Hojeo la edición 1086 de la revista Semanal del periódico español ABC, y encuentro allí una entrevista a Liza Minnelli. La publicación apunta lo que ya muchos saben: la famosa diva es hija del director Vincente Minnelli y de la actriz y cantante Judy Garland; debutó en el cine a los dos años y su máximo logro lo obtuvo a los 26, cuando por Cabaret recibió un Óscar. Más, mucho más ha conseguido, claro, la Minnelli, pero con lo dicho basta para saber que su vida ha estado flanqueada por el éxito.
En una de las declaraciones, sin embargo, la superestrella del canto y el baile observa que “Ningún drama me ha frenado nunca: he luchado y me he recuperado… ¡Y he tenido que empezar de cero muchas veces!” La declaración sirve para reflexionar en lo que significa “empezar de cero”. Evidentemente, no es lo mismo “empezar de cero” en Estados Unidos que en México o en Somalia, y no es lo mismo “empezar de cero” siendo Liza Minnelli que Perico de los Palotes o Juan de las Cuerdas.
En una de las declaraciones, sin embargo, la superestrella del canto y el baile observa que “Ningún drama me ha frenado nunca: he luchado y me he recuperado… ¡Y he tenido que empezar de cero muchas veces!” La declaración sirve para reflexionar en lo que significa “empezar de cero”. Evidentemente, no es lo mismo “empezar de cero” en Estados Unidos que en México o en Somalia, y no es lo mismo “empezar de cero” siendo Liza Minnelli que Perico de los Palotes o Juan de las Cuerdas.
Como sabemos, de los españoles heredamos la vergüenza de aceptar que la fortuna, si la hay, nació del trabajo, del esfuerzo cotidiano para ganar el pan con el sudor de la frente. Nada mejor, y eso lo dictaba el pensamiento hispánico dominante durante la Colonia, que heredar los bienes, que descender de nobles y conservar intacta la riqueza por generaciones. Pasados los siglos, los gringos nos impusieron su concepto de honor en la riqueza: lo importante, lo valioso, lo respetable no es recibir todo peladito y en la boca, sino ganárselo con iniciativa, trabajo, creatividad y deseo de superación. Con ellos nació la veneración al “hombre que se hace a sí mismo”, al self made man, al tipo que merece respeto social porque a punta de ingenio y tesón se convirtió, de la nada, en alguien. No está de más mencionar el caso emblemático de Bill Gates, el self made man más macizo de todos los que se han hecho a sí mismos tras haber nacido sin un lonche bajo el brazo.
Pero decía que hay maña cuando alguien como Liza Minnelli señala que “empezó de cero”. ¿Realmente lo hizo? ¿Sabrá ella lo que es empezar verdaderamente de cero? De cero, lo que se dice cero, sin ayuda ninguna, con todos los factores en contra, sin ningún asidero en la vida, sin apoyo familiar, sin buen aspecto físico, sin dinero, sin oportunidades del gobierno, sin relaciones sociales, sin fama. Lo que pasa en realidad es que, salvo Paris Hilton, Kim Kardashian y otras socialités parásitas, hoy es muy bien visto que alguien con fortuna declare, aunque no sea cierto, que “empezó de cero”.
Cuántas veces no hemos oído esas historias entre tantos laguneros venidos a menos y que han logrado levantarse. “Con estas manos y mucho trabajo, gracias a dios salí adelante luego de que la familia se quedó sin nada”. Luego nos enteramos de que, en efecto, hubo mucho trabajo de por medio, pero también un padrino ganadero que al verlo en bancarrota lo empleó y al paso de los años le vendió unas vacas a crédito y así, todo gracias a la relación social original. “Yo batallé muchísimo, empecé con las uñas, sólo con el terrenito baldío que me dejó mi mamá cuando murió. Fue muy difícil, pues primero tuve que bardearlo y poco a poco allí monté el negocio”, dice otro que empezó de cero. “Ni me cuentes. Yo no tenía nada, pero cuando don Fulano supo que yo era hijo de Zutano me dio empleo. Gracias a dios y a don Fulano, que en paz descanse, pude salir adelante en la vida”, añade el último que, como Liza Minelli, también empezó de cero. Las relaciones sociales, un capitalito escondido, el simple apellido sirven muchas veces para no empezar de cero.
Veo la esquina del bulevar Independencia y Colón, al lado del Quijote. Limpiavidrios, malabaristas, escupefuego... Esa horda infraempleada empezó de cero cuando llegó al mundo. Las 24 horas del día, de todos los días, empieza de cero. No hay padrino, no hay apellido, no hay terrenito, no hay nada. De cero. De absoluto cero. Siempre.