Entre las incontables frases hechas usadas con imprecisión nunca ha dejado de alertarme ésta: “vale la pena”. Como buena frase cliché, solemos usarla con desmesurada frecuencia y muchas veces fuera de su sentido recto. “Vale la pena”, en sentido estricto, la consecución de un objetivo cuando demanda un esfuerzo, precisamente, penoso. Por ejemplo: ser invitado a un hotelazo de Mazatlán, pero para llegar a él es necesario hacer un pesado viaje por carretera; en este caso, quien nos invita nos dice (correctamente) “vale la pena el (terrible) viaje en coche; el hotel es espléndido”. Y así, siempre que un objetivo presuntamente bueno o agradable esté al final de un trance pesado o penoso, decimos “vale la pena”.
Su uso disparatado es frecuente. Alguien nos dice: “El perfume es finísimo y está regalado, tiene un cincuenta por ciento de descuento; traes mucha plata, vale la pena que lo compres”; si está al cincuenta por ciento y el posible cliente tiene mucha plata, ¿dónde está la pena de comprarlo? O ésta: “Es una novela que te atrapa desde el primer momento, muy bien narrada, con personajes entrañables, nada voluminosa y con final tremendo, y como eres un excelente lector, vale la pena que la leas”; si la novela tiene tantos atributos y el interlocutor devora libros, ¿en dónde estaría la pena de leerla? O esta otra: “Ella es una chava compartida, inteligente, rica y hermosa; además, me dijo que le gustas mucho y como a ti también te gusta un friego, vale la pena que te avientes”; si la situación es ésa, ¿en dónde está la pena de acercarse a tan delicioso bizcochuelo? O el último, más burdo: “Te sacaste la troca de la rifa; es una Hummer 2008 equipada, negra, sin un solo kilómetro recorrido; caray, como te encantan los coches y sólo tienes un LeBarón nejo y ya destartalado, vale la pena que recojas tu nuevo vehículo. Recuerda que la agencia está a dos cuadras de tu casa”. Si todo es tan hermoso, ¿cuál pena habrá en el trace de recoger el premio? Y así.
La disquisición, nada importante en el fondo pues se trata de una frase hecha y no vale la pena detenerse más en ella, me sirve para introducir al tema que aquí viene. Encontrábame viendo de reojo las noticias mañaneras en Televisa y al momento de los comerciales me retuvo uno con arranque enigmático: el rostro de María Rubio en su papel de Catalina Creel, la villanaza que protagonizó Cuna de bobos; luego, sobreimpuesta con tipografía, una pregunta: ¿por qué Catalina Creel usaba un parche? Después, la voz de un locutor avisa que ya salió a la venta el juego Trivia TV, pasatiempo con más de tres mil preguntas para chicos y grandes, todas sobre programas como El Chavo, Siempre en Domingo, La carabina de Ambrosio, Los ricos también lloran, En familia y un chorro de etcéteras. Es, entonces, una especie de Maratón, pero no con preguntas sobre lo que denominamos “cultura general”, sino específicamente relacionadas con la pantalla casera, y más específicamente todavía, con acertijos sobre programas que alguna vez fueron difundidos desde la cueva de los Tigres.
No lo puedo asegurar, pero creo que ese juego es un producto más de Televisa, empresa dueña de los derechos sobre su programación. Si no es así, es lo de menos. Lo demás es el eslogan del divertimento, una joya de la franqueza y mercadotécnico tiro por la culata; dice el locutor: “Con Trivia TV, ¡todas esas horas frente al televisor valdrán la pena!”. Qué chulada. Por fin un comercial que dice la verdad de una manera cruda, frontal, sin rodeos ni hipocresías. Concientes de que las horas depositadas frente a tantos programas no habrán servido para maldita la cosa, los publicistas de Trivia TV dieron con la frase correcta: ya sirve para algo desperdiciar la vida frente a la programación de Televisa (la “fábrica de sueños” que, a decir de su actual jefe, no tiene ninguna obligación de educar, ¡pues para eso está la SEP!). Tan lastimera experiencia, ver enfermizamente la tele, ahora sí valdrá la pena. El objetivo, ganar en Trivia TV, no vale por supuesto tal pena, pero quien redactó el eslogan conoce el español y dio con la verdad: todas esas horas frente al televisor irán a una alcantarilla más decente cuando uno derrote a sus rivales en este juego de mesa. Esa es la plusvalía que al fin puede redituarnos la teleadicción. Súper. Exijo ahora mismo mi Trivia TV.
Su uso disparatado es frecuente. Alguien nos dice: “El perfume es finísimo y está regalado, tiene un cincuenta por ciento de descuento; traes mucha plata, vale la pena que lo compres”; si está al cincuenta por ciento y el posible cliente tiene mucha plata, ¿dónde está la pena de comprarlo? O ésta: “Es una novela que te atrapa desde el primer momento, muy bien narrada, con personajes entrañables, nada voluminosa y con final tremendo, y como eres un excelente lector, vale la pena que la leas”; si la novela tiene tantos atributos y el interlocutor devora libros, ¿en dónde estaría la pena de leerla? O esta otra: “Ella es una chava compartida, inteligente, rica y hermosa; además, me dijo que le gustas mucho y como a ti también te gusta un friego, vale la pena que te avientes”; si la situación es ésa, ¿en dónde está la pena de acercarse a tan delicioso bizcochuelo? O el último, más burdo: “Te sacaste la troca de la rifa; es una Hummer 2008 equipada, negra, sin un solo kilómetro recorrido; caray, como te encantan los coches y sólo tienes un LeBarón nejo y ya destartalado, vale la pena que recojas tu nuevo vehículo. Recuerda que la agencia está a dos cuadras de tu casa”. Si todo es tan hermoso, ¿cuál pena habrá en el trace de recoger el premio? Y así.
La disquisición, nada importante en el fondo pues se trata de una frase hecha y no vale la pena detenerse más en ella, me sirve para introducir al tema que aquí viene. Encontrábame viendo de reojo las noticias mañaneras en Televisa y al momento de los comerciales me retuvo uno con arranque enigmático: el rostro de María Rubio en su papel de Catalina Creel, la villanaza que protagonizó Cuna de bobos; luego, sobreimpuesta con tipografía, una pregunta: ¿por qué Catalina Creel usaba un parche? Después, la voz de un locutor avisa que ya salió a la venta el juego Trivia TV, pasatiempo con más de tres mil preguntas para chicos y grandes, todas sobre programas como El Chavo, Siempre en Domingo, La carabina de Ambrosio, Los ricos también lloran, En familia y un chorro de etcéteras. Es, entonces, una especie de Maratón, pero no con preguntas sobre lo que denominamos “cultura general”, sino específicamente relacionadas con la pantalla casera, y más específicamente todavía, con acertijos sobre programas que alguna vez fueron difundidos desde la cueva de los Tigres.
No lo puedo asegurar, pero creo que ese juego es un producto más de Televisa, empresa dueña de los derechos sobre su programación. Si no es así, es lo de menos. Lo demás es el eslogan del divertimento, una joya de la franqueza y mercadotécnico tiro por la culata; dice el locutor: “Con Trivia TV, ¡todas esas horas frente al televisor valdrán la pena!”. Qué chulada. Por fin un comercial que dice la verdad de una manera cruda, frontal, sin rodeos ni hipocresías. Concientes de que las horas depositadas frente a tantos programas no habrán servido para maldita la cosa, los publicistas de Trivia TV dieron con la frase correcta: ya sirve para algo desperdiciar la vida frente a la programación de Televisa (la “fábrica de sueños” que, a decir de su actual jefe, no tiene ninguna obligación de educar, ¡pues para eso está la SEP!). Tan lastimera experiencia, ver enfermizamente la tele, ahora sí valdrá la pena. El objetivo, ganar en Trivia TV, no vale por supuesto tal pena, pero quien redactó el eslogan conoce el español y dio con la verdad: todas esas horas frente al televisor irán a una alcantarilla más decente cuando uno derrote a sus rivales en este juego de mesa. Esa es la plusvalía que al fin puede redituarnos la teleadicción. Súper. Exijo ahora mismo mi Trivia TV.