lunes, octubre 29, 2012

La pérdida incesante

















Así sea pequeño o modesto, todo producto sintáctico es analizable. Por ejemplo, un tuit. Escribí hace algunos meses uno que pese a su simplicidad (todo tuit es o al menos parece un bicho simplísimo) me inquieta: “No dejes para mañana lo que pudiste hacer hace 25 años”. Está allí, claro, el juego con la frase cliché que no sé si llegue a ser refrán. De su forma hoy no me gusta, visto con más cuidado, la torpe unión que establece ese “hacer hace”, pero creo que es significativa la sorpresa que produce el largo brinco al pasado. Ahora bien, ¿por qué pensé en un cuarto de siglo? Sospecho que fue arbitrario, que pude decir hace 10, 15 o 20 años, pero escribí 25. La mente parece caprichosa, pero en el fondo no lo es tanto. Tengo la impresión de que misteriosamente hizo una resta: 48, la edad que tengo ahora, menos 25, da como resultado 23, la edad en la que comencé, digamos “oficialmente”, a trabajar. Tengo pues 25 años chambeando en esto y aquello, principalmente en juntar palabras, pero ocurre con frecuencia —supongo que en todos o la mayoría de los casos es así— que me reprocho muchas inconsistencias, muchas recaídas, muchas negligencias, muchas lagunas, muchas posposiciones, muchos innecesarios paréntesis. Si hay algo irrecuperable, si hay algo que perdemos incesantemente y por lo regular termina convertido en invisible y nostálgico flagelo, es el tiempo, el mismo que en este momento se va yendo mientras escribo o leo o sólo pienso este puñado de palabras.