jueves, diciembre 11, 2008

Crimen de ventanilla



Los caminos de la hipocresía son imprevisibles. Como en nuestro país se han desatado los crímenes del hampa, como ya no parece tener límite la saña de los facinerosos, todos navegamos como santos y hasta los más chuecos quieren lucir aureola. Claro, piensan los embusteros, junto al crimen organizado todos somos chocolates con rompope. Y no, por supuesto que no. Me atrevo a decir que el reinado de esa hipocresía o ese olor de santidad falaz lo tiene la banca mexicana, institución que expolia al país tanto o más, sin que se note demasiado, que el narco y sus adjuntos.
Comenté en una columna de la semana pasada que hace un par de domingos Milenio dio a conocer, en portada y con palmaria y nacional claridad, una gráfica tan sencilla como elocuente. Me extrañó que ante tales evidencias de latrocinio descarado no quedáramos entre lelos e irritados: ¿cómo? ¿Los bancos en México manejan tasas de interés y comisiones tres, cuatro y en algunos casos hasta cinco veces más altas que en países poderosos? No lo pude, no lo puedo creer. Y menos creo ni entiendo la permisividad del Estado, que al no meter las manos por los usuarios de la banca (millones de mexicanos), deja que esas instituciones hagan y deshagan a su antojo, con una voracidad grosera, troglodítica e insaciable. Eso sí es crimen organizado. Tan organizado está que no se nota, y tan no se nota que muy pocas veces recibe primeras planas (como sí ocurre con el narco y sus balaceras) y comentarios preocupados en los medios electrónicos.
¿A cambio de qué los bancos esquilman a los mexicanos con esas comisiones y esas tasas? Si son tan internacionales como dicen, ¿por qué no empatan las condiciones de sus cobros en México con las que aplican en el extranjero? ¿Somos seres humanos de tercera? ¿A su manera nos quieren ejecutar y cortar de paso la cabeza? Sinceramente, insisto, no veo diferencia entre el crimen organizado, como le llaman, y el crimen de los bancos. De hecho, puestos en el plano de la discusión moral, lo que hacen los bancos ni siquiera tiene el nimio mérito de la sinceridad: el narco, al menos, no se da baños de pureza, hace lo que hace con flagrancia, arteramente y no pide perdón ni se justifica con patrañas publicitarias. Simplemente actúa, y lo hace bajo el entendido de su atroz y dolorosa ilegalidad.
Los bancos, en cambio, se presentan en sus anuncios como corderos y son, en México, repugnantes alimañas, de las peorcitas que en el mundo han sido. Ignoro el dato (para el caso le pido ayuda a Heriberto, mi experto de cabecera en materia de finanzas), pero estoy seguro de que las ganancias del crimen organizado (digamos “oficial”) y el crimen organizado de los bancos no se podrían ni siquiera comparar: es muchísimo mayor el usufructo que los bancos obtienen por la fechoría de manejarse en nuestro país con espíritu de buitres. Así la realidad, ¿qué esperan los diputados y los senadores para meter en un cincho a esos pillos? Este es un tema que los partidos pueden encarar sin politización: es un asunto de carácter estrictamente económico, relacionado con el servicio que ofrecen particulares abusivos. No importa quién lo lleve a cabo, no importa la sigla ni los colores partidistas, lo que importa es frenar esa industria de la cuchara grande. Esperar a que, como lo propone Luis Pazos, las tasas de interés dependan de la competencia es dejar que los tiburones se pongan de acuerdo no para salvar a sus víctimas, sino para engullirlas mejor. Seguiremos la averiguata sobre el crimen organizado de ventanilla. No es poco el daño que hace y merece la atención del respetable.

Terminal
En nuestra gustada sección “Catalogaciones neodarwinianas”, va: ¿cuál es el nombre científico de los humanos que tienen gran devoción por las botellas y los tragos? Sencillo: Pomo sapiens.