sábado, abril 15, 2017

Feudos estatales












Agustín Basave añadió una “u” y con eso amonedó una palabra-alebrije que le viene muy bien al México actual: “feuderalismo”, que en síntesis se refiere a un país, el nuestro, dividido en feudos que en muy poco se diferencian de los medievales. En ellos manda un Señor (uso la mayúscula para que consuene con el estilo oscurantista) que extrae toda la riqueza posible sin más límite que el que demarque su ambición. Este régimen ha echado por los suelos al federalismo que supone el interés armónico de tres estratos de gobierno: el federal, el estatal y el municipal. Sin que se salven en su voracidad, el primero y el tercero parecen poca cosa junto a las trapacerías que hoy más que nunca cometen los gobernadores.
Insisto: sin que el gobierno federal y los municipales puedan ser eximidos de culpa, los estatales han venido demostrando que atraviesan por su época dorada. Tengo para mí que el fenómeno despuntó desde el zedillato, cuando la figura presidencial, omnipotente todavía hasta Salinas, comenzó a perder peso, a diluirse en sujetos ora grises, ora ignorantes, ora obsesivamente crueles, ora zafios. Mientras un presidente los mantuvo en cintura, los gobernadores podían hacer de las suyas con buen margen de maniobra y hasta enriquecerse para toda la vida y la de muchas de sus generaciones sin que se notara, nomás lo estrictamente necesario. Hay casos como el emblemático de Flores Tapia en los que el propasamiento devino jalón de orejas y hasta caída para frenar el exceso. Aunque suene indeseable, el teatro era controlado desde el centro, y los gobernadores sabían a qué atenerse.
Ahora parece que eso ya no existe, que pasamos de un desequilibrio a otro igualmente nocivo o quizá peor, pues la corrupción extrema, al pulverizarse, termina por habituarnos al escándalo diario de cada estado. Los gobernadores de esta hora no tienen llenadera y en apariencia no hay modo de fiscalizarlos. Más allá de simulacros excepcionales como el de Padrés, los gobernadores sangran las arcas públicas, se vinculan con la delincuencia, controlan a la prensa con plata o plomo, crean cuerpos parapoliciacos que siembran el terror, y al final, cuando terminan sus rapaces mandatos, tratan de cuidar la retirada con algún delfín o de plano se fugan como lo que son, prófugos de la justicia desde que ejercían en sus casas de gobierno.