Se ha dicho que Hernán Cortés magnificó lo que sus ojos
vieron en tierra azteca para elevar así el precio de su aventura conquistadora.
Ciertamente esta es una tendencia natural del alma humana: agrandar la
dificultad del obstáculo para aumentar el mérito propio, como cuando a una
amada se le explica, para lograr sus favores, todo lo complicado que ha sido
llegar hasta su puerta con un anillo en la mano. En sus Cartas de relación, Cortés se dirige a Carlos V, lo sabemos, pero
en su mentalidad, todavía movida por resabios medievales, ya hay un hombre picado
por el apetito de gloria individual, un renacentista que desea la trascendencia
de sus obras y su nombre. No es pues exagerado decir que exageró al describir
lo que miraba, pero tampoco pudo ser tanto por una razón simple: él sabía que
no sería el único informante de la conquista, así que debió cuidarse y describir
la realidad, en muchos casos, lo más ceñidamente posible a un criterio
fotográfico.
No han sido pocas las veces en las que he señalado mi
permanente asombro ante el asombro del extremeño frente al mercado mexica. Creo
en las palabras de Cortés porque desde entonces hasta la fecha el Valle de
México es un espacio que concentra servicios y mercaderías sin fin, todas las
que produjo y produce desde siempre nuestro país y ahora más, pues debemos
tomar en cuenta la interacción comercial de todo el globo. El capitán español,
lo imagino, recorrió el espacio del mercado aborigen con preguntas en ristre, y
al primer momento de sosiego, antes de que se traspapelara en su memoria,
escribió sobre lo visto y oído. De este modo dejó a la posteridad un mural como
los de Rivera: exuberantes en detalles, celosos del pormenor. “Tiene
esta cibdad muchas plazas donde hay contino mercado y trato de comprar y
vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de
Salamanca toda cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba
de sesenta mill ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros de
mercadurías que en todas las tierras se hallan ansí de mantenimientos como de
vestidos, joyas de oro y de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de
piedras, de huesos, de conchas, de caracoles, de plumas”.
Tres
figuras retóricas destacan en esta primera cita: para que el destinatario europeo
se dé una noción de lo que describe a partir de algo conocido, usa la
comparación: “como dos veces la cibdad de Salamanca”; la hipérbole, que de un
plumazo da la idea de totalidad: “hay todos los géneros de mercadurías que en
todas las tierras se hallan”, y la enumeración, que se enseñorea en esta parte
de la crónica para tratar de abrazar cabalmente lo que observa: “joyas de oro y
de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de
conchas, de caracoles, de plumas”.
Al
caminar un poco más por el mercado, la enumeración como tropo desplaza a la
comparación y la hipérbole, y se convierte en un recurso indispensable de su
pluma: “Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillo, madera
labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos
los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices,
codornices, lavancos, dorales, zarcetas, tórtolas, palomas, pajaritos en
cañuela, papagayos, buharros, águilas, falcones, gavilanes y cernícalos. Y de
algunas destas aves de rapiña venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y
uñas. Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que crían para comer,
castrados. Hay calle de herbolarios donde hay todas las raíces y hierbas
medecinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se
venden las medecinas hechas, ansí potables como ungüentos y emplastos”.
La
enumeración es, claro, más amplia, y cuando Cortés ya no da más, vuelve a la
hipérbole con flecos de síntesis: “Finalmente, que en los dichos mercados se
venden todas las cosas cuantas se hallan en toda la tierra, que demás de las
que he dicho son tantas y de tantas calidades que por la prolijidad y por no me
ocurrir tantas a la memoria y aun por no saber poner los nombres no las expreso”.
Como se puede apreciar, nuestra tierra, en/por sus mercados, fue siempre una cornucopia; para Cortés y para quien la haya mirado desde hace 500 años a la fecha.