martes, enero 17, 2012
Eco de una carta
Un solo tuit y un solo enlace en Facebook hice ayer de la carta sobre lo dicho por un cómico y eso detonó respuestas de toda índole.
Puedo clasificarlas en cinco orientaciones: a) las de apoyo total, la mayoría; b) las de rechazo total al tono y sentido de mi carta; c) las de relax, ésas que recalcan que el tema no da para tanto, que "los mexicanos somos así", que "nos burlamos de todo"; d) las que enfatizan que me quedé corto, y e) las que plantean que lo importante es otro asunto y no lo que dice la carta.
Las respuestas disímbolas eran de esperarse. En este tipo de temas, o en todos, es imposible lograr unanimidad. Lo importante, creo, es que destacó, en general y de muchas maneras, la justa irritación provocada por la ofensa, intencional o no, da lo mismo, a la memoria de 49 niños cuyas muertes merecen, a mi modesto parecer, el mayor de los respetos.
Sobre las respuestas aprobatorias poco o nada puedo decir; las agradezco nomás, esto no sólo porque palomearon mi carta, sino, principalmente, porque se unieron a una indignación que para mí es legítima.
Las de rechazo fueron pocas, y basaron su postura en el tono airado de mi exposición. No les gustó, pues, la estridencia, creen que me rebajé, que incurrí en la misma vulgaridad del comediante que provocó la controversia. Sólo quiero decir esto. La estridencia no es falaz, premeditada. Es el resultado de mi genuina inconformidad. Jamás me he dirigido así, ni por escrito ni en persona, a nadie, y para prueba allí están, abiertas y firmadas, unas cinco mil cuartillas en este blog y otras tantas en mis libros. La estridencia fue resultado inmediato de mi indignación, y aunque luego de escribir la carta pensé en descafeínar su tono, creí que así quedaba auténtica, que así expresaba lo mucho que me irritó el espeluznante chiste contra los niños de la Guardería ABC.
La tercera corriente de opinión, creo minoritaria, fue la del relax, aquella encaminada a desactivar la importancia del asunto en función de la idiosincrasia nacional. Sí, en efecto, los mexicanos nos burlamos de todo, somos crueles, muy aztecas, sacamos corazones en vida de nuestras víctimas y etcétera. Algo, sin embargo, me parece claro: quien hizo ese chiste fue un comunicador. Cómico y lo que se quiera, pero comunicador al fin, y de una empresa —la más poderosa de México— permanentemente cuestionada por frivolizar, ocultar, tergiversar, manipular y demás. Asimismo, el chiste se refirió a un tema dolorosamente vivo, la muerte horripilante de 49 bebés. Ojo: la muerte horripilante de 49 bebés cuyos padres no han dejado de sufrir y, para colmo, no han hallado una migaja de consuelo en la justicia. Así pues, me atrevo a pensar que, aunque los mexicanos nos burlemos de todo, puede haber inevitables excepciones, y ésta, el incendio de la Guardería ABC, es una de ellas.
La cuarta tendencia es la que opina que me quedé corto. Creo que en estos temas siempre, irremediablemente, nos quedaremos cortos, pues lo ideal sería trazar párrafos incontestables, severos, perfectos. Pese a que escribí o traté de escribir con dureza o al menos con ruda sinceridad, algunos alegaron que le faltó punch. Es imposible quedar bien con todos.
Por último, cierto número de respuestas optó por recordarme que una carta no servía para nada, que los muertos por la guerra narca son la verdadera tragedia, y así; algún otro me pidió que escribiera bien, y tuvo la bondad de ofrecerme, con mala ortografía, un curso relámpago de gramática. Sobre esto debo señalar lo siguiente: la carta era una carta, no una monografía donde pudiera caber todo. Me queda claro que hay otras tragedias sobre las cuales habrá otros textos, me queda claro que la desgracia de la Guardería ABC es la peor (en-su-tipo, recalco ahora) de las que han ocurrido en la historia de México, entiendo que también los tarahumaras están padeciendo una tragedia secular. Todo eso lo entiendo y en muchos momentos ha sido tema de mis textos, pero en esta ocasión escribí una carta abierta y per-so-nal, no un tratado sobre problemas nacionales. De hecho, la carta tiene un objetivo tan específico (cuestionar los chistes macabros de un comunicador) que adrede no mencioné, por ejemplo, a Molinar Horcasitas, pues de inmediato yo iba a recibir acusaciones de partidismo y politización del tema. Para evitar, sin embargo, que me acusaran de indiferente a la falta de justicia en este caso, enlacé un texto de mi propio blog, uno de los cinco o seis, no sé, que escribí poco después de la tragedia. Vale pensar que, como dice Julio Hernández López en su Astillero de hoy, lo ideal es que este y cualquier otro tema debe trascender la esfera de lo anecdótico y recibir un tratamiento que recalque la exigencia de justicia, es decir, que no sea sólo un desahogo, aunque esto es muy difícil de lograr en un país mayoritariamente "anestesiado".
Sé que el comediante ya se disculpó. Algunos creen que su mea culpa es insuficiente. Pues sí, es insuficiente eso y sería insuficiente que clausuraran su programa de televisión. Frente a la injusticia imperante, frente a la barbarie, la muerte, la desigualdad, todo parece, o es, insuficiente. Lo único suficiente es la utopía, lástima que para alcanzarla se requiera una voluntad que acaso no tenemos. Empecemos pues por eso: por tener la voluntad de cambiar algo para bien, lo que sea.