sábado, abril 22, 2017

Los cachorros, medio siglo




















Tres veces he leído Los cachorros, novela corta publicada en 1967, hace cincuenta años. Mario Vargas Llosa la escribió, supongo, casi como un divertimento, como un experimento articulado entre dos de sus novelas mayores, La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969). Poco antes, en 1963, se había estrenado como novelista con La ciudad y los perros, su primera obra maestra. Así entonces, antes de llegar a los 35 años ya había escrito y publicado tres de los libros más importantes del boom, y entre esa suerte de trinidad deslumbrante fue incrustada Los cachorros.

No puede pensarse que este libro se ubica a la altura de las muchas grandes novelas creadas por el peruano, pero sin duda se trata de un relato estimable. La primera lectura que le hice se dio en una de sus primeras ediciones; en mi época más vargasllosista, cuando comencé mi admiración (que era ya la de miles) a la obra ficcional del peruano, supe de Los cachorros, busqué el libro, y, aunque parezca increíble, no lo hallé en Torreón. Fue entonces cuando se lo pedí a Saúl Rosales, quien me lo prestó y a quien lamentablemente se lo devolví. Tras recorrer esas páginas, allá por 1987 u 88, quedé deslumbrado.

La historia es sencilla: un casi adolescente de clase media, Cuéllar, estudia en un colegio marista de Lima, donde, además de obtener buenas notas, es integrante del equipo de futbol de su salón. Luego de un entrenamiento, los jovencitos corren a las duchas y es allí donde a Cuéllar, desnudo, lo ataca el perro gran danés de la escuela, que escapó de su jaula. El animal lo emascula, lo castra de un mordisco. Cuéllar no sufre mayores daños, se reintegra al colegio, pero ahora debe vivir su vida de hombre en un entorno que no ignora la pérdida, que sabe que no tiene “pichula”, palabrota peruana que sirve o servía para designar al pene. Lo que sigue, para el lector, es ver la evolución del personaje, de “Pichulita” Cuéllar, como lo apodan, hasta llegar a un desenlace casi inevitable en el contexto social donde se despliega la trama.

Pero más allá de la anécdota, lo que me asombró, y me sigue asombrando, es la composición formal de la novela, su narración en primera y en tercera personas del plural ensambladas simultáneamente. Esta es una técnica que sólo puede usarse una vez, la que habilitó MVLl en Los cachorros, novela ya cincuentona pero, sin duda, fresca todavía.