Avelina
Lesper extendió su campo de acción a la literatura. Como sabemos, durante
muchos años ha tratado de exhibir, creo que legítimamente, el muy fraudulento
manejo que se da en el mercado del arte. Decenas, acaso miles de creadores de
manchitas o instalaciones sin valor pululan hoy y, aunque se trate siempre de
un asunto muy subjetivo, o precisamente por esto, no está de más tratar de
distinguir el grano de la paja.
He
leído su alegato contra la llamada “tuiteratura” y siento que hay allí, acaso
por la arrebatada brevedad del texto, demasiados sobrentendidos y otras tantas generalizaciones.
Para empezar hay que decir que con internet se multiplicó toda forma de
creación personal buena, regular y pésima. Artistas y seudoartistas de
cualquier disciplina (música, plástica, danza, cine, literatura…) han
encontrado un trampolín en las nuevas tecnologías y ya no podemos esperar que
sólo se manifiesten los genios. Ahora es suficiente un teléfono celular y WiFi
para que cualquiera, con o sin talento y formación, nos comparta sus chuladas.
Ya deberíamos estar acostumbrados a esto y no sentir que se trata de una horda
invasiva al Sagrado Recinto de la Belleza.
Sospecho
que quienes trabajan seriamente en alguna disciplina artística han asumido el
uso de las redes sociales, como Tuiter, con el debido escepticismo. Me
parecería insensato que alguno se creyera mejor artista sólo porque publica
allí. Tampoco me parece afortunado disparar el misil Proust para contrastar la
supuesta frivolidad de todos los tuiteros con respecto del abnegado francés.
Que yo sepa, ningún tuitero cree que sus maquinazos de 140 caracteres pisarán
los callos de En busca del tiempo perdido,
y lo mismo ocurre con quienes suben su música a YouTube: no están compitiendo
contra Wagner. Calma, pues, no caigamos tan fácil en el fundamentalismo de la
pureza.
Salvo
todas las salvedades (que en las redes son casi infinitas), sospecho que los
buenos escritores que se asoman a Tuiter lo hacen sin pensar que de allí, de
sus tuitazos (me suena feo eso de “twiterazos”), va a salir la obra que
estremecerá a la humanidad. Creo que la alarma de Lesper es, pues, excesiva.
Más: creo que si monsieur Prust
hubiera tenido redes sociales, las hubiera usado sin sentir que perdía el
tiempo para ir en su prodigiosa búsqueda.