jueves, octubre 15, 2009

El arco del triunfo



Supongo que el español de cualquier parte es maravilloso, pero a mí me gusta el mexicano. Tal vez, por cercanía sentimental, hallo eufónico el argentino y el cubano, pero el mío, mi español, el mexicano, es el que me gusta. No podía ser de otra manera. Sin notarlo, todos vamos archivando una cantidad descomunal de modismos, de giros, de metáforas, de expresiones que terminan por convertirse en parte del patrimonio espiritual más sonoro y querido, un patrimonio que nos deja reconocernos donde estemos, casi como si fuera un password de nuestra identidad.
Una de esas expresiones sin abuela, tremenda como pocas, es “pasar por el arco del triunfo” algo, lo que sea. Es sinónimo de soslayar, de no atender, de ignorar, de menospreciar o no pelar cualquier orden, ley, sentencia o llamado de atención. Es pasar por calva sea la parte, allí donde tiene su centro el arco formado por las piernas masculinas, aquello que nos ha sido ordenado. En México no nos referimos pues, en sentido estricto, el hermoso monumento parisino ubicado en los Champs-Élysées, sino al soberano acto de mandar algo a chiflar su máuser con lujo de prepotencia, restregando incluso la orden en el aguacatamen de la varonil anatomía.
En México somos expertos pasadores por el arco del triunfo. Lo hacemos a diario con cuanta minucia perturba la paz de nuestra vida cotidiana. Los amos de esto que es una forma arraigada de la impunidad son, quiénes más podrían serlo, nuestros políticos. Se puede afirmar por ello que nuestro país es el líder mundial en pasamiento por el arco del triunfo de cuanta acusación, sanción, recomendación o castigo llega a las pezuñas de la casta polaca. Hay muy pocas excepciones, claro, pero no obedecen a la observancia de la ley, sino a vendetas procesadas en las cañerías más profundas del poder, como pasó con Díaz Serrano, la Quina, Mario Villanueva y otros pocos que podemos contar con algo de esfuerzo memorístico.
Los casos faraónicos de pasamiento arcotriunfal de la ley son bien conocidos, pues muchos de sus ejecutantes siguen en activo, pasándose por el arco, a diario, todo lo que se diga o tramite sobre ellos. ¿Hay alguien que supere en esto, por ejemplo, a Echeverría? Pues no, por eso allí está el viejo demagogo, instalado cómodamente, desde hace cinco sexenios y medio, en su vejez impune.
No vayamos tan lejos, sin embargo: el gobernador de Puebla se pasó por el arco las grabaciones que lo delataban como flagrante violador de la ley al hostigar, fuera de todo proceso judicial, a quien había denunciado con pelos y señales una red de pederastas. Los intereses, la complicidad, permitieron que el llamado “precioso” hiciera con la opinión pública lo que Juan Camaney hace cuando le piden que pague las caguamas que debe en la tiendita: pasó por el arco toda crítica.
Y otro cercano: Ulises Ruiz, quien estuvo en apuros pero al fin logró reprimir con sobrada ferocidad a sus opositores en Oaxaca. Le tocó la suerte de hacer eso, reprimir, en 2006, año en el que los intereses del PAN y del PRI convergieron para cerrar el paso a la opción incómoda. Por eso Fox, para no romper con el PRI necesario, no puso en su sitio a Ruiz y lo dejó hacer canallada tras canallada, sin freno y hasta ahora sin castigo.
Ayer, por eso escribo esto, la “Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró al gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, responsable de la violación grave de una serie de garantías individuales que se registraron en el conflicto magisterial, político y social que se vivió en la capital de su entidad, de mayo de 2006 a enero de 2007”. La resolución exculpó a Fox, y sólo tiene el carácter de “recomendación”, pues “durante este periodo se violaron de manera grave los derechos al acceso a la justicia, a la integridad personal, a la vida, así como las garantías a la libertad y a las libertades de tránsito, de trabajo, de pensamiento y expresión, de educación, de propiedad, a la paz, y al acceso a la información”. No pasará nada por ello. También Ulises Ruiz y sus secuaces conocen el arco del triunfo. Lo adoran, es su salvación.