Ignoro
por qué siento más calor ahora que antes. Puede ser que la temperatura haya
subido y ya no sea la habitual de hace veinte o treinta años; también puede ser
que con la edad, mi edad, ahora sea más sensible a los hervores del infierno
climático en el que vivimos, y por último puede ser que se esté dando una
combinación de ambos factores: que en efecto hace más calor y al mismo tiempo
que a mis cincuenteros años ya no aguanto el calor como lo aguantaba en,
digamos, la adolescencia.
Sea
lo que sea, es terrible, y si se trata en verdad de un incremento regional o
global de la torridez, no sé a dónde vamos a parar. Por supuesto, el calor al
que me refiero es al de La Laguna. Conozco otros calores, es obvio, y algunos
me parecen peor de insufribles por el factor de la humedad al que no estoy nada
acostumbrado. Recuerdo dos en particular: uno atroz en la playa de Guayabitos y
otro no tan lejos de allí, en Manzanillo. Esos calores son peores, para mí, que
el lagunero, sin que esto signifique una ventaja: nuestro calor es
impresionante y ha provocado una cultura peculiar para encararlo. Quizá no sea
exclusiva de La Laguna, pero al menos aquí se echa a andar cada vez que llega
nuestra larga temporada de inclemencia solar.
A
continuación haré una pequeña lista de los usos y costumbres que he percibido en
los laguneros para defenderse del clima subidamente cálido. Por supuesto atañen
a la clase media y baja, pues la otra tiene poder adquisitivo para eludir
prácticamente todas las incomodidades que suele provocar la vida. En fin, la
lista es la siguiente:
Manga ancha.
La manga (así, en singular) es un trapo tubular como de treinta o cuarenta
centímetros fabricado ex profeso para proteger el brazo izquierdo de los
conductores. Lo cuida del calor, pero principalmente del sol. Sin esa
protección, la violencia de los rayos puede ser capaz de tostar y cambiar la
apariencia de pigmentación entre un brazo y el otro. Sus principales usuarios
son, por ello, quienes manejan mucho, principalmente los choferes de taxi,
aunque ahora es muy frecuente ver que las mujeres son adictas a esta rara
prenda.
Sombra fija.
Los árboles no son el fuerte de La Laguna, sino los matorrales, los arbustos.
Tener árboles, sin embargo, es una necesidad de primer orden, ya que además de
limpiar la atmósfera ayudan a paliar un poco la brutalidad de las altas
temperaturas y nos procuran un servicio inapreciable: la sombra. Las casas, los
coches, las personas bajo un árbol bien armado de hojas son sencillamente otros
gracias a la barrera protectora que forman ante el sol.
Sombra pasajera.
Esta es una sombra muy extraña, pues se le disfruta apenas un instante,
pasajeramente. Es la que producen los árboles aledaños a cualquier calle con
semáforo. Mientras el verde enciende, los conductores aprovechan cualquier
sombra para ahorrarse al menos veinte o treinta segundos de sol a plomo. Esta
sombra delata la urbanidad del conductor, ya que algunos hay que detienen la
columna de coches veinte metros antes del semáforo sólo para aprovechar el
follaje de algún árbol.
Cama fría.
El calor de La Laguna prohija cucarachas de hasta seis o siete centímetros de
largo. Un cuento de Saúl Rosales, “Tríptico de cucarachas”, se refiere a ellas
con horror. Eso no impide que algunas personas aprendan a dormir en el suelo,
sobre el mosaico, cuando no tienen adecuados aparatos de refrigeración. La
cama, lo sabemos, se calienta y al contacto con la piel recoge el sudor, de ahí
que la superficie plana, dura, impermeable y fría del suelo sea una variante
destacada del mullido pero ardiente lecho.
Baño doble.
Para sobrevivir al calor y sobre todo para evitar el mal olor a cuerpo asoleado
muchos laguneros no perdonan el baño doble, uno matutino y otro nocturno. Casos
hay de rigor extremo que agregan la ducha a mediodía. En realidad no es
disparatado pensar que el agua fresca permanente sobre la piel es de vida o
muerte para nosotros tanto como lo es como para los hipopótamos.
Caguama imperdonable.
Además del elevado consumo de agua es alto el de cerveza por culpa del calor.
Hombres son, sobre todo, los compradores que no perdonan un litro diario o más
para saciar en algo el deseo de líquido frío que demanda una jornada de trabajo,
pero a veces no es necesaria esa larga jornada de trabajo para incurrir en su
consumo. Con tener calor es suficiente.