sábado, diciembre 17, 2016

Gimnasia




















Imposible borrarlo de la cabeza, imposible. Diez años después luego del golpe me animé a ver el video. Por supuesto que yo conocía su éxito, las miles de veces que fue reproducido en YouTube, pero durante todos estos años me mantuve lejos de la secuencia porque la imaginaba atroz, y ahora veo que no fue para tanto. Caí de espalda, casi me rompí la clavícula izquierda, pero hay algo allí que ayuda a mitigar el mal momento. En fin. Entré al video y vi a Olga con el micrófono en mano, con su voz inentendible y chillona, vestida de payasita. Poco antes de aquella fiesta me llamó. “Héctor, ¿sigues haciendo gimnasia?”. Le respondí que sí, que cada vez le dedicaba menos tiempo pero que sí, seguía en la gimnasia. La verdad, llamarla así, “gimnasia”, era desmesurado. Me gustaba aprovechar los tres aparatos del gym dedicados a la gimnasia olímpica: unos aros, un caballo con arzones que jamás pude dominar y unas barras paralelas. Además, echaba maromas en un piso más o menos blando usado en el local para el baile reductivo. Esa era toda mi gimnasia, y por eso me llamó Olga. “Quiero pedirte un favor. Como me dedico a la animación de fiestas infantiles, hoy en la tarde tengo una. Los padres del niño dicen que les encantaría, y pagarían lo que fuera necesario, para que tuviéramos un Hombre Araña. Ya conseguí el disfraz, pero me falta el amigo que quiera usarlo. Pensé en Roberto, mi hermano, pero es algo gordo y no se vería bien. ¿Te animas? Son 500 pesos por aparecer diez minutos y tomarte fotos con el festejado”. La oferta parecía irrechazable, y además tenía mucho de favor. Esa tarde caí en la fiesta y esperé mi oportunidad. Al oír que mencionaban al Hombre Araña, yo saldría de un vestidor improvisado, y así lo hice. Pegué dos o tres maromas que salieron muy bien, luego otra, y cuando corrí a la pared para hacer una vuelta invertida, un pie se resbaló y adiós todo. Tuve que levantarme, sentí que me rodaban las lágrimas y ni siquiera podía sobarme. Me mantuve cuanto pude en cuclillas, casi como araña. Yo sabía que la gente pensaba en mí, que suponía mi dolor, pero no podía verlo. Diez años después lo pienso así: el video chusco no lo es tanto porque la máscara me protegió. De haberse visto mi rictus, mi gesto, la burla hubiera sido peor.