¿Cómo participar sin dinero en unos juegos olímpicos? Imposible. Si algo tiene ahora el llamado “deporte de alto rendimiento” es una gran capacidad para absorber dinero. Por eso, sólo por eso, el deporte amateur casi ha desaparecido al menos de esas justas. De algunos años a la fecha, lo que se ha impuesto es el jugoso patrocinio que las federaciones hacen a los atletas que hayan demostrado mayor capacidad, o de plano el apoyo de sponsors privados que aflojan la marmajota para que luzcan sus marcas registradas en tenis, medias, blusas y pantaloncillos. En el deporte olímpico actual, para acabar pronto, sin dinero no baila ningún perro.
Esa triste realidad la conoce muy bien el joven neozelandés Logan Campbell, taekwondoín que sueña con participar en las olimpiadas de Londres 2012 pero que, caraja vida, carece de la plata necesaria para prepararse y luego para hacer el largo viaje desde su islita rinconera hasta la poderosa Inglaterra. A Campbell, sin embargo, no se le ha cerrado el mundo, como dicen los optimistas. Con espíritu de karateca, de un filudo manazo ha roto la inercia de la inmovilidad y diseñó un plan emergente para acopiar recursos: abrir un prostíbulo. La fe mueve montañas, igual que la calentura mueve a mucho pelao bragao hacia la búsqueda y consecución de aquello por lo que tantos problemas se dan en la vida de cualquier frágil ser humano.
Según los cables noticiosos llegados al corporativo mediático de Ruta Norte (una modesta lap top, pero le digo así para que se oiga machín), Campbell necesita al menos 100 mil euros para apersonarse dignamente en las olimpiadas de la neblinosa ciudad. Con un trabajo, digamos, ortodoxo (dependiente de McDonalds, repartidor de pizzas, escritor de reseñas bibliográficas…), el pobre taekwondoín vería frustrado muy anticipadamente su anhelo de competir en el máximo escenario del deporte internacional. De ahí que su cabeza de muchacho emprendedor le haya dictado una idea que en apariencia le podrá financiar, primero, el entrenamiento adecuado y, después, el largo y oneroso viaje. La idea genial del chico Campbell fue, pues, establecer y regentear un prostíbulo. El cálculo del precoz lenón es alcanzar la friolera de 250 mil euros, lo que serviría muchísimo para que sus padres no tengan que hacer una erogación tan alta. Los ingresos no pueden ser más cuantiosos porque Campbell tendrá que dividir sus ganancias con un socio (los giros negros —aquí, en Nueva Zelanda y en China— son irrealizables sin un socio que después traicionará o será traicionado).
Lo que era previsible ya se dio: el Comité Olímpico neozelandés demandó al taekwondoín por considerar que Campbell ha encontrado una forma de ganar dinero que no es la más adecuada. El joven, desde su peculiar visión empresarial, ha explicado que “Al final del día, siento que no estoy explotando ni forzando a nadie para estar aquí. Todos están aquí con libertad”.
La noticia le ha dado la vuelta al mundo, pues es la primera vez que de manera abierta un deportista con sueños olímpicos financia (financia, sin tilde, no financía) su actividad y agrega a su atlético porvenir de sangre, sudor y lágrimas el también líquido ingrediente del semen comercializado.
Si eso pasa en un país poderoso, desarrollado, estable como Nueva Zelanda, ¿qué no ocurre en México con los atletas que se saben talentosos pero por razones diversas no encuentran apoyo ni en federaciones ni en particulares? Creo que acá no queda más camino que seguir tocando puertas oficiales, dejar a un lado los apetitos de figurar en el olimpismo o, en el caso más desesperado, organizar hamburguesadas o pollocoas. La fundación de lupanares está tan competida que eso no garantiza nada. En Nueva Zelanda quizá se pueda hacer dinero con la prostitución, de ahí la alarma. En México eso sería casi un suicidio. Además, para qué instalar un congal pro-deportivo si la Federación Olímpica mexicana ya es eso: un burdel al que nadie, nunca, le ha exigido cuentas.
Esa triste realidad la conoce muy bien el joven neozelandés Logan Campbell, taekwondoín que sueña con participar en las olimpiadas de Londres 2012 pero que, caraja vida, carece de la plata necesaria para prepararse y luego para hacer el largo viaje desde su islita rinconera hasta la poderosa Inglaterra. A Campbell, sin embargo, no se le ha cerrado el mundo, como dicen los optimistas. Con espíritu de karateca, de un filudo manazo ha roto la inercia de la inmovilidad y diseñó un plan emergente para acopiar recursos: abrir un prostíbulo. La fe mueve montañas, igual que la calentura mueve a mucho pelao bragao hacia la búsqueda y consecución de aquello por lo que tantos problemas se dan en la vida de cualquier frágil ser humano.
Según los cables noticiosos llegados al corporativo mediático de Ruta Norte (una modesta lap top, pero le digo así para que se oiga machín), Campbell necesita al menos 100 mil euros para apersonarse dignamente en las olimpiadas de la neblinosa ciudad. Con un trabajo, digamos, ortodoxo (dependiente de McDonalds, repartidor de pizzas, escritor de reseñas bibliográficas…), el pobre taekwondoín vería frustrado muy anticipadamente su anhelo de competir en el máximo escenario del deporte internacional. De ahí que su cabeza de muchacho emprendedor le haya dictado una idea que en apariencia le podrá financiar, primero, el entrenamiento adecuado y, después, el largo y oneroso viaje. La idea genial del chico Campbell fue, pues, establecer y regentear un prostíbulo. El cálculo del precoz lenón es alcanzar la friolera de 250 mil euros, lo que serviría muchísimo para que sus padres no tengan que hacer una erogación tan alta. Los ingresos no pueden ser más cuantiosos porque Campbell tendrá que dividir sus ganancias con un socio (los giros negros —aquí, en Nueva Zelanda y en China— son irrealizables sin un socio que después traicionará o será traicionado).
Lo que era previsible ya se dio: el Comité Olímpico neozelandés demandó al taekwondoín por considerar que Campbell ha encontrado una forma de ganar dinero que no es la más adecuada. El joven, desde su peculiar visión empresarial, ha explicado que “Al final del día, siento que no estoy explotando ni forzando a nadie para estar aquí. Todos están aquí con libertad”.
La noticia le ha dado la vuelta al mundo, pues es la primera vez que de manera abierta un deportista con sueños olímpicos financia (financia, sin tilde, no financía) su actividad y agrega a su atlético porvenir de sangre, sudor y lágrimas el también líquido ingrediente del semen comercializado.
Si eso pasa en un país poderoso, desarrollado, estable como Nueva Zelanda, ¿qué no ocurre en México con los atletas que se saben talentosos pero por razones diversas no encuentran apoyo ni en federaciones ni en particulares? Creo que acá no queda más camino que seguir tocando puertas oficiales, dejar a un lado los apetitos de figurar en el olimpismo o, en el caso más desesperado, organizar hamburguesadas o pollocoas. La fundación de lupanares está tan competida que eso no garantiza nada. En Nueva Zelanda quizá se pueda hacer dinero con la prostitución, de ahí la alarma. En México eso sería casi un suicidio. Además, para qué instalar un congal pro-deportivo si la Federación Olímpica mexicana ya es eso: un burdel al que nadie, nunca, le ha exigido cuentas.