Tres
veces he leído Los cachorros, novela
corta publicada en 1967, hace cincuenta años. Mario Vargas Llosa la escribió,
supongo, casi como un divertimento, como un experimento articulado entre dos de
sus novelas mayores, La casa verde
(1966) y Conversación en La Catedral
(1969). Poco antes, en 1963, se había estrenado como novelista con La ciudad y los perros, su primera obra
maestra. Así entonces, antes de llegar a los 35 años ya había escrito y
publicado tres de los libros más importantes del boom, y entre esa suerte de trinidad deslumbrante fue incrustada Los cachorros.
No
puede pensarse que este libro se ubica a la altura de las muchas grandes
novelas creadas por el peruano, pero sin duda se trata de un relato estimable.
La primera lectura que le hice se dio en una de sus primeras ediciones; en mi
época más vargasllosista, cuando comencé mi admiración (que era ya la de miles)
a la obra ficcional del peruano, supe de Los
cachorros, busqué el libro, y, aunque parezca increíble, no lo hallé en
Torreón. Fue entonces cuando se lo pedí a Saúl Rosales, quien me lo prestó y a
quien lamentablemente se lo devolví. Tras recorrer esas páginas, allá por 1987
u 88, quedé deslumbrado.
La
historia es sencilla: un casi adolescente de clase media, Cuéllar, estudia en
un colegio marista de Lima, donde, además de obtener buenas notas, es integrante
del equipo de futbol de su salón. Luego de un entrenamiento, los jovencitos
corren a las duchas y es allí donde a Cuéllar, desnudo, lo ataca el perro gran
danés de la escuela, que escapó de su jaula. El animal lo emascula, lo castra
de un mordisco. Cuéllar no sufre mayores daños, se reintegra al colegio, pero
ahora debe vivir su vida de hombre en un entorno que no ignora la pérdida, que
sabe que no tiene “pichula”, palabrota peruana que sirve o servía para designar
al pene. Lo que sigue, para el lector, es ver la evolución del personaje, de
“Pichulita” Cuéllar, como lo apodan, hasta llegar a un desenlace casi
inevitable en el contexto social donde se despliega la trama.
Pero
más allá de la anécdota, lo que me asombró, y me sigue asombrando, es la composición
formal de la novela, su narración en primera y en tercera personas del plural
ensambladas simultáneamente. Esta es una técnica que sólo puede usarse una vez,
la que habilitó MVLl en Los cachorros,
novela ya cincuentona pero, sin duda, fresca todavía.