jueves, febrero 07, 2013

"El dinosaurio", una década en la orfandad











Hace diez años trabajaba en un pequeño libro que al final titulé Monterrosaurio. Contiene una pequeña y juguetona introducción sobre Monterroso y la brevedad y cerca de cien piezas que parafrasean “El dinosaurio”, el cuento súbito más famoso de la literatura latinoamericana y tal vez de la literatura a secas. Lo publiqué hasta 2007 en una colección auspiciada por Arteletra, el sello de Gilberto y Javier Prado Galán. Entre las primeras notas de aquel librito escribí lo que aquí traigo porque me sigue sirviendo igual en este momento:

Una ficha biobibliográfica útil se encuentra en el Diccionario de escritores hispanoamericanos, Larousse, México, 1991, p. 189. Como nota complementaria a la biografía de Monterroso apunto lo siguiente: mientras organizaba estos apuntes abrí La Jornada el 8 de febrero de 2003 y encontré una breve y dolorosa nota: Escribió El dinosaurio / Murió a los 81 años Augusto Monterroso / El escritor guatemalteco-mexicano Augusto Monterroso falleció a las 10 de la noche de ayer [7 de febrero de 2003], víctima de un mal cardiaco, a los 81 años de edad. Es reconocido como uno de los grandes escritores en habla hispana, autor de la Letra E, La oveja negra y otras fábulas, El dinosaurio, el relato más corto en la historia de la literatura: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Recibió en 2000 el premio Príncipe de Asturias, máximo galardón de lengua española. Nació en 1921 en Tegucigalpa, Honduras, pero vivió en Guatemala, país del que salió exiliado a México en 1944./ En 2001 recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. / Estudió en la UNAM. Fue profesor de filosofía e impulsor de múltiples talleres de cuento y narrativa. Becario de El Colegio de México, también residió en Chile, donde fue secretario de Pablo Neruda. / Sus restos serán velados en una funeraria de Félix Cuevas, informó a este diario Patricia Jacobs, cuñada del prosista”. Tres ediciones colectivas imprescindibles para conocer desde la crítica a Monterroso son Monterroso, presentación, ficha y bibliografía de Jorge Rufinelli, Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, Jalapa; La literatura de Augusto Monterroso, introducción de Marco Antonio Campos, UAM, México, 1988, y Refracción: Augusto Monterroso ante la crítica, selección y prólogo de Will H. Corral, UNAM-Era, México, 1995 (de aquí, para lograr un mejor esbozo biográfico, ver “Itinerario de Augusto Monterroso”, Dante Liano pp. 139-147).  Además, el curioso y paciente y desocupado lector puede consultar las 3890 referencias que en internet obsequia el buscador de Yahoo y las 3990 que ofrece el Google a la entrada “Augusto Monterroso” (ambos hasta febrero de 2003).

Han pasado, exactamente hoy, diez años desde que murió Monterroso y de vez en vez sigo echándole un ojo a su obra, pues siempre me ha parecido inteligente y divertida, de una agudeza que permite la grata relectura. Por eso, nomás como recordatorio de que allí están sus libros, traigo aquí un fragmento del Monterrosaurio, el titulado “Razón de lo sucinto”; incluyo las seis notas que acoge ese apartado en la edición original.
Pero antes de entrar al texto les convido, de este mismo blog, dos comentarios de otros años sobre un par de libros del mismo autor:

Razón de lo sucinto
Mientras “El dinosaurio” veía crecer su prestigio de cuento inmortal, Monterroso labraba nuevas brevedades ora en la forma de una fábula, ora en la de un microensayo, ora en la de un cuento. En 1975, la Antología personal (1) congregó un racimo de obras extraídas por el propio autor de Obras completas…, La oveja negra… y Movimiento perpetuo. De esta selección nos interesan, por ahora, las dos piezas que implícita o explícitamente se refieren a la brevedad como objetivo cardinal del quehacer monterroseano. El “Prólogo”, al ser numerado con el uno romano, deja de cumplir a cabalidad su función apendicular para convertirse en uno más de los ladrillos que edifican este recinto antológico. Así, el tradicional “Prólogo”, de ordinario largo y compendioso, (2) es subvertido con una concisión tan irónica como lapidaria:

Como mis libros son ya antologías de cuanto he escrito, reducirlos a ésta me fue fácil; y si de ésta se hace inteligentemente otra, y de ésta otra, otra más, hasta convertir aquéllos en dos líneas o en ninguna, será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector. (3)

Es decir, una antología se reduce al absurdo, desaparece, si de ella se van haciendo otras cada vez más pequeñas. Se infiere, entonces, que para Monterroso la literatura es perpetuo limar, criba de palabras en el cedazo de la autocrítica más severa. (4) En este trance, sin embargo, el dolor ha estado presente; aunque no suelen reconocerlo, muchos miniaturistas padecen una seria tortura vocacional cuando se ven enfrentados a la pálida cuartilla sin poder inundarla con el chorro de su palabrerío.
No es gratuito que Monterroso haya elegido el ensayito “De la brevedad” para cerrar la pinza de su Antología personal; si antes abrió con el prólogo ya trascrito, ahora concluye con una pieza que se presenta como variación del mismo tema: la concisión. Ensayar a un autor de brevedades nos ofrece la ventaja de que podemos citarlo completo; esto observa el autor centroamericano:

Con frecuencia escucho elogiar la brevedad y, provisionalmente, yo mismo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Sin embargo, en la sátira 1, I, Horacio se pregunta, o hace como que le pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento con su condición, y el mercader envidia al soldado y el soldado al mercader. Recuerdan, ¿verdad?
Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.
A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio. (5)

Con una congruencia total, Monterroso explica brevemente la tragedia del miniaturista: una fuerza recóndita, implacable, impide al escritor evadir la inflexible tiranía del punto conclusivo, como si este signo fuera una losa que gravita sobre la imaginación desde el mismísimo arranque de cada texto. No hay alegría, pues, en el autor de laconismos. Al contrario, una como frustración encaja sus garras en el cuello de quienes han decidido escribir textos menudos. La razón de la brevedad debemos encontrarla, parece decir nuestro autor, en una zona oscura de la creatividad, en ese “algo más fuerte que yo” clavado en los inescrutables callejones del alma humana.
No hace Monterroso, entonces, una apología del texto diminuto. Al contrario, el autor parece rebelarse contra el fantasma pertinaz del miniaturismo y, de hecho, no han sido pocas las ocasiones en las que muestra recelo al examinar obras diminutas: “A veces se piensa que predico la brevedad porque he escrito cosas muy cortas casi siempre, pero eso no quiere decir que yo plantee eso como algo a seguir”. (6)

NOTAS
(1) FCE, México, 1975, 112 pp.
(2) Recordemos a propósito el puntapié de Borges a estos pórticos (Prólogos, Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1975, p. 8): "El prólogo, en la triste mayoría de los casos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fúnebres y abunda en hipérboles irresponsables, que la lectura incrédula acepta como convenciones del género". Monterroso diside y arma su "Prólogo" en abierta contradicción a "las convenciones del género".
(3) Op. cit., Antología…, p. 7.
(4) Enrique Serna comenta una charla entre Alfredo Bryce Echenique y Monterroso transmitida por la TV española: “Bryce Echenique dijo que escribía seis cuartillas diarias y jamás corregía ni una coma. Frente a ese desplante de suficiencia, Monterroso se limitó a responder: ‘Yo sólo corrijo’. No hay mejor forma de exhibir a un colega competitivo que dejarlo ganar una competencia estúpida. Mientras Bryce Echenique presumía su pasmosa rapidez, Monterroso le hizo notar que la tarea del escritor no es producir novelas en serie, sino defender el tiempo de los lectores", columna “Traspatio”, La Jornada Semanal No. 110, 13 de abril de 1997, p. 19.
(5) Op. cit., Antología… p. 108.
(6) En “Gambusino literario (i)”, El Búho de Excélsior, No. 417, entrevista de Adriana Padilla, 5 de septiembre de 1993, p. 6.