Tuve ayer la fortuna de participar en una mesa redonda organizada por la UIA Laguna. Compartí el micrófono con Laura Orellana, Jesús de la Torre y Luis Guillermo Hernández. Creo no equivocarme si afirmo que el pánel cuadró bien, que los comentarios fueron muy interesantes y novedosos en más de un momento. Leí el maquinazo que comparto ; trata sobre el tema, hoy muy esculcado, de La Laguna como metrópoli:
oCultura y metrópoli
oMe han invitado a opinar sobre la metropolización de la comarca lagunera. Para empezar, en el caso de palabras que usaremos con frecuencia creo más en su derivación hacia verbos menos lujosos, o más austeros, como regionalización. Al final es más fácil conjugarlos: yo regionalizo, tú regionalizas, él regionaliza, nosotros regionalizamos, vosotros regionalizáis, ellos regionalizan; eso suena un poco mejor que el espantoso yo metropolizo, tú metropolizas, él metropoliza, nosotros metropolizamos, vosotros metropolizáis, ustedes metropilizan. Pero en fin, en sancochamiento de verbos no hay control, ya ven que ahora existe aperturar (en vez de abrir) o fotocredencializar, de donde se desprende que quien nos fotocredencialice será un buen fotocredencializador.
Parto de esa apostilla al inservible saber lingüístico para señalar además que, si nos atenemos al significado que nos obsequia la Academia que limpia, fija y da esplendor, “metrópoli” no parece embonar con la idea que nos estamos haciendo de una región de varias ciudades más o menos apiñadas por razones geográficas, políticas, culturales, religiosas, económicas, policiacas y hoy hasta futboleras. En efecto, la primera acepción académica de “metrópoli” es “Ciudad principal, cabeza de la provincia o Estado”; la descartamos, pues no es la idea de ciudad, sino de región multiciudadana, la que queremos expresar con “metrópoli”. La segunda acepción, como toda segunda acepción, en más estrecha: “Iglesia arzobispal que tiene dependientes otras sufragáneas (para quienes no lo sepan, como yo, esa palabra significa “Que depende de la jurisdicción y autoridad de alguien” y “Perteneciente o relativo a la jurisdicción del obispo sufragáneo”); o sea que también la deshechamos, pues no estamos metropolizando, perdón, regionalizando por razones clericales, sino totalmente laicas. La última acepción de “metrópoli” también nos deja a medias: “Nación, u originariamente ciudad, respecto de sus colonias”. Tenemos dos caminos: a) como la palabra “metrópoli” no sirve —en sentido estricto ni metafórico— para lo que queremos, mejor dejamos por la paz ese rollo de la metropolización y nos ponemos a vivir como antes, sin buscarle cinco pies al burro. O b) cambiar de palabra y usar regionalizar, lo que vendría a ser como cobrar conciencia de que muchas actividades o rubros pueden y deben obedecer a una cierta lógica plurimunicipal, con lo cual, si no ganamos nada, al menos tenemos una palabra aparatosa más: plurimunicipal.
Ahora bien: creo que nadie ha demostrado como nuestro amigo el doctor Corona Páez que la historia de La Laguna (en tanto entidad uniforme acaso en términos de mentalidad, lo que va más allá de las colindancias políticas) es la historia de una región ciertamente compacta. Antes, mucho antes de que nuestros héroes nos dieran patria, entonces, esta zona ya compartía un todo común: espacio, clima, economía, religión, cultura, lengua, río y todo lo que pueda caber en un largo etcétera. Con la muy mentada “metropolización” estamos hoy, por ello, descubriendo no el Mediterráneo, pero sí, al menos, el mugroso laguito de la Alameda. En otras palabras, estamos volviendo a una condición antigua, aquella que pensaba en La Laguna como un organismo más o menos homogéneo, no como quince ciudades a las que, y eso ha ocurrido desde hace varias décadas, les vale un reverendo coño lo que ocurra con el vecino simplemente porque, en rigor, no existe tal vecino.
Creo que hay dos factores que han catalizado la urgencia de repensarnos como comarca. A reserva de trabajar más esto que aquí necesariamente es esquemático, sospecho que tanto la economía como la seguridad pública son los factores desencadenantes del flamante apetito por metropolizarnos, perdón, por regionalizarnos a empujones. Como en suma La Laguna es un conglomerado en forma de racimo, las inversiones que se hacen a un lado del río le afectan en muchos sentidos al otro, de ahí que los gobiernos deban buscar un mínimo de armonización en el terreno de las inversiones. Además, tanto Gómez como Torreón han aprendido a bailar con las más feas: generan un platal, ambas son, en sus respectivos estados, casi las primeras potencias económicas y sin embargo no son capitales, sino ciudades tratadas como se trata al hijo menor que sí la hizo, que sí estudió y que sí agarró buen jale: tendrá lana, progreso, desarrollo, campeonatos de futbol, pero nunca dejará de ser hijo menor.
El otro factor es el de la seguridad pública. Desde hace tres o cuatro años, cuando La Laguna pasó de ser una Arcadia norteña para convertirse en rastro al aire libre y de tiempo completo, los departamentos de policía vieron la urgencia de regionalizar sus operativos, de coordinarse. Por supuesto hasta el momento no han logrado absolutamente nada, pero de perdida nos queda la tranquilidad de que están muy bien coordinados para ejercer la ineptitud. Nunca, que yo sepa, una balacera iniciada en Torreón ha generado detenidos en Gómez, o viceversa, lo que indica que el río nos divide, sí, pero también nos une en materia de inoperancia. El caso más reciente de coordinación se dio el lunes: los policías de Gómez fueron alertados de un robo a una sucursal de Telmex; persiguieron a los ladrones hasta Torreón, donde se sumaron patrullas de esta ciudad. Al final, la persecución terminó en la esquina de Juan Terrazas y Pedro Camino, en la Ampliación Los Ángeles, donde los policías de ambos bandos, perdón, de ambas ciudades, se diputaron a mentadas de madre, y frente al asombro de los ciudadanos, la captura de los delincuentes. Por supuesto eso pasó porque eran ladrones (me refiero a los ladrones en sentido estricto, no a los policías); si los delincuentes chambean en otro giro ni siquiera los persiguen.
En suma, la idea de regionalización creo que toca puntos específicos de la vida comunitaria, sobre todo, como ya dije, los rubros económico y de seguridad pública. En lo demás, no creo que haya mucha necesidad de regionalizar demasiado, pues eso sería como hacer lo ya hecho. En lo cultural oficial o institucional, la coordinación ya comenzó a darse, pero noto que Lerdo y Gómez se suman a Torreón como en Torreón se han coordinado, para compartir actividades y bajar costos, muchas instituciones que suelen ser copatrocinadoras de actividades. El caso de la Cartelera cultural, el primer proyecto informativo conjunto, es un buen indicio del propósito regionalizador de la cultura oficial local.
Por lo demás, como lagunero químicamente puro, nunca he sentido que los lerdenses o los gomezpalatinos o los torreonenses se vean entre sí con altivez o con menosprecio. A mí siempre me ha dado lo mismo que alguien sea de donde sea, si es lagunero. Lo veo como a un igual, sin más, sin asombro, como a una lagartija más de nuestra estepa, entre las que me cuento. Porque, como ha investigado el doctor Corona Páez, el concepto de lagunero, o de laguneridad, viene de casi cinco siglos atrás, cuando llegaron los primeros españoles y los primeros tlaxcaltecas a estas tierras bárbaras y maravillosas. Luego entonces, de qué asombrarnos cuando vemos que el Santos es regional, que el río es regional, que el pan francés es regional, que la hamburguesa (la mejor del universo, por cierto) es regional, que el taco dorado es regional, que la reliquia es regional, que la nieve de Chepo es regional, que el lonche mixto es regional, que el azquel es regional, que la gordita (otro de nuestros productos imbatibles) es regional, y así. Por todo, sólo muy contadas cosas no son regionales, como la venta de cerveza todo el día, por lo cual hago un atento llamado a las autoridades para que ya no se dé esa nefasta situación, pues resulta muy difícil ir a comprar en Gómez lo que debemos tener en Torreón.
Se suponía que iba a tratar sólo de cultura y ya ven, me despaché una larga e inútil digresión. Pero ya es demasiado tarde para recular. Quién me manda no ser un buen metropolizador.
Parto de esa apostilla al inservible saber lingüístico para señalar además que, si nos atenemos al significado que nos obsequia la Academia que limpia, fija y da esplendor, “metrópoli” no parece embonar con la idea que nos estamos haciendo de una región de varias ciudades más o menos apiñadas por razones geográficas, políticas, culturales, religiosas, económicas, policiacas y hoy hasta futboleras. En efecto, la primera acepción académica de “metrópoli” es “Ciudad principal, cabeza de la provincia o Estado”; la descartamos, pues no es la idea de ciudad, sino de región multiciudadana, la que queremos expresar con “metrópoli”. La segunda acepción, como toda segunda acepción, en más estrecha: “Iglesia arzobispal que tiene dependientes otras sufragáneas (para quienes no lo sepan, como yo, esa palabra significa “Que depende de la jurisdicción y autoridad de alguien” y “Perteneciente o relativo a la jurisdicción del obispo sufragáneo”); o sea que también la deshechamos, pues no estamos metropolizando, perdón, regionalizando por razones clericales, sino totalmente laicas. La última acepción de “metrópoli” también nos deja a medias: “Nación, u originariamente ciudad, respecto de sus colonias”. Tenemos dos caminos: a) como la palabra “metrópoli” no sirve —en sentido estricto ni metafórico— para lo que queremos, mejor dejamos por la paz ese rollo de la metropolización y nos ponemos a vivir como antes, sin buscarle cinco pies al burro. O b) cambiar de palabra y usar regionalizar, lo que vendría a ser como cobrar conciencia de que muchas actividades o rubros pueden y deben obedecer a una cierta lógica plurimunicipal, con lo cual, si no ganamos nada, al menos tenemos una palabra aparatosa más: plurimunicipal.
Ahora bien: creo que nadie ha demostrado como nuestro amigo el doctor Corona Páez que la historia de La Laguna (en tanto entidad uniforme acaso en términos de mentalidad, lo que va más allá de las colindancias políticas) es la historia de una región ciertamente compacta. Antes, mucho antes de que nuestros héroes nos dieran patria, entonces, esta zona ya compartía un todo común: espacio, clima, economía, religión, cultura, lengua, río y todo lo que pueda caber en un largo etcétera. Con la muy mentada “metropolización” estamos hoy, por ello, descubriendo no el Mediterráneo, pero sí, al menos, el mugroso laguito de la Alameda. En otras palabras, estamos volviendo a una condición antigua, aquella que pensaba en La Laguna como un organismo más o menos homogéneo, no como quince ciudades a las que, y eso ha ocurrido desde hace varias décadas, les vale un reverendo coño lo que ocurra con el vecino simplemente porque, en rigor, no existe tal vecino.
Creo que hay dos factores que han catalizado la urgencia de repensarnos como comarca. A reserva de trabajar más esto que aquí necesariamente es esquemático, sospecho que tanto la economía como la seguridad pública son los factores desencadenantes del flamante apetito por metropolizarnos, perdón, por regionalizarnos a empujones. Como en suma La Laguna es un conglomerado en forma de racimo, las inversiones que se hacen a un lado del río le afectan en muchos sentidos al otro, de ahí que los gobiernos deban buscar un mínimo de armonización en el terreno de las inversiones. Además, tanto Gómez como Torreón han aprendido a bailar con las más feas: generan un platal, ambas son, en sus respectivos estados, casi las primeras potencias económicas y sin embargo no son capitales, sino ciudades tratadas como se trata al hijo menor que sí la hizo, que sí estudió y que sí agarró buen jale: tendrá lana, progreso, desarrollo, campeonatos de futbol, pero nunca dejará de ser hijo menor.
El otro factor es el de la seguridad pública. Desde hace tres o cuatro años, cuando La Laguna pasó de ser una Arcadia norteña para convertirse en rastro al aire libre y de tiempo completo, los departamentos de policía vieron la urgencia de regionalizar sus operativos, de coordinarse. Por supuesto hasta el momento no han logrado absolutamente nada, pero de perdida nos queda la tranquilidad de que están muy bien coordinados para ejercer la ineptitud. Nunca, que yo sepa, una balacera iniciada en Torreón ha generado detenidos en Gómez, o viceversa, lo que indica que el río nos divide, sí, pero también nos une en materia de inoperancia. El caso más reciente de coordinación se dio el lunes: los policías de Gómez fueron alertados de un robo a una sucursal de Telmex; persiguieron a los ladrones hasta Torreón, donde se sumaron patrullas de esta ciudad. Al final, la persecución terminó en la esquina de Juan Terrazas y Pedro Camino, en la Ampliación Los Ángeles, donde los policías de ambos bandos, perdón, de ambas ciudades, se diputaron a mentadas de madre, y frente al asombro de los ciudadanos, la captura de los delincuentes. Por supuesto eso pasó porque eran ladrones (me refiero a los ladrones en sentido estricto, no a los policías); si los delincuentes chambean en otro giro ni siquiera los persiguen.
En suma, la idea de regionalización creo que toca puntos específicos de la vida comunitaria, sobre todo, como ya dije, los rubros económico y de seguridad pública. En lo demás, no creo que haya mucha necesidad de regionalizar demasiado, pues eso sería como hacer lo ya hecho. En lo cultural oficial o institucional, la coordinación ya comenzó a darse, pero noto que Lerdo y Gómez se suman a Torreón como en Torreón se han coordinado, para compartir actividades y bajar costos, muchas instituciones que suelen ser copatrocinadoras de actividades. El caso de la Cartelera cultural, el primer proyecto informativo conjunto, es un buen indicio del propósito regionalizador de la cultura oficial local.
Por lo demás, como lagunero químicamente puro, nunca he sentido que los lerdenses o los gomezpalatinos o los torreonenses se vean entre sí con altivez o con menosprecio. A mí siempre me ha dado lo mismo que alguien sea de donde sea, si es lagunero. Lo veo como a un igual, sin más, sin asombro, como a una lagartija más de nuestra estepa, entre las que me cuento. Porque, como ha investigado el doctor Corona Páez, el concepto de lagunero, o de laguneridad, viene de casi cinco siglos atrás, cuando llegaron los primeros españoles y los primeros tlaxcaltecas a estas tierras bárbaras y maravillosas. Luego entonces, de qué asombrarnos cuando vemos que el Santos es regional, que el río es regional, que el pan francés es regional, que la hamburguesa (la mejor del universo, por cierto) es regional, que el taco dorado es regional, que la reliquia es regional, que la nieve de Chepo es regional, que el lonche mixto es regional, que el azquel es regional, que la gordita (otro de nuestros productos imbatibles) es regional, y así. Por todo, sólo muy contadas cosas no son regionales, como la venta de cerveza todo el día, por lo cual hago un atento llamado a las autoridades para que ya no se dé esa nefasta situación, pues resulta muy difícil ir a comprar en Gómez lo que debemos tener en Torreón.
Se suponía que iba a tratar sólo de cultura y ya ven, me despaché una larga e inútil digresión. Pero ya es demasiado tarde para recular. Quién me manda no ser un buen metropolizador.
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Comarca Lagunera, 15, abril y 2009
Comarca Lagunera, 15, abril y 2009