En
2015 no desaproveché la oportunidad para hacerme una foto con Roger Chartier
(Lyon, Francia, 1945), famoso especialista en la historia del libro y la
lectura. Lo vi en el recibidor del hotel donde pernocté durante la FIL Guadalajara
de aquel año. Cordial, con una sonrisa quizá demasiado grande para su cara,
Chartier accedió a posar. Antes y después de ese instante me lo había topado en
fotos, artículos y entrevistas que bordean sus temas eje, temas en los que es
tenido, harto justificadamente, como autoridad.
Una
de esas entrevistas me cayó ayer. La publicó Clarín, diario Argentino de cuyo pasado no quiero acordarme. En la intro se hace una pregunta que me
inquietó: “¿Es la apropiación de un texto la misma si este se lee como una
entidad textual materializada en un objeto impreso o si está propuesto en una
forma digital que multiplica los enlaces y permite la descontextualización de
los fragmentos?” Aunque no específicamente a ella, responde el mismo Chartier:
“La lectura frente a la pantalla es generalmente una lectura discontinua, que
busca a partir de palabras claves o rúbricas temáticas el fragmento textual del
cual quiere apoderarse sin que necesariamente sea percibida la totalidad
textual de la que proviene ese fragmento”.
El
cambio de la materialidad del libro de piedra o de papel —por citar los dos
extremos de su historia— al libro digital no supone, creo, un shock en la noción de pertenencia o
posesión, pues a final de cuentas una persona requiere objetivar el libro, su
libro, de una u otra manera. Lo que sí se alteró de manera sustancial fue la
recepción sobre todo por la mezcla de dos factores destacados por Chartier: en
un mundo donde gravita la idea de almacenamiento total de la información y su
consecuencia ideal, el acceso de todos a todo, los lectores tienden a obtener
datos recortados, fragmentos.
Pongamos
este ejemplo: no es necesario recorrer la biografía completa de Mozart si de
antemano sabemos que siempre es posible encontrar cientos de relatos sobre él,
así que googleamos el dato apetecido y lo recortamos para apropiarnos del resultado: un fragmento. No viene al caso, pero quizá sirva de algo decir que vivo, como muchos otros, entre dos
aguas, entre el papel y la digitalidad, y ambas me asombran. ¿Qué pasará en el
futuro? ¿Desaparecerá el papel? No sé, y creo que ni el amable monsieur Chartier podría
anticiparlo.