Ayer a las seis de la mañana me despertó una llamada telefónica. Como debo la mensualidad de una tarjeta, pensé que eran los malnacidos del banco que otra vez, como a millones en México, me iban a urgir el pago que no pude hacer porque me gasté todo en España. En fin, contesté. Mayúscula fue mi sorpresa: no eran los torturadores del banco, esas bestezuelas con alma de extorsionador, sino un hombre que dijo ser el “representante de Pelé”. Seguro de que era una broma, le seguí la corriente, me hice el no sorprendido y le pregunté que qué se le ofrecía. Primero, se disculpó por llamar a esa hora, pero dijo que no había otra opción, pues el señor Arantes do Nascimento no disponía de un minuto libre en su visita a Torreón, salvo una media hora de las 7 a las 7:30 de la mañana de ayer. Debido a mi escepticismo y a mi modorra, no entendí bien su acento brasileño, pero algo me explicó sobre la literatura y la importancia que el señor Pelé le daba a quienes alguna vez han escrito relatos imaginarios sobre futbol. “Nos hemos informado —dijo— que usted es el único en esta región que ha inventado historias de futbol, por eso él quiere platicar con usted”. Por supuesto, cuando el de la voz dijo “él” se refería a “Él”, un dios, nada menos que el Rey Pelé. Convencido, serio ante lo que yo consideraba una broma de pésimo gusto, el asistente del ídolo me convidaba a una charla de media hora con Pelé. “Tiene que ser ahora mismo, a las siete en punto”. Luego me dio la dirección, y colgó. Eran las 6:15 de la mañana del miércoles 11 de noviembre de 2009, un Gran Día para la afición futbolera de la comarca.
Con todas las dudas encima de mí, de todos modos apuré la ducha y el arreglo básico. Salí sin pensarla más, aunque con la pesada sensación de que alguien jugaba a mis costillas y estaba a punto de estallar en una carcajada del tamaño del TSM. Llegué al edificio, donde una persona se adelantó hacia mí. Sin hablar, el sujeto que parecía empleado del hotel me llevó a un elevador, luego a una suite. Dio dos leves toquidos a la puerta. Eran las siete en punto. Abrió la puerta un tipo perfectamente vestido con un traje de dos piezas y una brillosa corbata de chillón color verde-amarillo. Me dijo buenos días y de inmediato reconocí la voz: era el mismo sujeto que me había despertado por teléfono hacía pocos minutos. Me dijo adelante, tanto gusto, y me dio asiento en un sillón lujoso aledaño a un escritorio todavía más lujoso. Un minuto después, de la puertita medio escondida de un vestidor apareció la fantástica figura de Pelé. Por supuesto, en ese instante pensé que en realidad yo no había despertado y que todavía estaba soñando bien acurrucadito junto a mis almohadas. Pero no, pues Pelé se adelantó hacia mí, me puse de pie, me estrechó la mano y me dio un abrazo cordial, como si nos conociéramos de toda la vida. Luego pidió que otra vez tomara asiento. Él usó el sillón alto y finísimo del escritorio, yo el del visitante. Y comenzamos a platicar.
Me dijo que estaba interesado en los escritores que poco a poco se habían ido acercando al futbol, y que secretamente había formado ya una enorme biblioteca de literatura sobre balompié. Comentó que por una carambola, un amigo argentino suyo le había dado mi librito con historias futboleras, así que cuando supo que iba a visitar La Laguna pensó en charlar conmigo. Le agradecí, incrédulo ante mi enorme buena suerte. Le dije que ese librito, una poquedad, lo dediqué a Maradona, pues en la discordia mundial que obligaba a elegir al brasileño o al argentino como el mejor de la historia, yo opté y sigo optando por el Pelusa, pero eso no significa que “usted, amigo Pelé, no sea un monstruo”. Sin titubeos, le dije que más allá de lo deportivo, en el futbol él era lo que al pacifismo Gandhi, o a la lucha guerrillera el Che, o a la filosofía del siglo XX Sartre, o a la pintura Picasso. Querámoslo aceptar o no, usted es como la Mona Lisa del futbol, el icono histórico y mundial del deporte más popular del planeta. “Hasta he llegado a pensar que el nuevo estadio fue construido sólo como pretexto para que usted viniera”. Hablamos un poco más. De todo, menos de futbol. Finalmente, Pelé me preguntó por qué acepté la apresurada invitación a platicar con él. Le respondí la verdad: “No sé, amigo Pelé, siento que esto es un sueño, un verdadero sueño”.
Con todas las dudas encima de mí, de todos modos apuré la ducha y el arreglo básico. Salí sin pensarla más, aunque con la pesada sensación de que alguien jugaba a mis costillas y estaba a punto de estallar en una carcajada del tamaño del TSM. Llegué al edificio, donde una persona se adelantó hacia mí. Sin hablar, el sujeto que parecía empleado del hotel me llevó a un elevador, luego a una suite. Dio dos leves toquidos a la puerta. Eran las siete en punto. Abrió la puerta un tipo perfectamente vestido con un traje de dos piezas y una brillosa corbata de chillón color verde-amarillo. Me dijo buenos días y de inmediato reconocí la voz: era el mismo sujeto que me había despertado por teléfono hacía pocos minutos. Me dijo adelante, tanto gusto, y me dio asiento en un sillón lujoso aledaño a un escritorio todavía más lujoso. Un minuto después, de la puertita medio escondida de un vestidor apareció la fantástica figura de Pelé. Por supuesto, en ese instante pensé que en realidad yo no había despertado y que todavía estaba soñando bien acurrucadito junto a mis almohadas. Pero no, pues Pelé se adelantó hacia mí, me puse de pie, me estrechó la mano y me dio un abrazo cordial, como si nos conociéramos de toda la vida. Luego pidió que otra vez tomara asiento. Él usó el sillón alto y finísimo del escritorio, yo el del visitante. Y comenzamos a platicar.
Me dijo que estaba interesado en los escritores que poco a poco se habían ido acercando al futbol, y que secretamente había formado ya una enorme biblioteca de literatura sobre balompié. Comentó que por una carambola, un amigo argentino suyo le había dado mi librito con historias futboleras, así que cuando supo que iba a visitar La Laguna pensó en charlar conmigo. Le agradecí, incrédulo ante mi enorme buena suerte. Le dije que ese librito, una poquedad, lo dediqué a Maradona, pues en la discordia mundial que obligaba a elegir al brasileño o al argentino como el mejor de la historia, yo opté y sigo optando por el Pelusa, pero eso no significa que “usted, amigo Pelé, no sea un monstruo”. Sin titubeos, le dije que más allá de lo deportivo, en el futbol él era lo que al pacifismo Gandhi, o a la lucha guerrillera el Che, o a la filosofía del siglo XX Sartre, o a la pintura Picasso. Querámoslo aceptar o no, usted es como la Mona Lisa del futbol, el icono histórico y mundial del deporte más popular del planeta. “Hasta he llegado a pensar que el nuevo estadio fue construido sólo como pretexto para que usted viniera”. Hablamos un poco más. De todo, menos de futbol. Finalmente, Pelé me preguntó por qué acepté la apresurada invitación a platicar con él. Le respondí la verdad: “No sé, amigo Pelé, siento que esto es un sueño, un verdadero sueño”.