La revista Punto de partida (número 154) publicada por la UNAM invitó al escritor lagunero Carlos Velázquez a formar una breve muestra de los narradores coahuilenses más destacados de los setenta para acá. Se trata de un trabajo muy puntual, pues evidencia la buena salud de la narrativa en nuestra entidad. En su presentación (que republico completa en este espacio), Velázquez ha expuesto lo siguiente sobre los autores seleccionados y sobre la circunstancia actual de la narrativa en nuestro estado (“Siete narradores de Coahuila”):
Un rasgo definitorio de la narrativa coahuilense actual es sin duda su carácter experimental, cualidad identificable primordialmente por cuatro aspectos: la impronta cosmopolita, la consolidación del desarrollo de la literatura regional mexicana, la genealogía ascendente (la deuda con corrientes despreciadas es impagable, por ejemplo con La Onda) y la interdisciplina: las técnicas narrativas provenientes del cine, la cultura pop, la intertextualidad y lo hipergenérico. El talante experimental, además de lo mencionado, abreva principalmente de los talleres impartidos en los años ochenta en Torreón, Saltillo y Gómez Palacio por Miguel Donoso Pareja, pero sobre todo por dos de sus alumnos: José de Jesús Sampedro y David Ojeda. La excepción es Saúl Rosales, quien siempre fue un “atacadote” del Ulises de James Joyce y promotor de la obra de José Agustín, simpatías que transmitió puntualmente a los alumnos de sus talleres.
Para la conformación de la presente muestra me decidí por el acabado de los textos y no por las becas o premios obtenidos por los autores. Desde el principio concebí que elaborar un trabajo de esta naturaleza sin correr riesgos era una tarea baladí. Ante todo, asumí una postura, no sin la noción de que tal vez cometería sacrilegio. Los materiales aquí reunidos son lo que consideré los episodios más afortunados de la narrativa coahuilense de los últimos diez años. Sloterdijk refería que para registrar un periodo había que intoxicarse de la época. Pues bien, yo me he intoxicado de estos textos.
Hacia 1999, en el texto de presentación al libro Julio Torri. Ganadores y menciones del premio estatal 1994-1999, Julián Herbert anotaba que “la gran mayoría de los autores coahuilenses en activo había nacido en la década de los cincuenta”, y agrega: “La mayor parte de los narradores con una cierta pericia y experiencia radica en Torreón; otros están en Saltillo, pero el número de éstos es sensiblemente inferior”. En la actualidad dicha percepción se ha modificado. Este muestrario indica la preponderancia de los escritores nacidos en los años setenta, preponderancia no sólo evidenciada por la anatema generacional, sino por el eficiente “madruguete” literario a nivel nacional e internacional respecto de sus antecesores. Además, establece un cambio respecto al predominio presencial de autores en Torreón. De los compilados, sólo dos radican en La Comarca Lagunera de Coahuila. Los restantes se ubican en el Distrito Federal y en Saltillo.
Jaime Muñoz Vargas, nacido en 1964, es una presencia que sobresale entre la generación que lo antecede y la que lo sucede inmediatamente. Muñoz Vargas es el verdadero precursor de los nacidos en la década de los setenta. Su primera novela, El principio del terror, representó las ambiciones y la autosuficiencia cultural a la que aspirábamos los narradores prospecto. Un texto cosmopolita, experimental, de distribución nacional y sobre todo, no institucional.
Un rasgo definitorio de la narrativa coahuilense actual es sin duda su carácter experimental, cualidad identificable primordialmente por cuatro aspectos: la impronta cosmopolita, la consolidación del desarrollo de la literatura regional mexicana, la genealogía ascendente (la deuda con corrientes despreciadas es impagable, por ejemplo con La Onda) y la interdisciplina: las técnicas narrativas provenientes del cine, la cultura pop, la intertextualidad y lo hipergenérico. El talante experimental, además de lo mencionado, abreva principalmente de los talleres impartidos en los años ochenta en Torreón, Saltillo y Gómez Palacio por Miguel Donoso Pareja, pero sobre todo por dos de sus alumnos: José de Jesús Sampedro y David Ojeda. La excepción es Saúl Rosales, quien siempre fue un “atacadote” del Ulises de James Joyce y promotor de la obra de José Agustín, simpatías que transmitió puntualmente a los alumnos de sus talleres.
Para la conformación de la presente muestra me decidí por el acabado de los textos y no por las becas o premios obtenidos por los autores. Desde el principio concebí que elaborar un trabajo de esta naturaleza sin correr riesgos era una tarea baladí. Ante todo, asumí una postura, no sin la noción de que tal vez cometería sacrilegio. Los materiales aquí reunidos son lo que consideré los episodios más afortunados de la narrativa coahuilense de los últimos diez años. Sloterdijk refería que para registrar un periodo había que intoxicarse de la época. Pues bien, yo me he intoxicado de estos textos.
Hacia 1999, en el texto de presentación al libro Julio Torri. Ganadores y menciones del premio estatal 1994-1999, Julián Herbert anotaba que “la gran mayoría de los autores coahuilenses en activo había nacido en la década de los cincuenta”, y agrega: “La mayor parte de los narradores con una cierta pericia y experiencia radica en Torreón; otros están en Saltillo, pero el número de éstos es sensiblemente inferior”. En la actualidad dicha percepción se ha modificado. Este muestrario indica la preponderancia de los escritores nacidos en los años setenta, preponderancia no sólo evidenciada por la anatema generacional, sino por el eficiente “madruguete” literario a nivel nacional e internacional respecto de sus antecesores. Además, establece un cambio respecto al predominio presencial de autores en Torreón. De los compilados, sólo dos radican en La Comarca Lagunera de Coahuila. Los restantes se ubican en el Distrito Federal y en Saltillo.
Jaime Muñoz Vargas, nacido en 1964, es una presencia que sobresale entre la generación que lo antecede y la que lo sucede inmediatamente. Muñoz Vargas es el verdadero precursor de los nacidos en la década de los setenta. Su primera novela, El principio del terror, representó las ambiciones y la autosuficiencia cultural a la que aspirábamos los narradores prospecto. Un texto cosmopolita, experimental, de distribución nacional y sobre todo, no institucional.
En la cuarta de forros de la novela Un mundo infiel, Eduardo Antonio Parra enfatiza: “Julián Herbert es de los raros escritores que nacen de pie en el ámbito de nuestra narrativa […].” Este juicio se aplica a todos los narradores coahuilenses nacidos en los años setenta. Si bien no todos han caído de pie en el panorama, sí han despertado con una vampírica obsesión por situarse con éxito dentro de las letras mexicanas. En resumen, un diagnóstico de la narrativa actual coahuilense arroja el siguiente resultado: ofrece individualidades prometedoras; el organismo experimental al que se alude sólo cuenta con el presente; los autores que han alcanzado mayor notoriedad a nivel nacional pertenecen a la década del setenta; las aportaciones de los nacidos en los ochenta han sido más bien inexistentes; no se vislumbra una presencia con el poder de penetración que sí exhibe la generación anterior. Pese a lo que se aparenta, la mejor narrativa del estado poco tiene de institucional. El éxito de su proyección se debe a la capacidad que ha tenido para incorporarse al corpus de la literatura mexicana, por lo que su permanencia depende de su consolidación en el espectro nacional y latinoamericano.