Tras el sismo del
jueves pasado que golpeó principalmente a Chiapas y Oaxaca se desató una ola de
rumores cuyo contenido prevenía a la población de aquellos y otros rumbos sobre
más movimientos telúricos. En algunos casos se informaba (es un decir) no sólo
sobre el lugar, sino sobre la hora en la que se daría el nuevo siniestro, como
si los sismos y sus réplicas ya fueran predecibles por la ciencia. De
inmediato, claro, se desató igualmente una ola de aclaraciones: muchos en las redes
sociales explicaban, en serio o con burlas, que pronosticar con tino la
ocurrencia de los temblores no está todavía al alcance de los instrumentos
creados por el hombre, de manera que creer en los rumores rayaba en el candor
más bobo. Aclárese lo que se aclare, sin embargo, algo del enredo queda, la
comunicación ahora está despatarrada y eso obliga a que vivamos atravesados por
esta ironía: la superabundancia de información provoca que no estemos informados
o que lo estemos fragmentaria y superficialmente, a punta de encabezados y de
memes.
Hoy, pues, todo en el
mundo informativo se amontona para que captemos una pizca insignificante de
verdad sobre cualquier tema, y todavía no desarrollamos los reflejos necesarios
para reaccionar ante el inagotable menú de notas que sin freno llueven sobre
nuestros celulares y computadoras. ¿Qué es mejor ahora, leer información u
opinión? ¿Sirven las investigaciones amplias para modificar la realidad? ¿La
prensa puede acotar en algo los excesos del poder o el poder también puede
excederse en el envío de cañonazos obregonistas que la mantengan a raya?
A estas preguntas les
dio lúcida respuesta Daniel Salinas Basave en el artículo “Reportear en el país de no pasa nada”. Su idea eje es ésta: “En
teoría, en un país de leyes e instituciones tendría que pasar algo a partir de
esta revelación [la de la llamada Estafa Maestra]. La mala noticia es que
vivimos en el país de no pasa nada. Paradójicamente, el gran aliado de la corrupción
en este caso es la cotidianeidad y multiplicidad de los escándalos. (…) El
exceso de mala prensa opera aquí a favor del gobierno. Qué tanto daño les puede
hacer otro bombazo periodístico, si igual ya salieron ilesos de la Casa Blanca,
el condominio de lujo en Miami y tantas noticias que han sido la comidilla del
sexenio para después quedar en el olvido”.
En
suma, tener información de más no necesariamente ha sido bueno. Hay tanta mala
nueva que ya ninguna nos importa. Punto para el poder.