Para mí siempre ha sido fascinante el dibujo publicitario popular. Me
encanta, me encanta de veras, porque debajo de esos monos mal hechos veo el
empeño por comunicar que es inherente al ser humano, ese apetito que en el caso
del dibujo se sacia con trazos que pese a su deficiente ejecución logran su propósito
y a veces algo más.
El dibujante de este anuncio de amortiguadores pensó en
transmitir, obvio, la idea de poder, y qué mejor que con un sujeto musculoso
hasta el asco cargando seis piezas de lo que allí venden (comentario aparte merece la separación silábica, hostil a la gramática: "amortig-uadores"). Es maravillosamente
inverosímil la cantidad de bolas que hacen las veces de músculos, y no dejan de
asombrar los muslos que parecen bolillos de considerable tamaño. En pocas palabras, estos son amortiguadores, no
porquerías.