¿Cuál es el destino del libro ante las nuevas tecnologías? Esa pregunta, formulada así o de cualquier otra forma, late en el mundo editorial contemporáneo y se ha convertido en la interrogante principal de un negocio que implica millones de millones, el dineral mayúsculo que mueven la información, el conocimiento y la imaginación. Si hace diez o quince años parecía aún tema de ciencia ficción, las grandes corporaciones dedicadas a la impresión de papel, y sus satélites escritores, libreros, publicistas y lectores, ven como hecho irremediable que la edición cambiará de una manera todavía imprevisible. Ya calculamos que todo derivará en la digitalidad, pero no sabemos bien a bien cómo y mucho menos cuándo.
El tema será debatido en la FIL de Guadalajara, como era de esperarse en el foro más importante que tienen el libro y la lectura en América Latina. “La edición y la librería ante los cambios tecnológicos” es la idea sobre la que discutirán los especialistas. La nota amplía que “El foro tendrá como objetivo contribuir al debate y al conocimiento de las diversas implicaciones de los cambios tecnológicos; y parte del supuesto de que analizar el surgimiento del libro electrónico aislado del conjunto de los restantes cambios en curso es reducirlo a una sola de sus dimensiones. Por esto, la innovación tecnológica se abordará en diferentes perspectivas, desde la editorial y la comercialización, hasta el punto de vista del lector y de los propios autores”. Entre otros, “Estarán presentes investigadores como Bob Stein y Chris Meade, del Instituto para el Futuro del Libro en Estados Unidos. También impartirá una conferencia John W. Warren, quien es director de mercadotecnia y publicaciones de RAND Corp, firma que ha realizado una importante investigación sobre el futuro del libro”.
En otras palabras, la crema de la crema en materia de futurismo editorial hará presencia en la FIL, lo que sin duda añade otro ingrediente de valor a ese encuentro ya de por sí atractivo. ¿Y qué es lo que opina este modesto lector y a veces escritor sobre el porvenir del libro y la lectura? Nunca me ha gustado la adivinación, pero en este caso, apoyado en las evidencias positivas, mi idea es que el papel que sirve para leer está condenado a desaparecer. No en el corto plazo ni totalmente, pero creo que ya hay evidencias tangibles de que muchos lectores, sobre todo jóvenes, hacen lo que parecía imposible para las generaciones formadas a la sombra del papel: leer en una pantalla. Los que opinamos, los que tenemos la edad y la experiencia para ser al menos medianamente creíbles, nos formamos o nos deformamos, según se quiera ver, con periódicos y libros impresos en papel. Por eso nos negamos a que el papel se extinga. Venimos del libro material, el mismo que, con diferentes formatos y distintos modos de reproducción, se posaba en nuestras manos para ser leído, esto desde que a alguien se le ocurrió escribir algo sobre una superficie razonablemente duradera. Pero así ocurre en nuestros días: las palabras mudas entran por la vista (o por el tacto, que también hay libros en braille) y nosotros las revivimos, las re-creamos. Es básicamente lo mismo que leer en una pantalla, así que por allí no está el problema; todo es una cuestión de costumbre, de acomodo. Los jóvenes, al convivir muchas horas frente a un monitor, tienen una tolerancia cada vez mayor a la luminosidad de la pantalla, a las letras y las imágenes hechas de luz y no de tinta. Ellos terminarán por abandonar el papel, como de hecho ya lo está sucediendo, esto a medida que se popularizan dispositivos de lectura con internet, audio, memoria y mil funciones más, lo que en definitiva deja al libro convencional convertido en objeto casi primitivo. Y un detalle extra entre los muchos detalles extras que provoca este debate: el almacenamiento. Llegará el día (¿ya llegó?) en el que un lector cargue con su biblioteca, con miles y miles de títulos, a donde se le antoje. Todo será cuestión de llevar un reproductor con buena pila (cada vez las fabrican más poderosas) para acceder, en cualquier playa, a lo que jamás fue soñado ni en Alejandría. Los lectores como yo, de papel, estamos pues condenados a morir. Ya ni llorar es bueno, sino adaptarse.
El tema será debatido en la FIL de Guadalajara, como era de esperarse en el foro más importante que tienen el libro y la lectura en América Latina. “La edición y la librería ante los cambios tecnológicos” es la idea sobre la que discutirán los especialistas. La nota amplía que “El foro tendrá como objetivo contribuir al debate y al conocimiento de las diversas implicaciones de los cambios tecnológicos; y parte del supuesto de que analizar el surgimiento del libro electrónico aislado del conjunto de los restantes cambios en curso es reducirlo a una sola de sus dimensiones. Por esto, la innovación tecnológica se abordará en diferentes perspectivas, desde la editorial y la comercialización, hasta el punto de vista del lector y de los propios autores”. Entre otros, “Estarán presentes investigadores como Bob Stein y Chris Meade, del Instituto para el Futuro del Libro en Estados Unidos. También impartirá una conferencia John W. Warren, quien es director de mercadotecnia y publicaciones de RAND Corp, firma que ha realizado una importante investigación sobre el futuro del libro”.
En otras palabras, la crema de la crema en materia de futurismo editorial hará presencia en la FIL, lo que sin duda añade otro ingrediente de valor a ese encuentro ya de por sí atractivo. ¿Y qué es lo que opina este modesto lector y a veces escritor sobre el porvenir del libro y la lectura? Nunca me ha gustado la adivinación, pero en este caso, apoyado en las evidencias positivas, mi idea es que el papel que sirve para leer está condenado a desaparecer. No en el corto plazo ni totalmente, pero creo que ya hay evidencias tangibles de que muchos lectores, sobre todo jóvenes, hacen lo que parecía imposible para las generaciones formadas a la sombra del papel: leer en una pantalla. Los que opinamos, los que tenemos la edad y la experiencia para ser al menos medianamente creíbles, nos formamos o nos deformamos, según se quiera ver, con periódicos y libros impresos en papel. Por eso nos negamos a que el papel se extinga. Venimos del libro material, el mismo que, con diferentes formatos y distintos modos de reproducción, se posaba en nuestras manos para ser leído, esto desde que a alguien se le ocurrió escribir algo sobre una superficie razonablemente duradera. Pero así ocurre en nuestros días: las palabras mudas entran por la vista (o por el tacto, que también hay libros en braille) y nosotros las revivimos, las re-creamos. Es básicamente lo mismo que leer en una pantalla, así que por allí no está el problema; todo es una cuestión de costumbre, de acomodo. Los jóvenes, al convivir muchas horas frente a un monitor, tienen una tolerancia cada vez mayor a la luminosidad de la pantalla, a las letras y las imágenes hechas de luz y no de tinta. Ellos terminarán por abandonar el papel, como de hecho ya lo está sucediendo, esto a medida que se popularizan dispositivos de lectura con internet, audio, memoria y mil funciones más, lo que en definitiva deja al libro convencional convertido en objeto casi primitivo. Y un detalle extra entre los muchos detalles extras que provoca este debate: el almacenamiento. Llegará el día (¿ya llegó?) en el que un lector cargue con su biblioteca, con miles y miles de títulos, a donde se le antoje. Todo será cuestión de llevar un reproductor con buena pila (cada vez las fabrican más poderosas) para acceder, en cualquier playa, a lo que jamás fue soñado ni en Alejandría. Los lectores como yo, de papel, estamos pues condenados a morir. Ya ni llorar es bueno, sino adaptarse.