domingo, octubre 04, 2009

Fauna para cantar



Deambula con sus gratos materiales el número 44 de Nomádica, revista sobre “Ecodiversidad, arte e historia del norte de México”. Es la salida que corresponde a septiembre, y de nuevo conviene acercarse a su contenido. Además de otros valiosos, hay al menos tres textos imperdibles: 1) El titulado “Amenaza al hábitat”, reportaje de Héctor Esparza sobre el saqueo de agua a las pozas de Cuatro Ciénegas; 2) Sobre las mismas aguas, aunque enfocado desde la biología, “Las bacterias monjitas de Cuatro Ciénegas”, firmado por Valeria Souza, especialista de la UNAM cuyos trabajos científicos son, per se, testimonio de activismo ambiental; y 3) De Paco Valdés Perezgasga, “Pringle y Vavilov en La Laguna”, comentario sobre dos viajeros (uno norteamericano, otro ruso) que alguna vez, a finales del XIX y principios del XX, pasaron por nuestras estepas. Hay, por supuesto, más textos y abundantes fotos. Yo colaboré con lo que aquí arrimo:
Recuerdo una charla de hace como cinco años, vía MSN, con mi amigo Juan Pablo Neyret; él estaba en Mar del Plata, Argentina; yo, en Torreón. Entramos al tema del tango, cruzamos dos o tres opiniones, y en algún momento reparamos en los animales que aparecen en las letras de ese género. “De momento no me viene a la cabeza alguna que mencione animales”, escribió Neyret; yo, no sé cómo, le respondí con un rechiflado verso de “Mano a mano”: “Quizá los más famosos animales tangueros son el gato maula que juega con el mísero ratón”. “Sí —dice Neyret—, cómo los estaba olvidando”. Eso me hizo ver claros dos hechos: que mi memoria no es, o era, tan mala, y que puedo conversar con un argentino al menos sobre generalidades de su patria. Traigo la anécdota como pretexto para pensar sobre lo mismo: los animales en la lírica popular.
Las canciones con o sobre animales incorporados por la musa callejera a las letras tienen generalmente un cariz cómico. No todas, pero sí la mayoría. A veces son abordados en sentido estricto, es decir, la letra menciona al animal y debemos pensar en él como lo que es, un animal equis. En otras, el animal es una metáfora del hombre, como en las fábulas. Difícilmente, eso sí, el animal puede aparecer en un tema sin provocar que la sonrisa florezca en quien escucha. Es raro, pues, que el animal se haga presente en un tema dramático, como acontece en “La Comparsita”, otro tango: “Y aquel perrito compañero, / que por tu ausencia no comía, / al verme solo el otro día, / también me dejó”.
Lo común es, más bien, que sea actor en canciones jocosas, bullangueras, festivas. En muchos casos, por muy terrorífico que sea el bicho la música anula el efecto trágico, como en el famoso tema de Mike Laure: “Tiburón, tiburón / tiburón, tiburón / tiburón a la vista, bañista // Un tiburón quiere agarrar / carnita buena / para almorzar. // Vente a la playa mujer / vente a la arena a jugar / que un tiburón te puede alcanzar”. Pasa casi lo mismo con la risible desgracia del cornudo que habita “El venao” de Wilfrido Vargas: “Y que no me digan en la esquina / el venao, el venao / que eso a mí me mortifica, / el venao, el venao”.
A diferencia de lo que sucede en Argentina y Uruguay, en la letrística latinoamericana restante hay una tendencia a reír con la mención de fauna doméstica o salvaje. Las milongas de Zitarrosa y Yupanqui admiten al animal como compañero de vida y tras su muerte, por ello, recibe versos dolidos. El cantor uruguayo dice: “[Hablado] El 28 de diciembre, de madrugada, me encontré con Juanita muerta; con las patitas abiertas sobre sus huevitos, como recogida y pensativa sobre el nido, había quedado fría y rígida como una cascarita de naranja, tal vez recordando el perfume del verano y el canto de sus hijos, ya nacidos. [Cantado] Dulce Juanita, dulce Juanita, mi tierna pajarita, ay, / cómo pudo caberte en el cuerpecito toda la muerte, ay, / tristecita y helada, empollando nada, tu vida entera. / Duró una primavera y quedó acabada de madrugada”. Por su parte, Yupanqui expresa en “El alazán”, canción que por cierto elogió Borges, lo cual no es poco decir: “[Sobre el caballo que muerte tras caer en un barranco] En el fondo del abismo / ni una voz para nombrarlo, / solito se fue muriendo / ¡mi caballo, mi caballo! // En una horqueta del tala / hay un morral solitario, / y hay un corral sin relincho. / ¡Mi alazán te estoy nombrando! // Si como dicen algunos / hay cielo pa’l buen caballo, / por ahí andará mi flete / galopando, galopando”. Los corridos mexicanos de caballos también tienen ese tono oscuro, pero sospecho que la pátina que los cubre no es nostálgica, sino bravía.
El sentimiento trágico de la lucha es evidente en las canciones sobre toros y gallos. Aborrezco esas contiendas armadas y defendidas artificiosamente por el hombre, pero su lírica no deja de contener vigor expresivo: [Sobre el niño que por el deseo de torear entra de noche y clandestinamente a un corral con toros] “De pronto la noche hermosa ha visto algo / y está llorando, / palomas, palomas blancas / vienen del cielo, vienen bajando; / mentira si son pañuelos, pañuelos blancos / llenos de llanto / que caen como blanca escarcha / sobre el chiquillo que agonizando... // Toro, toro asesino / ojalá y te lleve el diablo, / toro, toro asesino / ojalá y te lleve el diablo”. Desde el punto de vista meramente poético, es difícil superar una estampa octasilábica como la de “Pelea de gallos”: “Ya comienza la pelea, / las apuestas ya casadas, / las navajas amarradas / centellando bajo del sol. / Cuando sueltan a los gallos / temblorosos de coraje / no hay ninguno que se raje / para darse una agarrón. // Con sus plumas relucientes / y aventando picotazos / quieren hacerse pedazos, / pues traen ganas de pelear, / y en el choque cae el giro / sobre el suelo ensangrentado / ha ganado el colorado / que se pone ya a cantar”.
Se quedan en el tintero muchos animales, tantos que dan para desear una ampliación a este breve repaso. Estoy pensando en el “Gavilán pollero”, en “Paloma querida”, en “Gavilán y paloma” y en muchas otras. Los animales no podían escapar al acecho imaginativo y a los estados anímicos del hombre que hace letras para el canto.