martes, enero 10, 2012
Canasta básica
Inquieto, sobre la silla y frente a la mesa desolada, Juan pregunta:
—Ma, ¿qué vamos a comer hoy?
—Ya no hay nada, hijo. La sopa de ayer era lo último que nos quedaba.
Juan se queda con la boca abierta y en sus ojos redondos e infantiles hay un brillo de incertidumbre.
—No hay más remedio, hijo: hoy nos comeremos tu brazo izquierdo.
—¿Mi brazo, ma?
—Sí, tu brazo.
Mientras decía eso, la madre acarició levemente el brazo de su hijo. Poco después, resignada, hizo lo que pensó, cortarlo y cocinarlo con los restos de gas que todavía guardaba el tanque.
Comieron. Comieron brazo y al día siguiente repitieron el platillo, esta vez de brazo derecho. Como la situación no mejoró, siguieron con una pierna, luego con la otra, después con el tórax. Juan reclamó cuando llegó la hora de la cabeza.
—Ma, si cocinas mi cabeza, no tendré boca para comerme mi cabeza.
La madre, confundida un momento, concluyó.
—Tienes razón, hijo. Sería absurdo cocinar tu cabeza. Comenzaremos ya con uno de mis brazos.