viernes, enero 20, 2012
Afición que arropa
El estado de expectativa que se crea poco antes de que arranque una temporada es uno de los momentos más extraños de la pasión futbolera. Cunden las preguntas: ¿funcionarán los refuerzos? ¿Será una buena temporada? ¿Llegaremos a la liguilla? ¿Podemos anhelar el campeonato? ¿Fracasaremos? El aficionado, por supuesto, alimenta su esperanza y en él reverdecen los deseos de éxito. Es, pues, un momento grato de ansiedad, un previo saborear los triunfos inminentes del equipo.
Tengo una idea de la fidelidad futbolera que está más allá de los resultados. Si bien anhelo triunfos, goleadas, trofeos para los equipos de mi querencia, creo en mis colores como creo en mis parientes y en mis amigos. No importa si no les va bien, no importa si algunas veces tropiezan o de plano caen en bancarrotas materiales o morales: trato de estar cerca, de mostrar que el altibajo es parte de la vida como es parte del deporte.
De hecho, nunca es más valiosa la solidaridad como cuando se manifiesta en el infortunio. Cerrar filas con el invencible es fácil; lo difícil es abrazar al que, como en la vida de la mayoría, a veces gana y a veces pierde. En este sentido, recuerdo siempre los primeros años del santismo lagunero. Aquellos aficionados del amanecer albiverde se forjaron en la dificultad, en la permanente amenaza del descenso, en las goleadas en contra, pero siguieron firmes y muchos de ellos viven para contarnos que no siempre tuvimos un equipo exitoso.
Es lógico y legítimo que apetezcamos victorias, que reanudemos el deseo de otra final y de otro campeonato, pero un buen aficionado debe estar más allá del éxito coyuntural. Sólo así el jugador, el equipo todo, se sentirá arropado por una afición no caprichosa sino firme en su convicción de apoyar como apoyamos al pariente y al buen amigo: en las buenas y en las malas, siempre.