No
me da el espacio para pormenorizar el reformateo mental de los adolescentes.
Tengo, sin embargo, algunas ideas armadas a partir de lo que he conjeturado
desde que comenzó a darse un acceso de amplio espectro a la información, a
cualquier información. Para comentarlo necesito recordar —recordarme— qué era
ser adolescente hasta antes de internet y, mejor aún, más precisamente, hasta antes
de las redes sociales.
Para
las generaciones anteriores al boom de
las nuevas plataformas de la información ser adolescente consistía en aprender
dosificadamente lo bueno, cierto, aunque también lo malo. Por la edad, los
conocimientos eran administrados por instituciones inmediatas: más o menos, la
familia formaba hábitos de conducta cotidiana (aseo, responsabilidad, respeto a
los mayores), la escuela proveía de conocimientos en materias básicas como
aritmética, redacción, biología y demás, y la iglesia se encargaba de infundir
expectativas y temores trascendentes. Luego la calle, los amigos, iban
aleccionando al joven en materias de sexualidad, malicia para defenderse y atacar,
picardía varia.
Toda
la información ingresaba al joven en módicas cuotas, poco a poco, hasta que,
llegado a cierta edad, el joven era adulto y, se supone, alcanzaba una base
axiológica firme para distinguir con toda claridad, o más o menos con toda
claridad, “lo bueno” de “lo malo”. Así me formé yo y así se formaron, con las
variantes que son del caso, miles de jóvenes aquí y en China. Digamos que algo
tarde, cuando ya éramos maduros, nos enterábamos de las monstruosidades de la
vida.
Pasa
ahora que todo se ha precipitado. A una edad de suyo complicada, la
adolescencia, se ha añadido una sobredosis de información muy difícil de
digerir. Y no me refiero, claro, a la información constructiva, edificante,
sino a toda la que, lo sabemos, es difícil que un joven pueda procesar sin
atragantarse. Pienso en la información sexual, por ejemplo. ¿Cuándo vimos o nos
enteramos nosotros, por ejemplo, de la penetración anal? ¿Sabemos que eso es ya
pan de cada día en cualquier espacio pornográfico? ¿Qué piensa un joven sobre la
sexualidad si cobra adicción por esas escenas?
No
voy a caer en la moción reaccionaria de prohibir. Sólo diré que debemos
acompañar más a los jóvenes, que hoy más que nunca estamos obligados a
ayudarlos con la digestión del horror.