El
plan de Karla no era novedoso. De hecho me recordó una película de Pedro
Infante, lo que muestra su pobre imaginación. Había terminado con su novio pero
aún le tenía ley, como decían también en las películas de aquella época. Era mi
amiga de la universidad, habíamos egresado juntos tres años antes, y claro, en
el fondo siempre me latió la idea de ser algo más que su amigo, como reza la
cumbia del Buki. Pero ella entró con novio a la carrera, siguió con novio y salió
con novio, así que nunca me dejó margen de maniobra. Me resigné, aprendí a
verla como si fuera una prima o algo parecido, aunque en el fondo de mis huesos
siempre me mantuve alerta. Ella cortó y quería encelar a su ex. Me pidió salir,
coincidir en los lugares públicos a los que el tipo asistía y dar la impresión
de que ella y yo "andábamos quedando" (así dijo). Acepté por una sola
razón: por imbécil. Karla conocía los movimientos de su ex, los logares que frecuentaba, así que allí nos
apersonábamos para dejar volando la idea de que casi casi éramos lo que no
éramos. Ella me tomaba de la mano en la mesa y reía teatralmente, como si le
encantara mi conversación. Un día pisó el acelerador y me dio un beso leve, de
esos que van hacia el cachete pero logran pellizcar una orillita de la boca.
Algo en mí palpitó abajo, y puede ser que en ella también, no sé. Andábamos un
poco bebidos de más, así que en el coche caímos en una especie de noviazgo sin
actuación. A la manaña siguiente, sin embargo, todo seguía igual, y dos semanas
después Karla volvió con su ex pese a que me confesó que aquello era más una
rutina que otra cosa. El que no quedó bien fui yo, pues no me la sacaba de la
mente. Ahora le pedí a una amiga que fingiera ser mi novia para aterrizar con falaz espontaneidad en
los lugares que frecuentaba Karla. No sé, pequeña y lo que sea, una esperanza sí
me dejó bien clavada el plan de Karla.