Que alguien me saque de la duda, pero creo que fue César Luis Menotti quien hizo comentarios para TV Azteca en el mundial de no sé qué año, creo que en el de Francia 98. Tampoco recuerdo el partido específico. Mi memoria suele ser traicionera, pero siempre hace intentos por pepenar en el fondo del recuerdo las buenas ocurrencias. México perdía frente a no sé quién, y en vez de atacar para hacerse del empate se quedaba peloteando a media cancha, como si no pasara nada. Era insólito. Faltaban pocos minutos para que terminara el juego y el Tri seguía en las mismas, cascareando, tirando güeva, como sabiamente dicen hoy los jóvenes. Fue entonces cuando Menotti, conocido no sin sorna como “el filósofo del futbol”, opinó: “México debe atacar aunque luego le anoten otro gol. En la vida hay que morirse de algo, y México se está muriendo de nada” (léase esto con el acento adecuado, porteño en este caso, bien tanguero).
Esa tendencia a morir de nada la volví a ver en el juego contra Honduras. Carajo, qué falta de ímpetu ofensivo, qué poca creatividad, qué feo jugaron al futbol los de color verde comandados por un turista nórdico con cara de millonario otoñal. Mientras Honduras llegaba y anotaba con una efectividad sicarial, México cascareaba como si el juego fuera eterno, como si ese cotejo en San Pedro Sula fuera de chicle y pudiera ser estirado al infinito. Caray, qué inefectividad. Ni siquiera parecía un equipo de futbol, sino el gobierno de la república comandado por Eliot Ness.
Como está fresco, recuerdo que en el primer tiempo tuvieron cinco tiros libres muy cercanos a los linderos del área. Cualquier otro equipo de cualquier otro país hubiera tirado al menos uno con el ánimo de clavarla en el ángulo. Pero qué pasó en el caso de nuestros grandes tiradores Guardado y Pável —por cierto, el buen amigo y lector Miguel Ramírez me comenta que así como yo dije que el Vicentillo Zambada es un clon de Rafa Márquez, él añade que Pável es algo así como la calca en versión joven de Norberto Rivera—: tuvieron varios balones frente a la barrera y tiraron basura, nada para inquietar al guardameta hondureño. Fue un fiasco, como fiasco fue también el desempeño del brasileño Leandro, un mediocampista que tiene añales en el futbol mexicano y al que nunca le he visto una jugada de riesgo, algo que vaya más allá de la intrascendencia de recibir el balón y tocarlo al compañero más cercano. Y lo mismo Omar, y Vuoso, y luego Nery, que entró bravucón y muy ofensivo, sí, pero para dar patadas que en algo contrarrestaron las que propinó en todo momento el conjunto catracho.
Ese partido inocuo de la selección dio la medida exacta de nuestro futbol actual, sometido a la venalidad abyecta de directivos y televisoras que impusieron al entrenador y turista sueco sin considerar que era un hombre tan alejado de nuestra índole como lo puede estar un lagunero (aficionado de sol) de un ciudadano de Malmö. Ahora, luego del enésimo fracaso, las televisoras hacen la alharaca de siempre, juzgan con horca y cuchillo al recién despedido y levantan nuevamente la expectativa de los triunfos y la clasificación al mundial en puerta, como si eso fuera difícil. Ni siquiera vale preocuparse, pues en la Concacaf prácticamente no hay posibilidades de fracaso para México, y si llega al fin Aguirre (que es un tipo serio), la nave levantará pico y la selección dará de nuevo las satisfacciones que tanto necesita el país para anestesiar un poco el organismo patrio congestionado de violencia.
No me engaño, pues. Sé que la selección es un negociazo incluso para el Estado, pues con ella se pueden tender cortinas de humo pertinentes en momentos de crisis. Pero qué le voy a hacer; sé algo de fut y me da coraje ver que los mexicanos defienden con muy blandengues tanates lo que se supone es una representación simbólica de la nacionalidad. Por favor, no jodan.
Esa tendencia a morir de nada la volví a ver en el juego contra Honduras. Carajo, qué falta de ímpetu ofensivo, qué poca creatividad, qué feo jugaron al futbol los de color verde comandados por un turista nórdico con cara de millonario otoñal. Mientras Honduras llegaba y anotaba con una efectividad sicarial, México cascareaba como si el juego fuera eterno, como si ese cotejo en San Pedro Sula fuera de chicle y pudiera ser estirado al infinito. Caray, qué inefectividad. Ni siquiera parecía un equipo de futbol, sino el gobierno de la república comandado por Eliot Ness.
Como está fresco, recuerdo que en el primer tiempo tuvieron cinco tiros libres muy cercanos a los linderos del área. Cualquier otro equipo de cualquier otro país hubiera tirado al menos uno con el ánimo de clavarla en el ángulo. Pero qué pasó en el caso de nuestros grandes tiradores Guardado y Pável —por cierto, el buen amigo y lector Miguel Ramírez me comenta que así como yo dije que el Vicentillo Zambada es un clon de Rafa Márquez, él añade que Pável es algo así como la calca en versión joven de Norberto Rivera—: tuvieron varios balones frente a la barrera y tiraron basura, nada para inquietar al guardameta hondureño. Fue un fiasco, como fiasco fue también el desempeño del brasileño Leandro, un mediocampista que tiene añales en el futbol mexicano y al que nunca le he visto una jugada de riesgo, algo que vaya más allá de la intrascendencia de recibir el balón y tocarlo al compañero más cercano. Y lo mismo Omar, y Vuoso, y luego Nery, que entró bravucón y muy ofensivo, sí, pero para dar patadas que en algo contrarrestaron las que propinó en todo momento el conjunto catracho.
Ese partido inocuo de la selección dio la medida exacta de nuestro futbol actual, sometido a la venalidad abyecta de directivos y televisoras que impusieron al entrenador y turista sueco sin considerar que era un hombre tan alejado de nuestra índole como lo puede estar un lagunero (aficionado de sol) de un ciudadano de Malmö. Ahora, luego del enésimo fracaso, las televisoras hacen la alharaca de siempre, juzgan con horca y cuchillo al recién despedido y levantan nuevamente la expectativa de los triunfos y la clasificación al mundial en puerta, como si eso fuera difícil. Ni siquiera vale preocuparse, pues en la Concacaf prácticamente no hay posibilidades de fracaso para México, y si llega al fin Aguirre (que es un tipo serio), la nave levantará pico y la selección dará de nuevo las satisfacciones que tanto necesita el país para anestesiar un poco el organismo patrio congestionado de violencia.
No me engaño, pues. Sé que la selección es un negociazo incluso para el Estado, pues con ella se pueden tender cortinas de humo pertinentes en momentos de crisis. Pero qué le voy a hacer; sé algo de fut y me da coraje ver que los mexicanos defienden con muy blandengues tanates lo que se supone es una representación simbólica de la nacionalidad. Por favor, no jodan.