Día
tras día, sin freno, “espalda con espalda” como dicen en el beisbol cuando hay
jonrones consecutivos, los escándalos de corrupción perpetrados por el gobierno
de Enrique Peña Nieto se derraman por las redes sociales y, a veces más, a
veces menos, llegan a los medios tradicionales. Entre el lunes y el martes de
esta semana, por ejemplo, todavía no digeríamos el bocado del Ferrari del
procurador Raúl Cervantes cuando ya teníamos otro encima y no bocado, sino
bufet: los contratos establecidos por varias dependencias del gobierno federal con
empresas fantasma, enjuague que abrió un socavón de 3.4 mil millones de pesos,
cifra que ni escrita puede dimensionar una cabeza habituada a los salarios mexicanos.
Así
como el agujero del Paso Exprés fue propiciado por la basura acumulada en un
desagüe y así como lo del Ferrari ya fue atribuido a “un error”, el caso de los
numerosos contratos con empresas de cartón piedra puede terminar en un mar de
excusas o, a lo mucho, con algunos funcionarios menores en la picota. Nunca
pasa nada ante las más contundentes revelaciones ni ante la evidencia palmaria
del saqueo de los recursos públicos. Es impresionante.
Frente
a los hechos, no queda otro camino más que pensar en lo que se sabe desde
siempre: la vocación del PRI que recuperó el gobierno federal es el latrocinio,
el robo descarado, la succión de la riqueza que en términos hipotéticos debería
servir para crear obras de infraestructura y lubricar programas sociales. Hace
tiempo se acabaron los tapujos, la simulación: ahora son exhibidos, desnudados
en plena plaza pública, y articulan un discurso autoexcuplatorio que tiene
mucho del “yo no hice nada” de los niños descubiertos en una travesura. Pero no
es eso, una travesura, sino la más brutal rapiña que registre la historia del
país, y en qué tiempos.
Si
la vocación es robar, no es corrupción. La corrupción es una anomalía, un
engrane enmohecido del sistema, un hecho que impide la operación óptima de una
máquina. Lo que vemos ahora es una conducta programada, casi un Plan Nacional
de Saqueo perfectamente explícito en sus directrices. No se trata entonces de
un Bejarano agarrando billetes con ligas o de un burócrata de ventanilla
pidiendo moche para agilizar el trámite, sino de una operación federal
orquestada para canalizar recursos del país hacia bolsillos de particulares.
Pero no pasará nada. Para esto y para todo lo demás hay cinismo de sobra.