Hallo de casualidad a un viejo compa de la prepa. Ya entonces le gustaba la filosofía y, como era previsible, lo encontré derrotado, digno pero a todas luces ajeno al bienestar y la tranquilidad. Sin untar alcoholito, suelta una andanada de (es posible que lo sean) verdades:
¿Tú papá te dijo alguna vez “tenga, mijo, aviéntese estos gramos de cocaína”? ¿No, verdad? Pues fulano [aquí dijo el nombre de un connotado político de derecha] se mete varias grapas al día y mira dónde está. ¿Tu papá te dijo alguna vez “robe, mijo, robe todo lo que pueda”? ¿No, verdad? Pues fulano [aquí dijo el nombre de un político-empresario] ha robado y robado y míralo, sale sonriente en sociales de los periódicos, la gente lo respeta y nadie lo llama ladrón. ¿Tu papá te dijo alguna vez “no se prepare, mijo, deje de estudiar”? ¿No, verdad? Pues fulano [aquí dijo el nombre de un famoso y triunfante comunicador local] sólo leyó el título de un libro que le encargaron en la carrera y míralo, no le da vergüenza andar por el mundo así, adinerado y sin haber leído un solo libro en su puta vida.
Los padres honrados no le sirven mucho a sus hijos; les dan un buen ejemplo, sí, pero los condenan a vivir en la miseria mientras otros cabrones sin escrúpulos agandallan dinero hasta con carretilla. Mi papá tenía la ilusión nada secreta de vivir aunque fuera un día del año 2000, pero se quedó en la raya. De haber robado en su juventud hubiera podido pagar un médico en Houston para que le alargaran un poco la vida y cumplir su sueño de llegar al nuevo milenio. ¿Pero qué pasó? Que por su honradez estaba expuesto a un servicio médico inservible, y se chingó.
Ayer me pasé un rojo. Iba con uno de mis hijos, el mayor, y notó que cometí esa infracción. Entonces me cuestionó: ¿papito, te pasaste un rojo? Le contesté: sí, me pasé un rojo; y mira: me voy a pasar otro. Y me lo pasé. ¿Y eso está bien, papito? ¿Qué no hay leyes, papito? ¿La ley está mal, papito? Sí, hay leyes, le contesté, y no están mal ni están bien, todo depende. Y entonces lo enredé: una cosa es la ley y otra es lo legal. Si me paso un alto cuando no viene nadie, no está mal. Por eso me pasé dos altos en el Rambler, porque no venía nadie. En ese caso estoy actuando bien, resumí.
¿Crees que no me duele decirle eso a mi hijo? ¿Crees que no me molesta relativizarle la ley y exponerlo a los caprichos de nuestra asquerosa justicia? Sí, me duele, pero qué puedo hacer. Lo único que quiero es que no sea como yo, que siempre he respetado la ley, que no me meto coca, que no le robo a nadie, que leo libros y periódicos, y que pese a eso estoy lleno de mezquinos problemas económicos, que recibo llamadas amenazantes de los pillos banqueros, que no tengo casa propia, que apenas salgo apuradamente con mis gastos, que no recibo el respeto ni los reflectores de nadie. No no no, yo no quiero eso para mis hijos. Yo quiero que al menos tengan dudas sobre nuestra ley, sobre lo ético, para que en el futuro no terminen poniendo un sellito en una descascarada mesa gris del Correo en el palacio federal. No. Quiero que si algún día a mi hijo le dicen “mire, inge, o mire, licenciado, firme el contrato y le toca lo que hay en este sobre”, él dude y tal vez elija bien. Nadie lo va a ver, nadie lo va a saber, y si lo ven y lo saben en su comunidad, de todos modos saludarán a mi hijo con respeto, porque tendrá dinero.
Así es en México, y en Torreón ni qué decir. El respeto se gana con dinero. No hay de otra. Aquí la gente no tiene cultura, es pura raza chismosa, chirinolera. ¿O crees que todos esos burros te admirarán si no convives con ellos al tú por tú en sus clubes? ¿Crees que sus esposas no miran primero el coche de la amiga antes de saludarse? ¿Crees que no eligen una escuela en función de las colegiaturas? ¿Cómo crees que se manejan esas gentes? ¿Por mera simpatía? No, hermano, me disculpas. Es la plata lo único que importa, y para llegar a ella no hay ley ni ética que les importe.
Mi amigo de la prepa tiene razón. Ya me volé el primer rojo: quiero progresar.
¿Tú papá te dijo alguna vez “tenga, mijo, aviéntese estos gramos de cocaína”? ¿No, verdad? Pues fulano [aquí dijo el nombre de un connotado político de derecha] se mete varias grapas al día y mira dónde está. ¿Tu papá te dijo alguna vez “robe, mijo, robe todo lo que pueda”? ¿No, verdad? Pues fulano [aquí dijo el nombre de un político-empresario] ha robado y robado y míralo, sale sonriente en sociales de los periódicos, la gente lo respeta y nadie lo llama ladrón. ¿Tu papá te dijo alguna vez “no se prepare, mijo, deje de estudiar”? ¿No, verdad? Pues fulano [aquí dijo el nombre de un famoso y triunfante comunicador local] sólo leyó el título de un libro que le encargaron en la carrera y míralo, no le da vergüenza andar por el mundo así, adinerado y sin haber leído un solo libro en su puta vida.
Los padres honrados no le sirven mucho a sus hijos; les dan un buen ejemplo, sí, pero los condenan a vivir en la miseria mientras otros cabrones sin escrúpulos agandallan dinero hasta con carretilla. Mi papá tenía la ilusión nada secreta de vivir aunque fuera un día del año 2000, pero se quedó en la raya. De haber robado en su juventud hubiera podido pagar un médico en Houston para que le alargaran un poco la vida y cumplir su sueño de llegar al nuevo milenio. ¿Pero qué pasó? Que por su honradez estaba expuesto a un servicio médico inservible, y se chingó.
Ayer me pasé un rojo. Iba con uno de mis hijos, el mayor, y notó que cometí esa infracción. Entonces me cuestionó: ¿papito, te pasaste un rojo? Le contesté: sí, me pasé un rojo; y mira: me voy a pasar otro. Y me lo pasé. ¿Y eso está bien, papito? ¿Qué no hay leyes, papito? ¿La ley está mal, papito? Sí, hay leyes, le contesté, y no están mal ni están bien, todo depende. Y entonces lo enredé: una cosa es la ley y otra es lo legal. Si me paso un alto cuando no viene nadie, no está mal. Por eso me pasé dos altos en el Rambler, porque no venía nadie. En ese caso estoy actuando bien, resumí.
¿Crees que no me duele decirle eso a mi hijo? ¿Crees que no me molesta relativizarle la ley y exponerlo a los caprichos de nuestra asquerosa justicia? Sí, me duele, pero qué puedo hacer. Lo único que quiero es que no sea como yo, que siempre he respetado la ley, que no me meto coca, que no le robo a nadie, que leo libros y periódicos, y que pese a eso estoy lleno de mezquinos problemas económicos, que recibo llamadas amenazantes de los pillos banqueros, que no tengo casa propia, que apenas salgo apuradamente con mis gastos, que no recibo el respeto ni los reflectores de nadie. No no no, yo no quiero eso para mis hijos. Yo quiero que al menos tengan dudas sobre nuestra ley, sobre lo ético, para que en el futuro no terminen poniendo un sellito en una descascarada mesa gris del Correo en el palacio federal. No. Quiero que si algún día a mi hijo le dicen “mire, inge, o mire, licenciado, firme el contrato y le toca lo que hay en este sobre”, él dude y tal vez elija bien. Nadie lo va a ver, nadie lo va a saber, y si lo ven y lo saben en su comunidad, de todos modos saludarán a mi hijo con respeto, porque tendrá dinero.
Así es en México, y en Torreón ni qué decir. El respeto se gana con dinero. No hay de otra. Aquí la gente no tiene cultura, es pura raza chismosa, chirinolera. ¿O crees que todos esos burros te admirarán si no convives con ellos al tú por tú en sus clubes? ¿Crees que sus esposas no miran primero el coche de la amiga antes de saludarse? ¿Crees que no eligen una escuela en función de las colegiaturas? ¿Cómo crees que se manejan esas gentes? ¿Por mera simpatía? No, hermano, me disculpas. Es la plata lo único que importa, y para llegar a ella no hay ley ni ética que les importe.
Mi amigo de la prepa tiene razón. Ya me volé el primer rojo: quiero progresar.