No puede uno negar que los cuatro son brillantes, que saben lo que dicen y que los asiste el discreto encanto del humor, pero a veces se siente que hacen demasiadas concesiones al show, al conocimiento como chacota con tufo televisivo. Y es qué era imposible no dejar de sentir que aquello era un espectáculo, un mero entretenimiento, por la presencia de Carlos Loret de Mola como moderador/presentador, como si el niño bonito de la noticia tuviera ya los blasones necesarios para especular con la palabra, para convivir con especialistas que le llevan y le llevarán años luz de ventaja en la materia. Pero bueno, la cultura del espectáculo (Eduardo Subirats dixit) todo lo devora y he aquí un ejemplo: en la sala Juan Rulfo de la FIL, al lado del gramático Loret de Mola, cuatro especialistas hablan cachetona, desenfadadamente sobre nuestra lengua: sus nombres son, en el orden en el que aparecieron, Gonzalo Celorio, Alex Grijelmo, Daniel Samper y Juan Villoro.
El escenario no podía estar más concurrido. El auditorio lucía, como dice la frase de los locutores más o menos previsibles, a reventar, y no cabía un solo alfiler en aquel sitio. La mesa redonda tuvo un nombre espléndido, una pregunta que, lo dijeron quienes conformaban el presidium, ayudó enormemente a saturar el local: “¿Cómo chingados se usa el español?” Creo que, pese a la populachera y mercadotécnica rudeza de la pregunta, no hubo ni siquiera un conato de respuesta. No se trataba de eso, por supuesto, pues no era el sitio para pontificaciones ni para sacar en claro nada, pero el auditorio estuvo al tope y la gente logró el propósito evidente de pasarla chido.
El primero que habló fue Celorio. Lo hizo en su calidad de escritor y académico de la lengua. Dijo en general que le daba gusto que la Academia fuera una institución conservadora, normativa, e insistió en que tampoco debe llegar a los extremos de cerrazón y miopía de antiguos años, principalmente la Española (o sea, a la Academia de España). Entre otros ejemplos, señaló que le daba gusto el ingreso de palabras como “españolismo”, lo cual denota apertura de los académicos españoles al aceptar que hay palabras que ellos y sólo ellos usan (como “piso” por “departamento”) y que entonces ameritan ser denominadas “españolismos”, tan así como los mexicanismos y los argentinismos.
El español Grijelmo respondió en muy poco la pregunta vertebral de la mesa; leyó, eso sí, tres gratos ejemplos de escritura de acuerdo a la competencia profesional de un hipotético redactor: cuatro reseñas de una película escritos por cuatro autores imaginarios: un pillo de Madrid, un médico forense, un juez y un crítico de arte. Fue un experimento muy interesante, pues el mismo film, observado y descrito por cuatro personas diferentes, hacen reseñas necesariamente impregnadas por el mundo de quien redacta.
Samper, el panelista colombiano, se mostró brillante, ameno, el más sonriente quizá de toda la mesa. Trató de responder en veinte puntos cómo chingados se usa el español; una de sus utilidades: para permitirnos pasar a más de veinte fronteras sin tener problemas notables de comunicación.
Cerró Villoro, quien, como siempre, fue ingenioso, hizo derivar su participación hacia el futbol y citó dos o tres anécdotas que ha manoseado ya en otras mil ocasiones.
Al final, la gente quedó muy complacida, pese a que la pregunta nunca fue respondida. Claro: tal chingadera era lo menos importante en esa mesa.
El escenario no podía estar más concurrido. El auditorio lucía, como dice la frase de los locutores más o menos previsibles, a reventar, y no cabía un solo alfiler en aquel sitio. La mesa redonda tuvo un nombre espléndido, una pregunta que, lo dijeron quienes conformaban el presidium, ayudó enormemente a saturar el local: “¿Cómo chingados se usa el español?” Creo que, pese a la populachera y mercadotécnica rudeza de la pregunta, no hubo ni siquiera un conato de respuesta. No se trataba de eso, por supuesto, pues no era el sitio para pontificaciones ni para sacar en claro nada, pero el auditorio estuvo al tope y la gente logró el propósito evidente de pasarla chido.
El primero que habló fue Celorio. Lo hizo en su calidad de escritor y académico de la lengua. Dijo en general que le daba gusto que la Academia fuera una institución conservadora, normativa, e insistió en que tampoco debe llegar a los extremos de cerrazón y miopía de antiguos años, principalmente la Española (o sea, a la Academia de España). Entre otros ejemplos, señaló que le daba gusto el ingreso de palabras como “españolismo”, lo cual denota apertura de los académicos españoles al aceptar que hay palabras que ellos y sólo ellos usan (como “piso” por “departamento”) y que entonces ameritan ser denominadas “españolismos”, tan así como los mexicanismos y los argentinismos.
El español Grijelmo respondió en muy poco la pregunta vertebral de la mesa; leyó, eso sí, tres gratos ejemplos de escritura de acuerdo a la competencia profesional de un hipotético redactor: cuatro reseñas de una película escritos por cuatro autores imaginarios: un pillo de Madrid, un médico forense, un juez y un crítico de arte. Fue un experimento muy interesante, pues el mismo film, observado y descrito por cuatro personas diferentes, hacen reseñas necesariamente impregnadas por el mundo de quien redacta.
Samper, el panelista colombiano, se mostró brillante, ameno, el más sonriente quizá de toda la mesa. Trató de responder en veinte puntos cómo chingados se usa el español; una de sus utilidades: para permitirnos pasar a más de veinte fronteras sin tener problemas notables de comunicación.
Cerró Villoro, quien, como siempre, fue ingenioso, hizo derivar su participación hacia el futbol y citó dos o tres anécdotas que ha manoseado ya en otras mil ocasiones.
Al final, la gente quedó muy complacida, pese a que la pregunta nunca fue respondida. Claro: tal chingadera era lo menos importante en esa mesa.