Los argentinos amanecerán el lunes con el
nombre de quien será su nuevo presidente. Las elecciones de mañana domingo, una
segunda vuelta o “ballotage”, presentan a dos candidatos claramente definidos
en su trayectoria y en los intereses que representan. Por un lado está Daniel
Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y por el otro Mauricio
Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ambos llegaron primero y
segundo, respectivamente, en la primera vuelta electoral que no marcó entre
ambos una distancia suficiente, lo que por ley forzó la segunda vuelta de
mañana.
Más que estos dos hombres colocados en
la recta final de un agitado proceso eleccionario, los que están en disputa son
dos modelos claramente diferenciados aunque Macri, en los días recientes, se
haya cargado discursivamente al otro lado para allegarse votos de indecisos. Para
nadie es un misterio que Macri es la derecha, el neoliberalismo, la apuesta por
una adscripción ceñida a las reglas del mercado. En la otra acera, Scioli
encabeza el proyecto de continuidad que allá es llamado “kirchnerista” y lleva
ya doce años en el control del gobierno federal.
En vez que analizar el pasado
inmediato, o sea, el pasado “K”, y el presente electoral con todos sus dimes y
sus diretes polarizados, habría que asomarse a la situación previa para
entender por qué muchos vemos como meritorio el trabajo de cirugía mayor
emprendido en la Argentina desde que Néstor Kirchner accedió al poder, esto en
2003. Antes de este año bisagra, aquel querido país sudamericano se encontraba
no en la lona, sino enterrado en prácticamente todos los renglones de su vida
pública. El grado de deterioro en los planos económico, social y político era
tan escandaloso que sólo un milagro podía sacarlo del hoyo. Nadie, ni los que
lo hicieron posible, esperaban que ese milagro se diera, pero se dio, asombrosamente.
Con Néstor y luego con Cristina, la Argentina reconfiguró su agenda de
prioridades y a los tumbos, con errores y tropiezos, ha logrado avances
impensables en 2002. Son muchos e innegables, pero la prensa hegemónica los
borra o los minusvalora porque precisamente ha sido, entre otros, uno de los
sectores tocados en sus intereses.
Nadie puede afirmar que el kirchnerismo
fue la panacea y que ha gobernado a la perfección, pero es mezquino regatearle
mérito cuando fue esta corriente política la que rehidrató algo de esperanza al
país devastado. Mañana hay pues dos sopas en aquella hermana república: tirar los difíciles
logros obtenidos en doce años o abrir otro periodo no entreguista a los
propósitos de una minoría rapaz.