“Chovinismo”, nos informa el DRAE, es la “Exaltación
desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”. La palabra proviene, como
ya se habrá notado, del francés, y tiene una interesante etimología. “A
principios de los años 90’, Nicolas Chauvin seguía siendo un hombre de carne y
hueso, con una biografía casi completa, la de un héroe nacional con fecha y
lugar de nacimiento; se sabía cuántas heridas había sufrido en sus campañas
como simple soldado de la República francesa y como veterano de Napoleón; e
incluso cuánto cobraba de pensión cuando se jubiló. (…) Su apellido —cosa
extraña— se convirtió ‘en vida suya’ en adjetivo (chauvin/chauvine en femenino)
con el significado de patriotero fanático. Poco tiempo después vendrían las
palabras chauvinisme, chauviniste que llegarían a varios idiomas: ‘chauvinist’
en alemán, ‘шовинист’
(shovinist) en ruso, ‘chauvinista’ en portugués, ‘sciovinista’ en italiano,
‘szowinista” en polaco, y ‘sovonizta’ en húngaro. ¡Todo un éxito
internacional!”, dice la servicial página chilena de etimologías en internet. Como
“boicotear” o “linchar”, palabras que provienen de Boycott y Lynch,
“chovinista” tiene su origen en un apellido y hoy es palabra de uso más o menos
común en nuestro idioma.
Ser chovinista suele no tener buena prensa. A su
modo, es una forma de decir “xenófobo”. Un nacionalista empedernido no sólo
puede terminar en la querencia desbordada por lo propio, sino en el rechazo
indiscriminado de lo ajeno. Hay que tener, pues, cuidado con estos sentimientos
generalmente extremos, tan cegatos que derraman toda lógica, como el disparate que
revela la frase “como México no hay dos”, colmo de expresión chovinista.
Se vale, sin embargo, incurrir de vez en cuando en cierto chovinismo,
recordar valores importantes para sobrevivir como región o país. Creo que el
momento actual, frente a la Bestia que reside en la Casa Blanca, amerita una
cierta dosis de chovinismo, revivir en nosotros alguna forma del orgullo de ser
lo que somos. Pensar al menos que frente a los agravios del megalómano no
deseamos poner la otra mejilla. Como López Velarde, como Pacheco, debemos creer
en nuestro país por méritos inmediatos —no por su “fulgor abstracto”— y
defenderlos.