Aunque no lo soy, me siento enviado especial de La Opinión cuando deambulo por la FIL. Por esa razón, desde el jueves 27 hice cuatro entregas desde/sobre la Feria para Ruta Norte, como bien lo saben mis tres fieles lectores. Esa fue la razón por la que pospuse un breve comento sobre el Premio Cervantes que se agenció Juan Gelman a mediados de la semana pasada. Ese galardón, se sabe, equivale al Nobel para los escritores de lengua española, así que quien lo gana alcanza la cima en nuestras letras. Gelman es el cuarto argentino que lo obtiene, luego de Borges, Sábato y Bioy Casares.
Cuando a mediados de octubre Gelman vino a Torreón para leer su poesía, no sé a cuántos traté de hacerles ver que ese día nos visitaba uno de los escritores más reconocidos de América Latina. Me atreví incluso a decir que las autoridades (empezando por el alcalde) debían recibirlo, asistir a su presentación. Por supuesto, eso no ocurrió, pero sí un afortunado lleno en el flamante Museo de la Revolución, lugar donde leyó el poeta argentino. Para presentarlo, escribí una sinceras y séntidas palabras: “Nacido en Buenos Aires hacia 1930 y hoy radicado en México, el maestro Gelman es creador de una obra admirada en todos los confines del planeta. Su larga lista de libros y su trabajo como periodista lo colocan hoy, sin duda, como una de las voces más sólidas entre los artistas de Latinoamérica, una voz que ha sabido conciliar la suma de los valores que puede tener toda obra literaria digna de ese nombre: abundancia de textos, permanente experimentación formal, originalidad y lo fundamental: apetito indeclinable por escudriñar el alma del ser humano, sitio donde solemos admitir que habitan el odio, el rencor, la maldad, pero también sus opuestos: el amor, la solidaridad y el empeño por hacer el bien a nuestros semejantes. Gracias a la sensibilidad del maestro Gelman no sólo se ha enriquecido nuestra literatura, sino también la lucha de todos los hombres con propósitos de justicia económica y social. Víctima directa de la atrocidad, él ha logrado sobreponerse a la parálisis de la desdicha gracias a la acción y al pensamiento, y eso lo enaltece como escritor y como hombre”. Eso dije por medio de Renata, mi esposa, quien leyó la presentación, pues a esa misma hora yo despachaba una conferencia para Relatos Nomádica en el Museo Regional.
Luego de la lectura de Gelman, varios amigos tuvimos la suerte de cenar con él; entre otros, estuvieron allí Joel de Santiago, Saúl Rosales y Miguel Canseco. Nos asombró a todos la modestia, el humor, la caballerosidad y la sencillez del poeta, como si el aplauso del público y la crítica no hubieran hecho nada para ensoberbecerlo ni tantito. Al final de la velada, creo que todos rieron con mi puntada de hacernos algunas fotos junto al maestro Gelman. Yo tenía la corazonada de que ésa iba a ser, tal vez, la única oportunidad de verlo en corto, así que me obligué a tener un mínimo testimonio gráfico de nuestra cercanía con el superpoeta. A la mañana siguiente lo entrevisté en su hotel (diálogo que no he vaciado, por cierto) y me despedí no sin decirle que me lamentaba de no haber hallado en mi revuelta biblioteca ninguno de los tres libros que de su obra tengo, para que lo dedicara. “Deme su dirección”, dijo amablemente. Se la di, pasó poco más de un mes y el miércoles 28 de noviembre, el día que le dieron el Cervantes, recibí en Torreón un paquete de MexPost con un libro dedicado (Carta a mi madre) de Gelman. La realidad no podía ser más poética en este caso.
Cuando a mediados de octubre Gelman vino a Torreón para leer su poesía, no sé a cuántos traté de hacerles ver que ese día nos visitaba uno de los escritores más reconocidos de América Latina. Me atreví incluso a decir que las autoridades (empezando por el alcalde) debían recibirlo, asistir a su presentación. Por supuesto, eso no ocurrió, pero sí un afortunado lleno en el flamante Museo de la Revolución, lugar donde leyó el poeta argentino. Para presentarlo, escribí una sinceras y séntidas palabras: “Nacido en Buenos Aires hacia 1930 y hoy radicado en México, el maestro Gelman es creador de una obra admirada en todos los confines del planeta. Su larga lista de libros y su trabajo como periodista lo colocan hoy, sin duda, como una de las voces más sólidas entre los artistas de Latinoamérica, una voz que ha sabido conciliar la suma de los valores que puede tener toda obra literaria digna de ese nombre: abundancia de textos, permanente experimentación formal, originalidad y lo fundamental: apetito indeclinable por escudriñar el alma del ser humano, sitio donde solemos admitir que habitan el odio, el rencor, la maldad, pero también sus opuestos: el amor, la solidaridad y el empeño por hacer el bien a nuestros semejantes. Gracias a la sensibilidad del maestro Gelman no sólo se ha enriquecido nuestra literatura, sino también la lucha de todos los hombres con propósitos de justicia económica y social. Víctima directa de la atrocidad, él ha logrado sobreponerse a la parálisis de la desdicha gracias a la acción y al pensamiento, y eso lo enaltece como escritor y como hombre”. Eso dije por medio de Renata, mi esposa, quien leyó la presentación, pues a esa misma hora yo despachaba una conferencia para Relatos Nomádica en el Museo Regional.
Luego de la lectura de Gelman, varios amigos tuvimos la suerte de cenar con él; entre otros, estuvieron allí Joel de Santiago, Saúl Rosales y Miguel Canseco. Nos asombró a todos la modestia, el humor, la caballerosidad y la sencillez del poeta, como si el aplauso del público y la crítica no hubieran hecho nada para ensoberbecerlo ni tantito. Al final de la velada, creo que todos rieron con mi puntada de hacernos algunas fotos junto al maestro Gelman. Yo tenía la corazonada de que ésa iba a ser, tal vez, la única oportunidad de verlo en corto, así que me obligué a tener un mínimo testimonio gráfico de nuestra cercanía con el superpoeta. A la mañana siguiente lo entrevisté en su hotel (diálogo que no he vaciado, por cierto) y me despedí no sin decirle que me lamentaba de no haber hallado en mi revuelta biblioteca ninguno de los tres libros que de su obra tengo, para que lo dedicara. “Deme su dirección”, dijo amablemente. Se la di, pasó poco más de un mes y el miércoles 28 de noviembre, el día que le dieron el Cervantes, recibí en Torreón un paquete de MexPost con un libro dedicado (Carta a mi madre) de Gelman. La realidad no podía ser más poética en este caso.