Cada
dos o tres meses practicamos algún ritual para venerar a nuestros héroes. Desde
el gobierno, por la vía de la SEP, los niños son sumariamente informados sobre
las gestas de personajes que de una manera u otra, a veces sin mucha claridad,
“nos dieron patria”. Nos enteramos por lo general, con un maniqueísmo y un
vaciamiento contumaces, de que los héroes se rebelaron contra alguna tiranía,
contra algún déspota adecuado, encarnación de la perversidad. No vemos nada mal
que así haya sido: el pueblo, encabezado por líderes henchidos de convicciones,
tuvo todo el derecho a reclamar justicia, libertad, bienestar, soberanía,
etcétera, y si algún autócrata se opuso no hubo más remedio que defenestrarlo.
Esa es la didáctica general de las efemérides inscritas en el santoral patrio.
Lo
curioso de este respeto irrestricto a la heroicidad es su abstracción. Los
próceres y sus hazañas son objetos de museo, son parte del injusto pretérito y
hoy sólo sirven para que en los patios escolares y en las plazas públicas les
mostremos gratitud. Las injusticias contra las que lucharon aquellos hombres
probos ya no existen, como tampoco los tiranos que las impusieron. En el
presente, pues, gozamos de las instituciones conquistadas gracias a hombres y
mujeres bien acaudillados.
Soy
de los que creen (y lo creo así desde hace al menos treinta años) que en México
padecemos un régimen cuya esencia es beneficiarse a sí mismo y crear
injusticias de todos los colores y de todos los sabores. Atrincherada en la
hueca historia de bronce y en el “respeto a las instituciones”, una manga de pillos
ha prevaricado el servicio público hasta convertirlo en acto ya visiblemente
peligroso. Para lograrlo, se ha apoderado de todos los instrumentos que tiene
la República para legitimar sus trapacerías y permitir su impunidad. Con
algunas pálidas excepciones, son dueños, mañosamente dueños, de todos los
hilos: la presidencia, las secretarías, las cámaras, el INE, el aparato
económico, el sistema de seguridad, los gobiernos estatales… y no se han
saciado.
No
digo que calquemos a los héroes, pero sí que pensemos en lo obvio: las
injusticias, la opresión, la falta de respeto a la ciudadanía, el despotismo en
suma, no son padecimientos del ayer, lepras del pasado. Los vivimos hoy, y hay
que hacer algo.