A finales de 2011 recibí una carta electrónica de mi querida amiga Brenda Moreno, diseñadora gráfica con la que compartí algunos años de trabajo en la Universidad Iberoamericana de Torreón. Brenda me invitaba a platicar con ella y con Ruth Berlanga, directora de Mentes con Alas, para vislumbrar la viabilidad de publicar algún material que sirviera para explicar a nuestra comunidad las generalidades de la parálisis cerebral. Recuerdo que desde la primera reunión hicimos click. Ruth y Brenda no sabían bien a bien qué hacer exactamente, o cómo hacer lo que pudiera hacerse, así que mi labor en ese caso fue meramente orientadora y, en algún sentido, motivacional. Además de darles confianza sobre la potencial cristalización de objetivo, me ofrecí para colaborar en todo el proceso editorial. Definimos el proyecto y comenzamos a caminar en la misma dirección.
Mails
fueron, mails vinieron, y varias mañanas, muy temprano, nos reunimos en Mentes
con Alas para examinar los avances. Sospecho que no hubo recaídas, que en todo
momento supimos que paso a paso llegaríamos a la meta.
Esa
meta es, precisamente, este día. Casi un año después de haberla soñado, tenemos
ya la primera publicación divulgativa de Mentes con Alas, y es un gusto
presentarla para ustedes. Como todo producto complejo, un libro demanda
trabajo, cuidado, concentración, disciplina y, por qué no decirlo, amor, pasión
por hacerlo con la cabeza puesta en un ideal de perfección. Para que un libro
quede bien, cualquiera que sea su extensión, su tema o su destinatario, es
imprescindible seguir un proceso y aprobar cada escala con total eficacia. Lo
primero que hicimos para encarrilar Mi
mundo increíble fue definir su naturaleza: sería una narración para niños,
pues a partir de allí podíamos entrar al corazón y la mente de los pequeños
para influir en ellos y, de paso, en sus padres y maestros. Teníamos dos rutas
posibles: un libro meramente técnico, instructivo, de alguna manera un tanto
frío, o una relato que aprovechara el gusto por la ficción que tienen los niños
para, con él, contar una historia intrigante, divertida y al mismo tiempo
instructiva y aleccionadora, con una moraleja implícita, disuelta en todas sus
páginas.
El
texto es la base de un libro como Mi
mundo increíble, pero dado el destinatario no quisimos que se caracterizara
por la austeridad tipográfica que suele ser más adecuada para el adulto. Fue
allí cuando pensamos en Tere Hernández —mi ex alumna en la Ibero y luego, lo
digo con agradecimiento, maestra de una de mis hijas— para añadir el aderezo de
las ilustraciones a color. Creo no exagerar si afirmo que el trabajo de
Teresita es extraordinario, creativo, respetuoso con el arte y con quienes esta
vez fueron sus modelos. Tere se lució en este libro, tanto que gracias a las
imágenes creadas por su talentosa mano siento que Mi mundo increíble tiene vida propia, plenitud de organismo animado
por el trazo y el color, luz en cada una de sus páginas.
Gran
parte del trabajo de edición se va en planear, en hacer, en corregir, en
cambiar, en agregar, en buscar que el libro sea al final un objeto apreciable.
Nosotros avanzamos con total cuidado. Su contenido general es sencillo y creo
que ofrece, de una manera precisa, lo indispensable para que un niño de entre 7
y 10 años sepa qué es la parálisis cerebral y luego comparta ese conocimiento
con sus compañeros y con los adultos que habitan en su entorno. Luego de la
introducción de Ruth Berlanga, entramos al relato en sí y a las ilustraciones
de Tere Hernández. Después, hay tres apartados con carácter instructivo: “¿Cómo
puedes ayudarlos?”, “Reflexión” y “Glosario”. El conjunto crea, como ya dije,
una visión periférica del tema y permite que los niños adquieran conciencia
sobre el problema y ayuden a solucionarlo, o, al menos, a paliarlo.
Modestia
aparte, estoy orgulloso del resultado. Me siento muy alegre porque logramos
articular un equipo solidario, un pequeño laboratorio editorial movido por la
amistad y el anhelo de comunicar, de comunicar bien. Ruth, Brenda y quizá
alguien más crea ingenuamente que me relacioné con este proyecto para dar. Por
supuesto que se equivocan, pues yo participé en Mi mundo increíble para recibir, para recibir su ejemplo de
solidaridad, de entereza, de fe en el futuro y de noble persistencia en un
ideal. Quizá di algo, no sé, pero siempre que doy recuerdo aquella hermosa paradoja
de mi amigo Rogelio Guedea, escritor colimense radicado en Nueva Zelanda: “Al
final, uno sólo tiene lo que ha dado”. Pues bien, esto que estamos dando o
tratando de dar, la historia y la información contenidas en Mi mundo increíble, es lo que al final
permanecerá en mí, en nosotros, en nosotras.
Nota: Texto leído el 27
de octubre de 2012 en la presentación de Mi
mundo increíble, Mentes con Alas, Torreón, 2012, 41 pp. Participamos Ruth
Berlanga, Brenda Moreno, Ricardo Murra Talamás y yo.