miércoles, diciembre 10, 2008

El Cliserio de Antonio Rodríguez



Antonio Rodríguez es sociólogo, músico y escritor. Nació en Torreón, en 1977. Es, como su hermano gemelo Vicente Alfonso, un estuche de cualidades. El año pasado recibimos con enorme gusto la noticia de que ganó el premio nacional de teatro infantil convocado por el INBA en coordinación con el Teatro Isauro Martínez. Un año después, hace unos días apenas, Antonio presentó en el DF el libro ganador ya publicado. Y logró algo que parecía imposible: convencer a Saúl Rosales para que viajara a la capital y dijera unas palabras sobre El vuelo de Cliserio, que es el título de la obra. Amablemente, Saúl me ha compartido sus palabras de presentación. He aquí la reseña:
Un pasaje clave en El vuelo de Cliserio, obra de teatro para niños escrita por Antonio Rodríguez, es aquel donde el protagonista Cliserio le presenta a su amigo López el cliserióptero, artefacto que está construyendo para elevarse y hendir los aires igual que los aviones y las aves. El cliserióptero no es más que una bicicleta vieja erizada de alambres y emplumada con hojas de maíz pero es la materialización de una potente aspiración del protagonista, campesino de 17 años de edad. Este par de características, adolescente y campesino, le pertenecieron en la realidad a Cliserio Reyes Guerrero, quien en octubre de 1950, en el aeropuerto de Torreón Coahuila abordó un DC-3 para satisfacer su sueño de ir por el aire en un avión... Sólo que lo hizo de “mosca”, es decir, abrazado al fuselaje. Ahora no me imagino al Cliserio real erguido, desafiando al viento como la Victoria de Samotracia con un pie victorioso en donde nace el empenaje vertical de la cola de la nave, la rodilla doblada hendiendo el viento y con una mano asido a lo alto para elevar su pose heroica; más bien lo veo acostado sobre el empenaje horizontal de la cola, agarrado al borde de ataque y ondeando al frío viento del otoño semidesértico de la comarca lagunera.
El momento en que el protagonista presenta el cliserióptero es clave en la obra porque sus consecuencias permiten ver que los anhelos, los sueños, no se pueden construir o materializar si quien los quiere convertir en realidad no posee los medios apropiados para hacerlo. Una realidad se construye con el conocimiento suficiente, las herramientas precisas y los materiales necesarios. En El vuelo de Cliserio el protagonista creado por Antonio Rodríguez intenta construir la realidad que pretende sólo con ingenuidad rústica. Esto no demerita en nada la calidad literaria justamente valorada por los premiadores. Lo tomo ahora porque el autor de la pieza teatral para niños que comentamos, Antonio Rodríguez, ha querido mostrar el valor estimulante de los sueños y paradójicamente ni en la realidad Cliserio Reyes construyó su sueño, ni en la obra el protagonista construye el suyo. Trataré de decir el por qué de esta afirmación. Advirtamos antes que en el texto dramático Cliserio sí intenta la “construcción” en el sentido material, y el resultado de su intento es el artefacto de tubos, alambres y plumas, sin embargo es una realidad fabricada con puerilidad campesina y no con rigor tecnológico –rigor en el sentido de autoconciencia–. De ese modo, para lo que sí funciona el cliserióptero es para el efecto escénico y el mensaje didáctico.
El fracaso de su artificio no desencanta al protagonista, sólo lo lleva a confrontarse con la profundidad de su anhelo. En lo hondo de sí mismo, un sí mismo representado en el escenario por el personaje llamado Serioclis, Cliserio encontrará que su aspiración es legítima y estimulante. Inducido por Serioclis, Cliserio conquista lo soñado no con habilidades y conocimiento sino con apego a su aspiración. Igual sucedió a Cliserio Reyes Guerrero en la realidad de 1950. El pero, entonces, es que la-conquista-del-sueño ocurre no mediante la “manufactura” transformadora, sino por la ingenuidad afortunada. En la obra, como en la realidad, con puerilidad campesina y temeridad voluntariosa Cliserio se monta en el DC-3 y lo increíble de la hazaña le acarrea el –usaré una palabra prestigiada por la burocracia– recurso suficiente para la-consumación-de-su-sueño. Se premia la fidelidad al sueño, no la edificación del mismo.
He querido comentar lo del Sueño –pongámosle mayúscula para significarlo como deseo, ilusión, aspiración, anhelo y términos de valor semejante que se pueden encontrar en herramientas-idioma-sinónimos–, porque en los párrafos introductorios de su obra el autor nos dice que el vuelo de Cliserio “y el florecimiento del desierto son metáforas que destacan la importancia de defender las convicciones, los sueños y los ideales individuales y colectivos”. Con esas palabras nos coloca ante la valiosa aportación didáctica que plantea la obra. Son inescrutables los caminos de un dramaturgo para conseguir los deleitosos efectos estéticos.
El fracaso con su artefacto no lleva a Clis –apócope cariñoso con que su novia Atzimba nombra al Cliserio protagonista– al abandono, aunque sí –lo que le da fuerza literaria–, lo echa a las llamas de la duda. Después de que su intento de volar en el cliserióptero se frustra escandalosamente ante Atzimba, otros personajes y gente del pueblo, vemos al protagonista en la soledad de un desierto de arena, cactos, un mezquite y un montón de arbustos secos, de esos que se convierten en esferas que el viento rueda (salsola kali). El desierto podría ser la inmensidad árida de la impotencia para conseguir lo que pretende. En esa soledad, Clis se encuentra consigo mismo. “Sufre de alucinaciones.” En el fondo del desierto se proyectan imágenes “que recuerdan la historia de la aviación”. En el caos de la mente febril Clis se reprocha ser cobarde. Abandonó su sueño, su tierra y su gente. En una escena semejante a la del Anfitrión, de Plauto, entra al escenario Serioclis para enfrentar-confrontar a Cliserio. Es el alter ego donde se gesta el sueño, la ilusión o la aspiración, es donde hay que afrontar la duda y la crisis. En un duelo de identidades en esa escena que como dije, recuerda aquella latina donde se encuentran dos Sosias, el criado de Anfitrión y el dios Mercurio que ha adquirido la apariencia de Sosia para ayudar a Zeus a yacer con Alcmena, Serioclis se calza unas alas como para refrescarle a Cliserio su anhelo de volar. El aditamento venía en una mochila que saca de entre los arbustos. Para el protagonista las alas serían la confirmación de su existencia en tanto tener alas significa poder volar. Si volara, Cliserio sería. La realización del sueño es la confirmación del ser. Soy en la medida en que hago lo que quiero. Se hace para ser.
Cliserio le pide a Serioclis que le preste las alas. El alter ego del protagonista se las niega con una lección: “Las alas no se prestan nunca, son la herramienta de los valientes [...]. Todos los valientes tienen sus propias alas”. Sin duda se lo dice con el fin de incitarlo a ser lo contrario de cobarde. El subtema de la valentía se instala y persiste en la escena. Cliserio dice: “quiero ser valiente y poder volar”. Por otra parte, las alas se han convertido en símbolo de la búsqueda de confirmación de la identidad porque si hago lo que quiero, soy. Serioclis estimula a Cliserio: “Las únicas alas que necesitas son las que llevas dentro, no hay otras”. La lección termina con esta breve recomendación que iluminará la búsqueda del camino del protagonista: “[...] encuentra tus propias alas”. Finalmente, antes de hacer mutis, Serioclis entrega la mochila a Cliserio, quien encuentra allí los símbolos que renovarán y reforzarán su sueño: “un gorro de aviador, unos gogles y una bufanda”.
Con todo eso, al comentar la obra para niños de Antonio Rodríguez, sólo nos hemos referido a una de las dos partes de la consigna que legó la Antigüedad a los artistas de enseñar divirtiendo o, invirtiendo los términos, divertir enseñando. Al llegar a este momento me di cuenta de que me dejé arrastrar por la intención de la sinopsis que precede al texto del dramaturgo, en donde domina el propósito didáctico. Me dediqué a la parte de mayor densidad didáctica, la que resume la idea del autor cuando señala en la referida sinopsis “la importancia de rescatar ese histórico vuelo [de Cliserio Reyes Guerrero, en octubre de 1950], increíble y a la vez tan cotidiano, para los niños y los adultos”. Sin embargo la fantasía de la obra, la secuencia de situaciones magnéticas, la magia teatral y el uso lúdico de la palabra, es decir, el entretenimiento, es la mayor porción de El vuelo de Cliserio. La atmósfera de esparcimiento se establece desde el principio porque aparece en el espacio aéreo del escenario el pato Fender, un pato híbrido de cómic moderno y farsa tradicional, con gorro, chamarra y lentes de aviador. “Mientras vuela va hablando solo, desvariando por el cansancio y el sueño”, dice la acotación. Los efectos audiovisuales, la utilería, las canciones y las relaciones entre los personajes han sido pensados para que en el escenario se tridimencionalice una trama mayormente alborozada, puesto que trata de solazar a los niños.
Quiero concluir con el reconocimiento de que, aparte la amistad, no me sentí con ningún mérito para participar en la presentación de El vuelo de Cliserio, de Toño Rodríguez. La amistad con él y con Guillermo Briceño tuvo la fuerza para exhumarme de la plácida modorra de Torreón. Me costó mucho trabajo vencer mi insolvencia mental para llegar a pergeñar lo que han escuchado. Mi insolvencia es tan poderosa que me tiene en deuda con la valiosa obra de otro par de valiosos amigos escritores nacidos en la comarca, Vicente Alfonso y Jaime Muñoz. A Vicente Alfonso le debo un texto sobre su premiada novela Partitura para mujer muerta y a Jaime Muñoz otro sobre sus libros de cuentos Ojos en la sombra y Las manos del tahúr. De cualquier manera, agradezco a Briceño y a Toño la invitación que por lo demás me llevó a darme cuenta de nuestro provinciano descuido. Mi inepta memoria sólo me decía que la señorita Juanita Herrera en el cuarto año de la primaria nos ponderaba con orgullo aleccionador la hazaña el mismo día que ocurrió en 1950. Mi cerebro de diez años fue entones invulnerable a la lección. Ahora, al buscar en la comodidad de la internet algunos datos precisos sobre el vuelo de Cliserio Reyes me encontré que en la página oficial del municipio donde nació dan como fecha de la hazaña el 9 de noviembre de 1950; otra página fechada en Torreón ubica la efemérides el 8 de octubre de ese año. En la fantasía de Toño Rodríguez el señor Alatriste beca a Cliserio para que se haga piloto; según la mitología de la comarca, quien becó al campesino es Pedro Infante y así en el histórico acontecimiento confluyen dos mitos. En mi juventud trabajé como mecánico de aviación, no en Torreón, sino en el aeropuerto de la ciudad de México y me empeñé muchas veces en el mantenimiento del empenaje de cola del más importante DC-3 de la nación, un DC-3 como el que llevó a Cliserio de mosca, y nunca me acordé de la proeza del paisano. De todos modos Briceño y Toño pudieron haber encontrado miles de mejores presentadores que yo.