domingo, octubre 28, 2012

Entre la serenidad y el alarido















Hace unos días publiqué este tuit: "‘El Grito’" de Munch es 'La Gioconda' luego de leer las cifras sobre inseguridad en México”.
Pues bien, el 21 de abril de 2006, poco antes de inaugurar este blog ininterrumpido desde entonces, publiqué en La Opinión un comentario espeso de asombro ante la aparición de los primeros decapitados. Traigo el texto tal y como apareció en aquel momento (nunca lo cargué en este blog, hasta hoy):

Seven acapulqueño
Brad Pitt, Morgan Freeman y Kevin Spacey protagonizaron Seven, film dirigido en 1995 por David Fincher. Recuerdo que en su género es, lo dije en su momento y lo reitero diez años después, una película extraordinaria, un thriller de primer orden. Andrew Kevin Walter, guionista, armó en esta obra maestra un complejo mecano, un turbio minilaberinto. Recordemos que la historia narra las andadas de un asesino serial perseguido por dos sabuesos de la ley. El rasgo más significativo de la cinta se relaciona con el sello de los crímenes: el matón deja marcas que denotan su deseo de vincular a cada difunto, en orden, con los siete pecados capitales, de ahí el título de la obra.
Así las claves, el cabrón pelón que de killer personifica Spacey despacha al más allá, presuntamente al infierno, a un tragón que representa la gula, o a un güevonazo que encarna la pereza, por citar sólo a dos de las víctimas. Los detectives Pitt y Freeman tienen la difícil tarea de localizar al bíblico asesino, y para ello van amarrando las claves dejadas por el misterioso delincuente.
Si ya con esto el film resulta extraordinario, la trama nos lleva a una situación anómala: el killer se entrega a la justicia. Sigue un plan perfectamente diseñado, pues buscará y logrará que Pitt incurra en el último pecado capital, el de la ira. Poco antes de entregarse, Spacey decapita a la esposa de Pitt, lo emputa y provoca que el detective, iracundo, descargue su revólver sobre la nuca del ingenioso asesino/mártir.
La cinta tiene muchos recovecos que por falta de espacio no traigo a cuento. Sólo cargo la tinta sobre una de sus escenas más perturbadoras: la decapitación. Pese a ello, pese a lo horrible de tal cercenamiento, el film tiene la alcurnia de las claves, del misterio bíblico y del heterodoxo mensaje que con sus delitos quiere dar el serial killer a la sociedad: somos demasiado laxos, pues cuántos zánganos, tragones, cogelones, avariciosos y demás hay en el mundo y nunca hacemos nada para enderezarlos.
Se me fue el espacio repaladeando Seven en la memoria. La recordé porque ayer, en Acapulco y sin poesía, dos elementos de la policía fueron decapitados. Sus cabezas “estaban adentro de bolsas de plástico que fueron colgadas en el patio de las oficinas dela Secretaría de Finanzas del Gobierno de Guerrero”.  Si ese horror maravilla, no asombra menos el mensaje que llevaban adherido y que redactó sin titubeos la ofendida delincuencia: “Para que aprendan a respetar”.
Se acabaron las metáforas. Sálvese quien pueda.

Pues bien, poco más de seis años después, hoy domingo, leo esta noticia en el periódico Vanguardia, de Saltillo:

“La disputa entre grupos del crimen organizado ha incrementado la violencia en el país, al surgir nuevos métodos de intimidación y temor como son las decapitaciones, que según los registros de la Procuraduría General de la República (PGR) han dejado un saldo de mil 303 personas mutiladas durante los cinco primeros años de la presente administración. 
De acuerdo con la dependencia federal, mientras en el 2007 se localizaron 32 cabezas decapitadas, en 2011 hasta el mes de noviembre se contabilizaron 493. 
Los reportes de la PGR mencionan que Chihuahua, Guerrero, Tamaulipas, Durango, Sinaloa, Estado de México, Baja California, Jalisco, Coahuila y Veracruz son las entidades donde se ha presentado el mayor número de hallazgos”.

No creo exagerar, por eso, en la comparación tuitera que hice entre la Mona Lisa y el más famoso cuadro de Edvard Munch. Al contrario: creo que me quedé muy corto.