Supongo que ya advertimos un fenómeno muy importante para la cultura regional; si no, lo subrayo: que estamos siendo invadidos por la buena música. No exagero, y nomás por no dejar, doy datos duros: del viernes 18 al martes 29 de septiembre fui testigo de cuatro conciertos, lo que jamás hubiéramos imaginado, digamos, hace una década. Por la razón que sea, el hecho es evidente: la música de mayores implicaciones estéticas y más alto grado de dificultad va siendo en La Laguna un acontecimiento común, casi cotidiano, tanto que nos estamos acostumbrando a pensar que lo merecemos.
Pues sí, creo que lo merecemos, pero aún no hemos sabido estar a la altura, como público, de lo que se nos ofrece, lo que casi es lo mismo que contradecirme: no lo merecemos. Y no lo digo en función del desconocimiento generalizado del aspecto técnico o histórico de la música, sino del simple deseo de asistir a los conciertos con el ánimo de ir, poco a poco, aprendiendo, mejorando nuestro gusto, precisando las infinitas variantes que nos ofrece esta manifestación artística. No hablo desde arriba, sino, más bien, desde abajo: soy uno más de los miles de laguneros que ha quedado a deber, que no ha apoyado lo suficiente. La diferencia es que soy conciente de ello y lo lamento. Y no sólo, para mayor lástima, he sido asistente irregular, sino algo igual o peor de grave: no he puesto mi palabra al servicio de la música. Lo he deseado, pero me detiene el miedo de errar en los juicios, de no tener el suficiente instrumental lingüístico ni la enciclopedia necesaria para tratar un tema de suyo especializado. A esta omisión, que me apena, a veces me le opongo: qué importa no ser experto, qué importa escribir, como aquí, más con el corazón que con la cabeza. Para algo servirá, con mayor razón si reparo en que nadie le da seguimiento frecuente a todo esto. Sé que hay gacetillas, que allí está el encomiable trabajo de Intermezzo, pero falta, creo, algo más frecuente, la reseña que exalte y enfatice las implicaciones de tal o cual concierto, el valor o la belleza de tal o cual ejecución.
Hago un recuento probatorio de mi dicho sobre el generoso viento que sopla a favor de la música tocada aquí, lo que jamás hubiéramos imaginado quienes solemos movernos en el mundillo de la cultura local. El viernes 18 de septiembre tuvimos en el TIM un recital de violochelo y piano con Sergey Kosemyan y Anna Markosyan. Fue una presentación excelente. Como en pocas ocasiones sucede, los ejecutantes tuvieron una leve falla. Todo el público notó que la pianista salió incómoda del hecho, pero ante la adversidad, la bella Anna Markosyan acometió la Suggestion diabolique de Prokofiev con una decisión espectacular que sofocó cualquier mala expectativa.
Luego, el miércoles 23 de septiembre, en el marco del espléndido (no es menos que espléndido) Festival de Piano del TIM, el maestro húngaro Peter Frankl despachó un programa exquisito que incluyó obras de Haydn, Schumann, Debussy, Jancek y Chopin. Este Festival es de veras una joya de la cartelera cultural lagunera. Hay tres fechas más de aquí a diciembre, así que no puedo menos que recomendar ese festín.
Dos días después, el viernes 25 de septiembre, la Camerata hizo nuevamente de las siempre bienvenidas suyas y ofreció una velada con puro Beethoven. Interpretó el Concierto para piano No. 1 y la Sinfonía No. 2. En el piano estuvo el maestro Alain del Real.
El martes 29, bajo el auspicio de la CFE, el Ensamble Vivaldi dirigido por el maestro Jorge Paulín brindó en el TIM un grato concierto con temas de películas famosas. Cantó la soprano Sandra Marina Obregón, y estoy seguro que los trabajadores de la Comisión salieron harto complacidos.
No olvido que días después hubo aportes de Natalia Riazanova y su Academia y que otras instituciones (como el Colegio Cervantes) también están apoyando estos esfuerzos. Tampoco se me pasa la merecida beca del Conaculta para Ricardo Acosta. Falta público, falta que comencemos el crescendo del orgullo por tener tanta y tan buena música entre nosotros. Por cierto, nos vemos hoy en el Nazas: hay Camerata.
Pues sí, creo que lo merecemos, pero aún no hemos sabido estar a la altura, como público, de lo que se nos ofrece, lo que casi es lo mismo que contradecirme: no lo merecemos. Y no lo digo en función del desconocimiento generalizado del aspecto técnico o histórico de la música, sino del simple deseo de asistir a los conciertos con el ánimo de ir, poco a poco, aprendiendo, mejorando nuestro gusto, precisando las infinitas variantes que nos ofrece esta manifestación artística. No hablo desde arriba, sino, más bien, desde abajo: soy uno más de los miles de laguneros que ha quedado a deber, que no ha apoyado lo suficiente. La diferencia es que soy conciente de ello y lo lamento. Y no sólo, para mayor lástima, he sido asistente irregular, sino algo igual o peor de grave: no he puesto mi palabra al servicio de la música. Lo he deseado, pero me detiene el miedo de errar en los juicios, de no tener el suficiente instrumental lingüístico ni la enciclopedia necesaria para tratar un tema de suyo especializado. A esta omisión, que me apena, a veces me le opongo: qué importa no ser experto, qué importa escribir, como aquí, más con el corazón que con la cabeza. Para algo servirá, con mayor razón si reparo en que nadie le da seguimiento frecuente a todo esto. Sé que hay gacetillas, que allí está el encomiable trabajo de Intermezzo, pero falta, creo, algo más frecuente, la reseña que exalte y enfatice las implicaciones de tal o cual concierto, el valor o la belleza de tal o cual ejecución.
Hago un recuento probatorio de mi dicho sobre el generoso viento que sopla a favor de la música tocada aquí, lo que jamás hubiéramos imaginado quienes solemos movernos en el mundillo de la cultura local. El viernes 18 de septiembre tuvimos en el TIM un recital de violochelo y piano con Sergey Kosemyan y Anna Markosyan. Fue una presentación excelente. Como en pocas ocasiones sucede, los ejecutantes tuvieron una leve falla. Todo el público notó que la pianista salió incómoda del hecho, pero ante la adversidad, la bella Anna Markosyan acometió la Suggestion diabolique de Prokofiev con una decisión espectacular que sofocó cualquier mala expectativa.
Luego, el miércoles 23 de septiembre, en el marco del espléndido (no es menos que espléndido) Festival de Piano del TIM, el maestro húngaro Peter Frankl despachó un programa exquisito que incluyó obras de Haydn, Schumann, Debussy, Jancek y Chopin. Este Festival es de veras una joya de la cartelera cultural lagunera. Hay tres fechas más de aquí a diciembre, así que no puedo menos que recomendar ese festín.
Dos días después, el viernes 25 de septiembre, la Camerata hizo nuevamente de las siempre bienvenidas suyas y ofreció una velada con puro Beethoven. Interpretó el Concierto para piano No. 1 y la Sinfonía No. 2. En el piano estuvo el maestro Alain del Real.
El martes 29, bajo el auspicio de la CFE, el Ensamble Vivaldi dirigido por el maestro Jorge Paulín brindó en el TIM un grato concierto con temas de películas famosas. Cantó la soprano Sandra Marina Obregón, y estoy seguro que los trabajadores de la Comisión salieron harto complacidos.
No olvido que días después hubo aportes de Natalia Riazanova y su Academia y que otras instituciones (como el Colegio Cervantes) también están apoyando estos esfuerzos. Tampoco se me pasa la merecida beca del Conaculta para Ricardo Acosta. Falta público, falta que comencemos el crescendo del orgullo por tener tanta y tan buena música entre nosotros. Por cierto, nos vemos hoy en el Nazas: hay Camerata.