Con
mayor o menor claridad, en México no hemos dejado de sentir jamás el peso de la
represión volcada desde el Estado a quienes lo contradicen. Un simple corte
temporal de los setenta para acá nos trae el horrendo recuerdo, en ambos
extremos del lapso, de la guerra sucia echeverrista a las matanzas solapadas
por el gobierno actual, todo sin alguna pausa sexenal que merezca consideración.
Cuántas vidas ha costado perpetuar al mismo régimen y cuánta ausencia de
castigo hemos tenido. En síntesis, aquí podrá haber masacres una y otra vez;
memoria, justicia y castigo, no.
Gran
parte de la desmemoria y de la injusticia pasa por el relato de los medios que
borran o achican los excesos de bestialidad, si es que la bestialidad no contiene
en sí la palabra exceso. Esto, sin embargo, no es privativo de México, aunque
aquí sea casi incontestable el poder del corpus mediático. En la Argentina, por
ejemplo, se dio la rareza de que los medios hegemónicos quedaran en la acera de
enfrente con respecto del gobierno. Caso rarísimo en la actualidad
latinoamericana, casi un alebrije si pensamos que en general los gobiernos
necesitan de los medios para hacerse del poder y después legitimarse. Esto
costó, durante doce años, una embestida feroz, diaria, contra todas las medidas
emprendidas por el gobierno, muchas de ellas visiblemente contrarias a los
intereses del poder económico.
¿Y
cómo se demuestra que el kirchnerismo operó sin respiro contra la ferocidad de
los medios —es decir, de los voceros del capital— y en favor de las clases
populares? Fácil. Apenas perdió el candidato oficial en la jornada electoral del
domingo 22, el editorial del periódico La
Nación, representativo de la derecha ganadora, propuso meter reversa a los
juicios (una “venganza”, arguyeron) contra los represores prohijados por la
dictadura.
Eso
no fue lo extraordinario, ya que La
Nación, Clarín y muchos medios
afines sólo se dedicaron a golpear/mentir durante doce años, sino la reacción
que provocó inmediatamente: el repudio no sólo del lector mayoritario, sino
también de los trabajadores del periódico que organizaron una foto colectiva en
una de las salas de redacción: allí aparecen con carteles que expresan “Yo
repudio el editorial”. “Tan
brutal es el texto que varios periodistas y otros trabajadores del mismo diario
lo cuestionaron en asamblea y redes sociales”, comentó Mario Wainfeld,
analista político. En suma, estos medios cavernarios ya no
informan y/u opinan; ahora ordenan y quieren decidir sin pudor, sin eufemismos,
sin descanso.