No
deja de asombrar el asombro con el que son percibidas las reacciones del
déspota ante la crítica. Desde hace ya varios años, quienes dicen gobernar este
país han ido desnudando sus métodos en todos los sentidos, y hoy es descarado
el cinismo con el que arremeten contra aquello que logra exhibir sus falencias
en cadena nacional. Es lo que ahora le tocó, por segunda o tercera ocasión, a
Carmen Aristegui, acaso la más visible representante del periodismo radiofónico
no oficialista en este México de rapiña y acotamientos.
Dado
el agandalle de todo lo que significa poder y riqueza, al gobierno actual no le
queda otro camino: o aprieta tuercas o aprieta tuercas. Aunque todavía la
disfrace con elecciones y contados zonas de poder para la oposición pactista,
los hilos más importantes están en sus manos, como traté de expresarlo en mi
entrega anterior de esta columna.
Tienen
los tres poderes bajo su control y la mayoría de los partidos están en el huacal,
inmovilizados por las carretadas de dinero que caen allí para para lubricar su
vocación prevaricadora (el Partido Verde es en este caso un ejemplo señero).
También están de su lado, aceitados con jugosa publicidad oficial, los
principales medios de comunicación, aunque estos necesitan de un cierto margen
de maniobra crítica para conservar credibilidad. Hoy, por ejemplo y sólo para
mencionar un caso notable de esta maniobrabilidad necesaria, Loret de Mola es
uno en sus espacios de Televisa y otro en los otros donde participa, de manera
que siempre queda a medio camino en todos los temas, con la credibilidad vivita
y coleando pese a que sirve principalmente a los intereses de Azcárraga Jean.
Pero
una cosa es tolerar cierta crítica frontal, directa y a la cabeza de la prensa
escrita en un país deficitario de lectores y otra muy distinta, brutalmente
distinta, es hacer lo mismo en televisión y radio. En televisión, sobre todo en
la de señal abierta, se sabe, no hay ni medio minuto al aire de señalamientos
que puedan herir el ego del sultán. Siempre ha sido así, y no estamos en
tiempos de excepción. En radio resulta un poco más laxa la cosa, aunque es un
medio tan poderoso en la capital del país que también es custodiado con lupa.
Carmen
Aristegui se había pasado: el torpedo sobre la Casa Blanca tuvo tal resonancia
que cimbró sus cimientos, que son los del poder hoy encarnado por EPN. Lo demás
ya lo sabemos: el descarrilamiento del tren/cuento chino, la telenovelesca
explicación de la Gaviota, el pitorreo público y la pantomima del fiscal
anticorrupción. Luego, unos meses después, con el pretexto de un nimio abuso de
confianza y un litigio contractual, el sospechoso fin en MVS de quien conducía
el noticiero incómodo.
No
hay sorpresa. Todo es previsible si nos atenemos a la lógica predadora del
gobierno actual.