sábado, noviembre 21, 2015

Domingo argentino















Los argentinos amanecerán el lunes con el nombre de quien será su nuevo presidente. Las elecciones de mañana domingo, una segunda vuelta o “ballotage”, presentan a dos candidatos claramente definidos en su trayectoria y en los intereses que representan. Por un lado está Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y por el otro Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ambos llegaron primero y segundo, respectivamente, en la primera vuelta electoral que no marcó entre ambos una distancia suficiente, lo que por ley forzó la segunda vuelta de mañana.
Más que estos dos hombres colocados en la recta final de un agitado proceso eleccionario, los que están en disputa son dos modelos claramente diferenciados aunque Macri, en los días recientes, se haya cargado discursivamente al otro lado para allegarse votos de indecisos. Para nadie es un misterio que Macri es la derecha, el neoliberalismo, la apuesta por una adscripción ceñida a las reglas del mercado. En la otra acera, Scioli encabeza el proyecto de continuidad que allá es llamado “kirchnerista” y lleva ya doce años en el control del gobierno federal.
En vez que analizar el pasado inmediato, o sea, el pasado “K”, y el presente electoral con todos sus dimes y sus diretes polarizados, habría que asomarse a la situación previa para entender por qué muchos vemos como meritorio el trabajo de cirugía mayor emprendido en la Argentina desde que Néstor Kirchner accedió al poder, esto en 2003. Antes de este año bisagra, aquel querido país sudamericano se encontraba no en la lona, sino enterrado en prácticamente todos los renglones de su vida pública. El grado de deterioro en los planos económico, social y político era tan escandaloso que sólo un milagro podía sacarlo del hoyo. Nadie, ni los que lo hicieron posible, esperaban que ese milagro se diera, pero se dio, asombrosamente. Con Néstor y luego con Cristina, la Argentina reconfiguró su agenda de prioridades y a los tumbos, con errores y tropiezos, ha logrado avances impensables en 2002. Son muchos e innegables, pero la prensa hegemónica los borra o los minusvalora porque precisamente ha sido, entre otros, uno de los sectores tocados en sus intereses.
Nadie puede afirmar que el kirchnerismo fue la panacea y que ha gobernado a la perfección, pero es mezquino regatearle mérito cuando fue esta corriente política la que rehidrató algo de esperanza al país devastado. Mañana hay pues dos sopas en aquella hermana república: tirar los difíciles logros obtenidos en doce años o abrir otro periodo no entreguista a los propósitos de una minoría rapaz.