos
apocalípticos sobe todo porque quienes los echan a rodar suelen ser tipos
maussanescos, sujetos con menos bases científicas que un yerbero del mercado
Juárez. La declaración del famoso físico, sin embargo, no es para tomarse como
choro. Si lo dice él, algo o mucho de verdad debe asistirle.
La furia reciente de
una cadena de huracanes en el Caribe y ahora los terremotos en México me llevan
a creer ciegamente en el tremebundo vaticinio de Hawking. Supongo que es un
error, una idea formada a partir de la predisposición de mi ánimo causada por
los desastres que hoy vemos en vivo y tiempo real, pero tal vez no sea eso.
Quizá los desastres, al menos los relacionados con el Caribe, sí nos están
anunciando que en varias partes del mundo los fenómenos meteorológicos ya no se
comportan igual. Ahora no sólo son más violentos, sino más frecuentes, tanto
que se concatenan para devastar lo que va se ponga en su camino. No sé, pero
voces muy autorizadas han alertado y siguen alertando sobre el cambio climático
que ya es una modificación de la naturaleza global presente, actuante y
demoledora.
Los sismos tienen otro
origen, pero igualmente los relacionamos con la serie de calamidades que en
estas semanas ha azotado al mundo y que tiene con el alma en vilo a muchos
compatriotas. El sismo de ayer fue terrible por su grado de violencia pero
también porque por primera vez quedó bien documentado en innumerables videos de
teléfono celular. Nunca como ahora hemos podido ver lo vulnerables que somos,
la manera como caen los edificios cuando la tierra exhibe su poder.
Lo de ayer ha sido
nuevamente doloroso, y es increíble que haya ocurrido otro 19 de septiembre.
Ente el dolor, la pena y la angustia de ver tantas imágenes tan desgarradoras,
el único motivo de contento ha sido reencontrar la solidaridad del ciudadano
anónimo que otra vez, espontáneamente, se puso encima de las autoridades y
comenzó las tareas de rescate. Lo que sigue es cuantificar los daños, socorrer
a las víctimas y tomar precauciones en este país cada vez más zarandeado aquí y
allá.