Supongo que a muchos mexicanos les/nos encantaría escuchar en televisión abierta, con Alatorre o López Dóriga o Loret de Mola, la opinión de los sindicalistas de Luz y Fuerza del Centro y de sus simpatizantes. Como es costumbre, eso no ha ocurrido, o al menos no equitativamente, lo que torna sospechosos los soportes argumentales que dieron pie al decreto para extinguir LyFC. ¿Por qué, si vivimos en un régimen democrático y al Estado afirma que tiene la razón, no son escuchadas en la misma proporción todas las opiniones? Sencillo: porque no vivimos en un régimen democrático, sino en uno que simula apertura pero golpea permanentemente con la macana de las televisoras, órgano propagandístico del régimen. De entrada, pues, es de creer que algo no anda bien cuando vemos que la granizada sólo pega a un gremio y los demás (el de maestros, el de petroleros, que no son precisamente monjes tibetanos así como el grupo gobernante no es un hato de hermosas ovejas) quedan exentos de toda visita de la policía federal. La cosa jiede, con jota.
Y como la grilla chatarra disfrazada de política gourmet, la comida ídem. Cambio de tema abruptamente porque no le creo un céntimo al gobierno mientras no deje de mostrar que sus instrumentos mediáticos le sirven sólo a él. En fin. Pero no me alejo mucho, pues sigo en otra de las numerosas miserias que nos caracterizan, la del consumo grosero pero sabroso de comida chatarra. Ayer, el PRD demandó en la Cámara de Diputados que los alimentos chatarra y los productos que son vendidos como medicamentos milagrosos sean gravados con un 15% de IVA. El diputado chuchista-calderonista Guadalupe Acosta Naranjo emitió un enfático basta a la trampa de muchos remedios embusteros que no pagan impuestos y sólo sirven para adelgazar, pero los bolsillos de su incauta clientela.
Para justificar la propuesta, Acosta Naranjo ofreció un dato aterrador, pero seguramente falso, de la Secretaría de Salud: que el 50% por ciento de los mexicanos tiene/tenemos problemas de sobrepeso. Afirmo que es falso, pues cualquiera puede agarrar a cien mexicanos y segurito setenta o poco más andarán/andaremos con equipaje extra. “Nuestros hijos tienen graves problemas desde muy chicos al consumir muchas más calorías de las que se deberían de consumir con una alimentación sana y cuidadosa. La Secretaría de Salud dice que el Estado mexicano gasta más de 60 mil millones de pesos en combatir problemas de obesidad, diabetes y problemas derivados de una mala alimentación”, señaló el legislador.
Lo cierto es que no suena tan disparatado eso de cobrar un impuesto más alto a los chatarrizadores de la alimentación, pues no es mentira que hay un gasto muy alto de dineros públicos por atención a enfermos con obesidad y sus padecimientos derivados. En muchos casos será difícil saber, sin embargo, qué es chatarra y qué no, lo que, de aprobarse la iniciativa, obligará a las autoridades de salud a determinar los grados de bienestar o escoria que cada producto contenga en su ser. No es un rollo subjetivo, pero la diversidad de productos hace complicada la clasificación.
Para efectos caseros, inmediatos, todos sabemos lo que es mugre y lo que no. De hecho, el paladar del mexicano actual (un joven de 25 años, digamos) no falla, pues ha sido minuciosamente adiestrado para degustar toda la mierda envuelta en celofán que anuncian en la tele. En tiempos de uno (o sea, todavía en la época prephotoshopera de la publicidad), lo máximo era echarse unas Sabritas con una Coca (la Coca sólo tenía dos presentaciones, la grande y la pequeña), o un Gansito, o unos Submarinos (a los que Quico, el del Chavo, les decía “esponjositos, esponjositos”), o un Carlos V, o un Tico. Esa era la poca basura verdaderamente basura a la que podíamos acceder. Hoy, al contrario, nomás en materia de frituras hay mil variantes. En una palabra, cuando los arqueólogos del futuro estudien al mexicano actual concluirán que se desplazaba poco, que pasaba mucho tiempo sentado viendo tele y comiendo algo extraño que sólo contenía grasa y conservadores. Por todo, parafraseo al jabalí Pumba para definir nuestra comida chatarra: roñosa pero sabrosa.
Y como la grilla chatarra disfrazada de política gourmet, la comida ídem. Cambio de tema abruptamente porque no le creo un céntimo al gobierno mientras no deje de mostrar que sus instrumentos mediáticos le sirven sólo a él. En fin. Pero no me alejo mucho, pues sigo en otra de las numerosas miserias que nos caracterizan, la del consumo grosero pero sabroso de comida chatarra. Ayer, el PRD demandó en la Cámara de Diputados que los alimentos chatarra y los productos que son vendidos como medicamentos milagrosos sean gravados con un 15% de IVA. El diputado chuchista-calderonista Guadalupe Acosta Naranjo emitió un enfático basta a la trampa de muchos remedios embusteros que no pagan impuestos y sólo sirven para adelgazar, pero los bolsillos de su incauta clientela.
Para justificar la propuesta, Acosta Naranjo ofreció un dato aterrador, pero seguramente falso, de la Secretaría de Salud: que el 50% por ciento de los mexicanos tiene/tenemos problemas de sobrepeso. Afirmo que es falso, pues cualquiera puede agarrar a cien mexicanos y segurito setenta o poco más andarán/andaremos con equipaje extra. “Nuestros hijos tienen graves problemas desde muy chicos al consumir muchas más calorías de las que se deberían de consumir con una alimentación sana y cuidadosa. La Secretaría de Salud dice que el Estado mexicano gasta más de 60 mil millones de pesos en combatir problemas de obesidad, diabetes y problemas derivados de una mala alimentación”, señaló el legislador.
Lo cierto es que no suena tan disparatado eso de cobrar un impuesto más alto a los chatarrizadores de la alimentación, pues no es mentira que hay un gasto muy alto de dineros públicos por atención a enfermos con obesidad y sus padecimientos derivados. En muchos casos será difícil saber, sin embargo, qué es chatarra y qué no, lo que, de aprobarse la iniciativa, obligará a las autoridades de salud a determinar los grados de bienestar o escoria que cada producto contenga en su ser. No es un rollo subjetivo, pero la diversidad de productos hace complicada la clasificación.
Para efectos caseros, inmediatos, todos sabemos lo que es mugre y lo que no. De hecho, el paladar del mexicano actual (un joven de 25 años, digamos) no falla, pues ha sido minuciosamente adiestrado para degustar toda la mierda envuelta en celofán que anuncian en la tele. En tiempos de uno (o sea, todavía en la época prephotoshopera de la publicidad), lo máximo era echarse unas Sabritas con una Coca (la Coca sólo tenía dos presentaciones, la grande y la pequeña), o un Gansito, o unos Submarinos (a los que Quico, el del Chavo, les decía “esponjositos, esponjositos”), o un Carlos V, o un Tico. Esa era la poca basura verdaderamente basura a la que podíamos acceder. Hoy, al contrario, nomás en materia de frituras hay mil variantes. En una palabra, cuando los arqueólogos del futuro estudien al mexicano actual concluirán que se desplazaba poco, que pasaba mucho tiempo sentado viendo tele y comiendo algo extraño que sólo contenía grasa y conservadores. Por todo, parafraseo al jabalí Pumba para definir nuestra comida chatarra: roñosa pero sabrosa.