Hace poco más de diez años publiqué en un
fugaz periódico universitario de La Laguna este apunte sobre el libro Yo soy el Diego. Luego lo reproduje en
otros dos lugares, pero no está en este blog. Hoy lo subo porque de momento no
tengo nada para piropear a uno de los personajes que más grande y frecuente alegría
me producen: Maradona, quien hoy cumple 52 años. Sé que es enfermizo el rollo
de gastar, cada mes, cada mes y medio, una hora de tiempo viendo videos en You
Tube con jugadas, goles, entrenamientos y más donde este cabrón enano me
aproxima a la poesía escrita con futbol. No entro en debates sobre Pelé, Cruyff,
Messi, Ronaldo y todos los demás. Para qué hacerlo, pues admirar a Maradona no
excluye en mí otras sinceras admiraciones. Pero por una cuestión de gusto, de
química o de lo que sea, Diego es para quien esto escribe el grado máximo al
que se puede llegar en materia de futbol, y eso ya nadie me lo saca del
corazón. Va pues la vieja reseñita:
Diego
desde el centro de Diego
Una vieja costumbre del mundo es la de buscar al número uno de tal o
cual actividad. En el deporte, Michael Jordan es, por unanimidad, el mero mero
del basquetbol; Babe Ruth lo es del beisbol; Mohamad Alí del box, Sergei Bubka
del salto con garrocha, Javier Sotomayor del salto de altura y Francisco Pipín
Ferrara del buceo; en otros casos, hay división de pareceres: Bjorn Borg tal
vez lo sea del tenis, Carl Lewis del atletismo, Emerson Fittipaldi del automovilismo.
Por supuesto, otras áreas del quehacer humano también tienen a sus
insuperables: nadie puede igualar a Gandhi como paradigma de pacifismo, así
como nadie se equipara a Hitler como estandarte de la barbarie política. El
mundo se entretiene buscando al hombre más representativo en cada actividad.
Con el
futbol, el deporte más popular inventado por la humanidad, los juicios se
bifurcan. Para un sector de la tribuna universal, Pelé es sin asomo de titubeo
el máximo exponente; brasileño que hacía magia con el balón, Pelé anotó
chorrocientos mil goles, ganó campeonatos del mundo y se convirtió durante
algunos años en el indiscutible icono del balompié. Pero a finales de los
setenta llegó Maradona y, con ello, el soccer mundial comenzó a dudar de
la supremacía establecida por Edson Arantes. Muchos —este reseñista se cuenta
entre ellos— dieron su juicio a torcer por Diego Armando y hasta la fecha se
mantienen firmes en la opinión que postula al Pelusa de Villa Fiorito
como el número uno del futbol.
Yo soy el
Diego es la autobiografía de Maradona (Buenos
Aires, 1960) recientemente publicada. En ella, el argentino describe con
minucia, paso tras paso, su accidentada y maravillosa trayectoria como jugador
activo. El Pelusa condensa en este libro sus primeros cuarenta años de
vida, su nacimiento en Villa Fiorito —arrabal que vio sus gambetas
inaugurales—, su paso por los Cebollitas, su llegada al Argentinos Junior, su
pase al Boca, su arribo al Barcelona, su noticiosa lesión, su traspaso al
Napoli, su campeonato del mundo, su regreso a Buenos Aires, su fugaz presencia
en el Sevilla, su retiro y en medio de todo ese ajetreo las entrevistas, los
infundios, las zancadillas, el aplauso cerrado, los millones de dólares, la
sordidez de las drogas, el amor por sus hijas, su afección cardiaca, su
recuperación en Cuba, su admiración por los barbudos de la Sierra Maestra, su
tremenda, su imantada personalidad dentro y fuera de las canchas.
Aderezado
con una discreta cuota de fotografías, Yo soy el Diego es un espléndido
recorrido por los escondrijos de la fama. Escrito con prosa limpia pero que a
veces se excede en argentinismos futboleros, este libro divierte, emociona y
conmueve, pues en el centro del escenario no vemos al ídolo de las gramillas,
sino al indefenso ser humano que fue, que es Maradona, un pibe que de Villa
Fiorito, un barrio miserable como tantos en América Latina, saltó a la
conquista del mundo con esas piernas cortas e inusitadas que fueron capaces de
todo, porque cuando Maradona se calzaba unos tacos y tenía un balón enfrente,
todo, absolutamente todo era posible. El gol contra Inglaterra en México 86
obvia cualquier elogio adicional.
Apoyado en
dos muletas, los periodistas Ernesto Chelquis Bialo, de Uruguay, y Daniel
Arcucci, de Argentina, Maradona dibuja en Yo soy el Diego, su
entrecomillable “autobiografía”, el perfil de un joven que desde el misérrimo
arrabal subió a lo más alto, que luego descendió a los infiernos de la cocaína
y que ahora, con madurez y entereza, nos cuenta qué se siente tocar esos
extremos.
Yo soy el Diego, Diego Maradona, Ernesto Chelquis Bialo, Daniel Arcucci, Planeta,
Buenos Aires, 2000, 319 pp.